«No pienso en el cáncer ni 30 segundos al día»
La expresidenta del PP vasco María San Gil superó hace cuatro años un tumor en un pecho. «Nunca creí que me iba a morir», asegura
Actualizado:María San Gil y Esperanza Aguirre. Las dos tienen carácter y dicen las cosas con claridad cristalina. Las dos son del PP, las dos se han peleado antes o después con la cúpula de su partido y las dos han vivido dramas suficientes como para saber de sobra que el ser humano no es eterno. En Bombay, unos terroristas atacaron el hotel en el que se hospedaba Esperanza Aguirre y en el bar 'La Cepa' de San Sebastián, ETA le voló la cabeza a Gregorio Ordóñez cuando comía con María San Gil. Son dos mujeres, dos amigas y dos supervivientes. Ahora también les une el cáncer de mama, la retirada momentánea de la política, la rueda de prensa con el nudo en la garganta y hasta el diagnóstico, con la diferencia de que María ya lidió en su día el toro que hoy tiene por delante la presidenta de Madrid.
María San Gil (San Sebastián, 1965, retirada de la política desde 2008) se enteró del cáncer de pecho que sufre su compañera de partido ayer a media mañana, cuando le llamó su madre. «Enseguida me puse en contacto con ella. Me ha dado mucha pena por el cariño que la tengo y porque nunca quieres que nadie lo pase como tú de mal», lamenta.
En ese momento, la expresidenta del PP vasco regresaba mentalmente a un tiempo que le da «mucha pereza recordar». Fue en marzo de 2007, cuando una mamografía de rutina detectó algo extraño y le salvó la vida. De ahí al ginecólogo y al oncólogo. Era un cáncer. María se escapó de casa un viernes sin decir nada y en lugar de acudir al Parlamento vasco se sometió a una biopsia: «Viajaba mucho, nadie se iba a dar cuenta y estaba convencida de que no iba a ser nada grave». La biopsia dio positivo. «Ahí ya empiezas a coger aire... ¡Uf! De pronto, la vida da un giro de 180 grados. Hasta entonces no había pensado ni un segundo en la enfermedad».
Al llegar a casa, se lo dijo a su madre y, por la noche, le dio la noticia a su marido Iñigo: «Se quedó blanco». A los niños, Iñigo y Luisa, que entonces tenían 10 y 8 años, les informó cuando se operó: «Les conté que tenía pupa y que tenían que andar con cuidado con los achuchones».
Uno de los primeros pensamientos de San Gil fue para la política. Corría el mes de marzo y había elecciones en mayo: «Me viene fatal ponerme enferma», pensó. Pero tenía que curarse y prestarse atención a ella misma.
Cansada y delgada
Después de la operación, la rueda de prensa en la que lo hizo pública la enfermedad. El 18 de abril, se quitaba de en medio: «No me costó desconectar». De ahí en adelante, muchos días con los teléfonos desconectados y alejada de la actualidad. «No quería saber mucho, porque tampoco podía hacer nada». Claro, que una mujer puede darse de baja en el trabajo, pero no de madre: «Lo peor es que te vean enferma los niños. La radioterapia -27 sesiones más las que se no contaban porque se rompía la máquina- me dejaba cansadísima y adelgacé mucho, porque no tenía ganas de comer. Aunque no hubo secuelas. Tuve muchísima suerte».
A finales de junio, los niños terminaron el colegio y decidieron irse unos días de vacaciones. «Hacer la maleta fue terrible, como uno de los trabajos de Hércules, pero a la vuelta me di cuenta de que tenía fuerzas suficientes para tirar adelante y que todo había pasado». Y se acabó. «Soy una persona muy optimista, vale, pero en ese tiempo nunca creí que me fuera a morir de cáncer». En agosto, cinco meses después, volvía a la política.
- ¿Una experiencia así cambia a quien la sufre por dentro? ¿Se relativizan los problemas?
- No significa que una vez que has pasado un cáncer todo te afecta menos. Tampoco ha sido la primera evidencia traumática de la muerte para mí. Sí que soy más consciente de la enorme suerte que he tenido, porque otros amigos han pasado el cáncer y ya no están aquí y otros lo sufren ahora. En ese sentido, sí que sirve para dar, más aún, las gracias por lo que tenemos y saber que la vida es un privilegio. Salgo fortalecida y agradecida.
Hoy en día, el cáncer no le ocupa a María San Gil «ni treinta segundos de la mayoría de los días», como mucho los que tarda en tomar su pastilla diaria, aunque sí que da «gracias a Dios». Recuerda, eso sí, que la enfermedad no afecta a todos de la misma manera y remacha en cada frase su «suerte». No es una heroína, ni alguien más fuerte que los demás, sí una persona práctica y el ejemplo de que el cáncer, en ocasiones, no es sinónimo de un valle de lágrimas sin salida.
Ni tampoco una obsesión. En junio, cuando la última revisión, cenó con las amigas, que le preguntaron por lo suyo. Era jueves. Tenía que haber llamado al médico el lunes. «Advierto que no soy una inconsciente, pero el cáncer no domina mi vida. Y no quiero que lo haga». San Gil tampoco es mujer de dar consejos, «más bien cariño», pero tiene una petición para «que salga en negrita»: que nadie pase de las revisiones médicas «aunque sea pesado, desagradable, aunque dé pereza. Que vayan. Les puede salvar la vida». Ella es el vivo ejemplo.