EL CANDELABRO

SALUD

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Con tener muchas cosas buenas, la sociedad yanqui padece una ligera, por ponerlo suave, tendencia a la paranoia. Y en mi última visita a ese país he empezado a sospechar que se les está yendo un poco la mano... Pongo la tele en Nueva York (da igual la cadena) y me la encuentro plagada de anuncios de medicamentos. Pienso: éstos o son unos hipocondriacos o realmente tienen muy mala salud y viven mortificados por los achaques. Pero lo verdaderamente inquietante no es eso, sino el propio contenido del spot. Una voz aterciopelada y sedante te presenta (con su característico: 'introducing the new...') un somnífero, que se llama, por poner un ejemplo inventado, Lunisia. «Déjese mecer por las olas de Lunisia», te indica la sugerente voz. «Abandónese al sueño y a la relajación que Lunisia proporciona...» «Duerma como un bebé gracias a Lunisia. Recupere su vitalidad, vuelva a sonreír cada mañana...» Y cuando ya casi estás convencido de que no hay felicidad posible sin Lunisia, de pronto esa misma voz se torna severa y comienza a enumerarte los posibles efectos secundarios que aquí (riéte de las clásicas náuseas y diarreas) van desde la visión doble a las alucinaciones, pasando por la apoplejía, la ceguera, el cáncer de colon o el infarto fulminante. Conclusión: «No ingiera este medicamento sin consultar antes a su médico». Y consultándolo tampoco, dan ganas de contestarle, que prefiero un poco de insomnio a caer de plano en el sueño eterno por culpa de una mala contraindicación.

Otro anuncio nos informa de que unas píldoras para aliviar el dolor muscular pueden causar, como poco, espasmos, migraña, epilepsia, úlcera duodenal o acentuar la diabetes. Dicen que estas advertencias las exagera mucho la industria farmacéutica americana para evitar futuras reclamaciones millonarias por parte de algún cliente. Es lo que se llama curarse en salud. Y será muy saludable, no digo que no. Pero también tiene su propio efecto secundario, tal vez el más saludable de todos: dan ganas de no tomar nada. Nada de nada.