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Técnicos americanos y españoles, ayer, listos para acceder a una de las 'zonas cero' de Palomares. :: EFE
Sociedad

EE UU se resiste a llevarse la tierra contaminada por sus bombas

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Palomares comenzó a vivir ayer su particular 'Bienvenido Mr. Marshall'. Aunque, esta vez, los americanos no pasaron de largo. Vinieron para quedarse. El pequeño pueblo agrícola de Almería lleva casi medio siglo esperando. Al amanecer del 17 de enero de 1966, en lo más álgido de la Guerra Fría, esta pedanía de Cuevas de Almanzora no existía en los mapas militares de la época. A las 10.22 horas entró bruscamente en ellos. Un superbombardero B-52 cargado con cuatro bombas termonucleares B28 de 1,5 megatones y un avión nodriza KC-135 que le suministraba combustible chocaron y se desintegraron a 30.000 pies sobre la costa del Mediterráneo. Tres bombas cayeron en tierra. La otra, en el mar. Dos de las primeras estallaron (de manera 'controlada' gracias a dispositivos de seguridad del ingenio atómico) y esparcieron una nube de plutonio radiactivo. La vida de Palomares se paró.

Jesús tenía «siete añicos» aquel día. «Estaba en la escuela. Los pupitres temblaron. Todos salimos corriendo a la calle y había una gran bola de fuego en el cielo. La calle estaba llena de trozos de metal y de las turbinas de los aviones. Luego solo recuerdo ya los féretros de los militares americanos pasando por el pueblo». Jesús Caicedo es hoy el alcalde de Cuevas de Almanzora, además de senador del PP. Y es también uno de los artífices del día que sus 1.700 paisanos llevan medio siglo esperando. El día en que los 'yanquis' volvieron a Palomares.

«Hoy sí que sí. Voy a ponerme el traje de los domingos. Ya están aquí, subidos en un minibús y seguidos por su séquito de periodistas». Hasta en Twitter se hablaba ayer de Palomares. Una comisión de técnicos en radiación del Departamento de Energía de Estados Unidos y de la española Ciemat (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas) pisan estos días sus 'zonas cero'. Tres parcelas valladas de algo más de 40 hectáreas. Una en pleno centro del pueblo, junto a la escuela, y dos a las afueras. En su interior, 50.000 metros cúbicos de tierra contaminada por un demonio latente en el subsuelo: medio kilo de plutonio, la herencia de las bombas.

El tiempo corre en contra de Palomares. El plutonio tiene una vida media de 27.000 años y acaba transformándose en americio, un elemento mucho más contaminante y volátil. «Fuera de esa zona pasas un contador Geiger y no detecta radiación. Pero dentro, según las zonas, el aparato sí que 'silba'», advierte Igor Parra, de Ecologistas en Acción. La visita de los técnicos es el fruto de años de tira y afloja entre la Administración española y la americana y de presiones de políticos como Caicedo. El ex ministro Moratinos ya tuvo el no de Hillary Clinton. El Gobierno español volvió a recibir calabazas en 2010 en la Cumbre de Lisboa. Hasta que una reunión el año pasado entre la ministra Trinidad Jiménez y y la secretaria de Estado norteamericana logró el desbloqueo.

La misión de la comisión es fijar el camino más rápido y efectivo para lograr un objetivo: tamizar la tierra radiactiva para reducir los 50.000 metros cúbicos contaminados (el volumen de 27 piscinas olímpicas) a 'solo' 6.000, el equivalente a la capacidad de un gran buque portacontenedores. La limpieza duraría dos años y tendría un coste de 25 millones de euros. Pero las cuestiones más candentes siguen en el aire y ayer nadie se 'mojó' al respecto: quién asumirá ese gasto y, sobre todo, adónde se trasladarán los residuos radiactivos. España no tiene capacidad para almacenarlos. Y Estados Unidos solo se posicionó ayer a través de un portavoz de su Embajada: «Eso debe ser un acuerdo entre gobiernos».

Y Palomares ya se ha hartado de esperar. Don Fidel apuraba ayer un Celtas a las puertas del Hogar del Jubilado. Aguardaba ver pasar «a los americanos», pero apenas aparecieron por el pueblo por la tarde para una visita de cortesía en el Ayuntamiento. «Lo que tienen que hacer es llevarse ya la tierra. Y con ella, a algunos políticos...». Don Fidel solo quiere que le citen como Don Fidel. «No es oscurantismo. Es hartazgo lo que hay aquí», lamenta Juan José Pérez, el alcalde pedáneo.

«Yo moví esa tierra»

Su gente lleva medio siglo resignada. Viendo como casi 200 vecinos se someten anualmente a analíticas de control para descartar cualquier síntoma de contagio radiactivo. «Nadie ha dado nunca positivo», asegura Pérez. Niega los casos difundidos en prensa que aseguran lo contrario. Los técnicos del Ciemat son casi ya como vecinos del pueblo. Cada poco tiempo acuden a Palomares para analizar muestras del terreno, vegetación y cultivos. Sacan sangre a vacas, ovejas y cabras. Ni los caracoles se salvan del examen. Lo que sea para mantener acotado el plutonio.

«Llevamos medio siglo de estigma económico y social». El alcalde pedáneo resopla al recordar que en lo que va de año ya han recibido la visita de casi medio centenar de medios de comunicación. Nadie conoce Palomares por sus excepcionales tomates, lechugas o sandías. O por que allí se encuentre una de las mayores playas nudistas de España, a escasos metros de las mismas aguas en las que Fraga se bañó para desterrar cualquier miedo radiactivo. «Somos el pueblo de las bombas, y ya estamos hasta el pijo», explota Pérez. La prensa internacional no es ajena al eco. «Las gallinas picotean en los patios junto a una zona radiactiva, y la hierba es tan verde y libre de basura dentro del vallado que, si añades un estanque de patos y quitas los carteles de 'bajo vigilancia radiológica', podría pasar por un bucólico pueblo inglés», relataba 'The Independent' hace unos días.

Una hectárea en cuarentena de las que ayer pisaron los técnicos era de Pascual Soler. Tenía 17 años y repartía leche de vaca cuando el cielo ardió sobre su pueblo. Hoy tiene 63, es agricultor y lo que más le importa no es recuperar su finca expropiada. Quiere «esa tierra» lejos. Hay algo que no entiende. Ni él ni nadie. El accidente fue en 1966. Hasta 2004 no se prohibieron los cultivos en las parcelas afectadas. Solo se vallaron en 2004. «Y todo ese tiempo yo he movido esa tierra, la he cultivado y nos hemos comido yo y mis hijos las sandías, las lechugas y las coliflores que nos daba. Me siento indignado y engañado». Él y todo Palomares.