opinión

Inocentes al cubo

Los pícaros no son un producto exclusivo del Siglo de Oro, al revés, se reproducen con mucha facilidad en la península ibérica

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Apesar de estar en la revolución de Internet (gracias a las redes sociales se propagan las revoluciones por África), en España andamos aún en la edad del buhonero. En cuanto aparece la carreta en la plaza nos congregamos a ver qué nos trae el mercachifle de turno, y de esa forma nos vamos dejando engañar como tiernos e inocentes corderos que no escarmientan nunca. Treinta años después una nueva Rumasa amenaza con coger por los dedos a aquellos incautos que confiaron en la palabra de los Ruiz-Mateos. En plena crisis los bancos apenas llegaban a dar el 3% de rentabilidad pero hubo gente que creyó que lograría el 10% en las empresas de la familia jerezana. Pues no, final del cuento, caída del castillo de naipes con los correspondientes heridos por desprendimiento de mentiras al por mayor.

Debe ser un fallo genético porque cada cierto tiempo nos las dan con queso. En fecha reciente con Afinsa y Forum Filatélico, cuando era pequeño alcancé a ver la desesperación de los timados por Sofico, y de cuando en cuando se da el caso de una constructora que se marcha con el dinero y deja los pisos a medio hacer. Siempre hay un listo que vive a costa de los demás sin el menor sonrojo y que, una vez prescrito el plazo de la demanda, no tiene reparos en pasear en descapotable delante de aquellos a los que hábilmente estafó, y con un puro para reírse de la Ley antitabaco. Los pícaros no son un producto exclusivo del Siglo de Oro, al revés, se reproducen con mucha facilidad en la península ibérica.

No hay datos oficiales pero se calcula que esta vez 5.000 personas pueden haber invertido 140 millones de euros cuyo destino puede ser más inseguro que un flan (de los que anuncian los Ruiz-Mateos) a la puerta de un colegio. Entre ellos no encontraremos a ricos financieros sino a personas anónimas, del género humilde, que han depositado sus ahorros en este asunto. De nuevo los mismos incautos, de nuevo los mismos listos que se lucran con el viejo truco del trilero que monta un casino improvisado con una mesa de camping y reta al personal con la conocida frase: «la quito, la pongo, la tapo, ¡y la escondo!, ¿Dígame: dónde está la bolita?». Cuidado que nos han contado veces el cuento de la chiquilla con la cesta que va a casa de la abuelita y todavía nos asusta el lobo en el bosque: ¡Pobres 'caperucitas' y caperucitas!

Llevados al terreno político el mangoneo es el mismo, dos pases mágicos y una música adecuada para pedir el voto, y caemos como mosquitos ante los faros de un Pegaso cada cuatro años. Habrá que pedir a Tráfico que ponga carteles en las carreteras, y lanzar mensajes en las radios: «peligro, listos andan sueltos». Y, aun así.