opinión

Te recuerdo, Susana G.

Su asesino, que ya la había maltratado, fue condenado a 14 meses de cárcel, pero un juez lo dejó en libertad

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Ahora mismo, mientras escribo, llueve en Madrid. Una gota que cae persistentemente en la barandilla del balcón me lleva a un ruido que escucharon hace millones de años seres parecidos a mí. Ahora mismo, mientras miro detenidamente cómo la gota cae y salta una vez y otra contra el hierro –toc, toc, toc–, escucho algo que no pudieron imaginar hace miles de años seres cercanos a mí, la Suite para violonchelo nº 1 en sol mayor de Bach interpretada por Rostropovich. También ahora leo, y ellos no leían, una noticia que da detalles del último asesinato de una mujer por su pareja. Los mismos términos de siempre. Las mismas circunstancias: lo había denunciado, el maltratador fue condenado pero no ingresó en prisión. No falta un testigo que dice saber que esto iba a pasar. Tampoco otro que asegura que lo ocurrido era inimaginable. Lo que les cuento lo estoy leyendo, pero hace miles de años hombres parecidos a mi no sabrían desentrañar las letras ni tampoco podrían pronunciarlas. No había lenguaje, no había cerebro suficiente, pero sí violencia. Si alguien les hubiera traído hasta nosotros y pudieran entendernos reconocerían los hechos. La muerte de la última mujer por la violencia de un macho nos lleva a miles de años atrás. Ese lenguaje no ha cambiado, aunque hoy sus consecuencias no sean las mismas. Algunos jueces, como algunos hombres buenos, se han comprometido y han acordado tolerancia cero con el cromañón encorbatado que viola, humilla, escandaliza y mata. Otros, qué le vamos a hacer, dejan mucho que desear. Puede que sea como dice una amiga: solo actúan cuando lo prueban. Pasan al compromiso cuando el lobo está oliéndoles las manos.

Susana G. tenía 37 años y fue asesinada el martes a las 9.30 de la mañana por su pareja en una calle de Málaga. Murió de un hachazo. Acababa de dejar en el cole a su hijita de 5 años. Había conseguido una orden judicial de alejamiento, pero la Policía decretó que el riesgo que corría era bajo. El asesino, que ya había maltratado a Susana, fue condenado a una pena de 14 meses de cárcel, pero un juez lo dejó en libertad tras obligarle a cumplir un curso sobre Igualdad. Digo que fue sobre Igualdad y tengo que morderme los labios para saber que estoy escribiendo esto. Aún así, el riesgo seguía siendo bajo. Susana, que tenía miedo y no de nivel bajo, pidió el servicio de teleasistencia, pero el ministerio de Igualdad -su bajo nivel lo hizo desaparecer-, lo denegó porque el riesgo era bajo. El culpable es su asesino, desde luego. Pero no creo que cuando la niña de cinco años crezca y le expliquen por qué no tiene madre vaya a conformarse. ¿Volverá el juez a conmutar la cárcel por un curso sobre igualdad? Rotundamente no, ¿verdad? Susana, querida, alguna mujer podrá vivir tras tu muerte. Mi amiga tiene razón: solo cuando el lobo huele sus manos el nivel deja de ser bajo.