Contagio
Actualizado:El descontento, como los vinos, exige un reposo redondo en los barriles interiores. Tiene que estar a punto para bebérselo, aunque siempre deje el mismo regusto a sangre. El soterrado motín popular de Egipto, que ha desperezado hasta a las momias, está teniendo imitadores y la protesta de los jóvenes árabes se está extendiendo.
La revuelta se ha recrudecido en Bahréin, donde también lo tiene crudo, y como siempre, empiezan a morir algunos estudiantes. León Tolstói decía que los estudiantes hacen algaradas, pero no revoluciones. No podemos estar tan seguros. Ciertamente resulta más alarmante una manifestación de mineros que de escolares, pero si el combustible está servido cualquier mecha puede ser válida.
La protesta es contagiosa. Todo el mundo se da cuenta cuando estalla de que tenía motivos para estallar, pero había aguantado un tiempo excesivo. El motivo puede ser banal, aunque jamás sea caprichoso, ya que una gota de agua, aunque sea igual a las otras, es precisamente la que colma el vaso y hace que se derrame. El plagio siempre ha creado escuela. Cuando Marilyn Monroe se suicida, se agotó el nembutal en muchas farmacias: Hubo coristas, rubias apócrifas y aproximadamente adorables, que vieron la solución de sus problemas en idéntico procedimiento. Los psicólogos, que también están repetidos en su mayoría, estudian los suicidios en cadena.
El renacimiento del panarabismo no puede llamarse así en rigor, porque nunca había muerto. El mundo islámico es un océano revuelto, pero como nos pilla lejos confundimos las olas con los turbantes.
Lo que ocurre es que quiere cambiar. Sencillamente, por muchas dificultades que haya. Desde mi orilla mediterránea, en los días claros, se ve la costa de Marruecos. Van a pasar cosas, aunque esas no las veré. Hasta ahora sólo he visto pateras y más pateras.