opinión

La rutina del 23-F

Jerez Actualizado: Guardar
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Este artículo no es otro viaje en el tiempo al 23-F. Vaya la advertencia por delante, aunque los arqueólogos de las efemérides, los viajeros sentimentales de las hemerotecas, los hechiceros melancólicos de los viejos aniversarios, sin duda hoy disfrutarán de una dieta variada para revivir a la carta aquel día del que la prensa ya lleva días descargando más arsenal que una división de ‘stukas’ en la ‘blitzkrieg’. La fotografía de Tejero ha vuelto a las primeras páginas, y cada vez con un tono más rancio, como ya se veía entonces en ‘The New York Times’, el retrato de uno de aquellos espadones del XIX con su descontento cuartelero. Llevamos esa fotografía de Tejero, con su mostacho de sombrerero de Aquitania y la pistola Astra del nueve corto, grabada casi a fuego en el imaginario colectivo como los legionarios se tatúan el amor de madre. A estas alturas cuesta comprender, sin embargo, este retorno obsesivo a ese capítulo apolillado de la Historia. Otra cosa sería una investigación académica o un ‘scoop’ periodístico destapando una clave oculta de la trastienda incompleta de la asonada, pero ya es cansino seguir preguntándose ¿dónde estabas aquel día? La primera vez, en 1991, tenía cierta gracia; en 2001 ya desprendía un toque ‘vintage’; en 2011 resulta más bien ridículo. La mayoría de las crónicas han perdido sustancia y parecen tebeos del Abuelo Cebolleta.

El 23-F se ha convertido en un parque temático de la memoria; un acontecimiento recreativo con el que algunos disfrutan de la atracción de retornar a aquel día terrible. No es historiografía, sino simple nostalgia encapsulada. No hay rastro de que se pretenda entender mejor la transición o interpretar mejor el efecto de ese acontecimiento en los años posteriores, sino cultivar el ‘the way we were’, la melancolía del ‘tal como éramos’ quizá porque es agradable verse con 30 años menos y sin las esperanzas gastadas como las suelas del tiempo. Al final es aquella tentación de Kerouac de ‘vivir asombrados en la propia memoria’. Pero a estas alturas el 23-F es un episodio antiguo. No hay el menor riesgo de una asonada en España; y el ruido de sables se ha convertido en una metáfora civil. Darle vueltas a ese día no descubre casi nada –si acaso, la pasión nacional por el retrovisor aferrándose a sus peores referencias– mientras hay otros capítulos tras los que rastrear las claves del tiempo presente y futuro: la integración en Europa, terrorismo, estructura financiera, relaciones árabes… Si finalmente la melancolía, como adivinó Ortega, no se crea ni se destruye sino que únicamente se transforma; sin duda hay mejores historias a las que dedicar esa energía antes que repetir dónde estabas aquel día de febrero de 1981.