Elogio de la lentitud
Actualizado: GuardarBasta con mirar los calendarios para darse cuenta de que el tiempo tiene mucho tiempo por delante. Los días se suceden hasta que nos llegue el último, que no cumplirá veinticuatro horas, pero de momento hay que tomárselo con calma. No correr que es peor. La Dirección General de Tráfico va a limitar a 30 kilómetros por hora la velocidad de las calles de un carril único. Algunos tendrán que salir la tarde anterior para comprar algo urgente. La parsimonia, que no solo es cachaza, sino moderación en los gastos, recobra su acepción primera. Se trata de evitar el derroche de heridos y muertos en las apresuradas ciudades populosas. Si se conduce a 70 por hora casi nadie, ni los que iban dentro del vehículo, ni los que cruzaban la calle, pueden contar el accidente. La disposición, quizá algo exagerada, salvará algunas vidas, pero impedirá que otros sigan viviendo. Siempre hablamos de las víctimas de la velocidad, pero no de las que se salvan gracias a ella. La prisa es mala, además de ser incompatible con la elegancia. En mi tierra andaluza, tan calumniada de perezosa, cuando se ve a alguien excesivamente azacaneado y afanoso, la gente se pregunta: ¿Ese que vende? Ahora nos estamos preguntando todos por algunos mercaderes al por mayor. Las cajas de ahorros tendrán hasta marzo de 2012 para buscar capital en Bolsa y a Nueva Rumasa, que solo debe cuarenta y cinco millones de euros a la Seguridad Social, le está pidiendo tiempo al tiempo para pagar sus deudas. No tiene suelto. La prontitud para solucionar algunas situaciones siempre se ha considerado como una virtud. Los españoles nunca hemos estado dotados para el sosiego, hay pruebas históricas suficientes. Ahora estamos aguantando más de la cuenta, pero como no sabemos cuál es esa cuenta seguimos soportando la larga víspera. Sabemos que las cosas no pueden seguir así, con más parados que ventanas y con más basura política que cargos. Elogiemos la lentitud. Por ahora.