La revancha del cineasta maldito
Agustí Villaronga quiso ser cura, trabajó como pastelero y convivió con las drogasLos 9 Goyas de 'Pa negre' descubren al gran público al autor de universos crueles y desasosegantes
Actualizado: GuardarAgustí Villaronga se debe reír al leer las informaciones interesadas sobre el porrón de subvenciones que ha recibido 'Pa negre'. El gran vencedor de los Goya a duras penas ha sacado adelante seis largometrajes en 25 años de carrera. La década de los 90 fue especialmente dura. Trabajó dos años y medio en un proyecto que no salió. Sin un duro, abandonó sus sueños de cineasta y, gracias a un amigo, trabajó de pastelero en un obrador de Barcelona. Se pasó tres años cascando huevos y separando las yemas de las claras. «Poníamos la radio y charlábamos. Lo pasé bien».
Los nueve Goyas de 'Pa negre' constituyen un triunfo histórico: es la primera vez que una cinta en catalán se hace con el premio gordo de la Academia. El conseller de Cultura de la Generalitat, Ferran Mascarell, destacaba ayer que los 17 cabezones conseguidos el domingo por películas catalanas son el «reconocimiento a un trabajo bien hecho» y apostaba por definir «una cierta marca de Cataluña identificada con una manera de hacer cine». Hacía esas declaraciones vestido de época, mientras participaba de extra en un filme sobre Macià y Companys. Y es que en Cataluña, ni siquiera los políticos ponen a parir su cine.
Villaronga (Palma de Mallorca, 1953) no utiliza el catalán por ningún afán reivindicativo, simplemente no puede imaginar a sus personajes hablando en otro idioma. Quien vea sus películas puede pensar que está ante la obra de un ser atormentado y perverso. La enfermedad, la fabricación del monstruo y la mutación de la inocencia en perversidad son algunos de los temas recurrentes de este hombre tímido y afable, que ni siquiera pierde el tono calmado cuando se sabe protagonista de la noche.
Nieto de titiriteros ambulantes, hijo de un cartero que le contagió su amor por el cine, Villaronga estudió durante trece años con los jesuitas y llegó a plantearse seriamente ingresar en un seminario. El descubrimiento de su homosexualidad dio al traste con su vocación de cura. Ha reconocido que sufrió abusos en aquella época y que en su adolescencia, en pleno franquismo, aprendió pronto a asumir su condición sexual ocultándosela a los demás.
Una vida privada «rarísima»
Uno de sus curas profesores fue al Centro Experimental de Cinematografía de Rossellini, en Roma, y al volver impartió un seminario de quince días. Aquello cambió la vida del chaval de 14 años, que comenzó a devorar libros de semiótica y ensayos sobre el montaje, escribiendo críticas en un diario de Mallorca. Ya en Barcelona, estudió Geografía e Historia y se embarcó como actor en la compañía de Núria Espert. El conocimiento del oficio tras las cámaras se fraguó en mil labores: decorador, estilista, realizador de documentales y videoclips...
Una década después de su primer corto, 'Tras el cristal' (1987) reveló a un cineasta dotado para las atmósferas turbias y malsanas. Ahí es nada contar la enfermiza relación que se establece entre un joven y un antiguo torturador nazi confinado en un pulmón de acero. El filme fascinó en el festival de Berlín e inauguró la intermitente filmografía de un perro verde de nuestra cinematografía, al que no le ha quedado más remedio que reconducir los encargos a sus obsesiones.
'El niño de la luna', '99.9' y 'El mar' son filmes ajenos a modas, venerados por la crítica y reservados a los circuitos de versión original. Ahora que están de moda los 'fakes' o falsos documentales, bueno es recordar que, en 2002, Villaronga nos tomó el pelo con inteligencia en la fascinante 'Aro Tolbukhin. En la mente del asesino', pormenorizado recuento de los crímenes de un húngaro... que nunca existió.
«No recuerdo haber cometido un solo acto de crueldad, pero sé imaginarla», confiesa el director mallorquín, que paseó por el lado salvaje en los periodos de paro profesional. «Como no tenía nada que hacer, me convertí en noctámbulo. Conviví con las drogas, el alcohol y la muerte de gente muy próxima. Pero incluso así, no lo sentía como algo muy sórdido».
'Pa negre' también fue un encargo. Villaronga supo contemplar con una mirada libre de prejuicios la Guerra Civil y bordar un macabro drama que funciona incluso como historia de fantasmas, donde la miseria moral atenazan por igual a vencedores y vencidos. La fe budista, los viajes huida con mochila y una vida privada «rarísima» han ayudado a sobrellevar la travesía del desierto de este amante de la 'comida basura', que devora las alitas de pollo del Kentucky Fried Chicken. «No me molesta que me llamen maldito», confesaba a EL CORREO pocos días antes de que nueve Goyas finiquitasen su estatus de realizador de culto.