Un paseo muy marciano
Dos ‘astronautas’ caminaron ayer sobre un planeta rojo de mentira, como parte de un simulacro de 520 días que se lleva a cabo en Moscú
Actualizado:Fue un pequeño paso para dos hombres. Lo que no está tan claro es que se tratase de un gran salto para la humanidad. El ruso Alexánder Smoléyevski y el italo-colombiano Diego Urbina se pasearon ayer por Marte, colocaron las banderas de rigor –Rusia, China y la Agencia Espacial Europea–, recogieron unas muestras del suelo polvoriento e incluso pronunciaron sus discursos para la posteridad: Urbina recordó que «durante siglos los europeos estudiaron la Tierra guiados por personas como Colón y Magallanes», mientras que Smoléyevski, tirando para casa, dedicó la caminata al 50º aniversario del vuelo espacial de Yuri Gagarin. Después, se volvieron a su cápsula, donde les esperaba un tercer miembro de la expedición, el chino Wang Yue, el típico astronauta al que le toca perderse la parte más divertida del juego.
¿Cómo es que el mundo no ha estado pendiente de este logro? ¿Por qué no ha habido transmisión televisiva en directo con voz de Jesús Hermida? Principalmente, porque este Marte de andar por casa mide sesenta metros cuadrados y se encuentra dentro de un edificio bastante destartalado de Moscú. El suelo está cubierto de arena rojiza y su aspecto recuerda al cráter de Gusev, el lecho de un antiguo lago marciano donde se posó en 2004 el vehículo de exploración ‘Spirit’, pero Smoléyevski y Urbina, un médico y un ingeniero, trabajaron con gravedad terrestre y podrían haberse desembarazado en cualquier momento de su incómodo traje espacial de 30 kilos para irse a tomar unas cañas. El paseo marciano forma parte de ‘Mars500’, un proyecto que la Agencia Espacial Europea y la rusa Roscosmos pusieron en marcha en 2004, al que se sumó posteriormente China y en el que colaboran países como Estados Unidos o España. En esencia, viene a ser un ‘Gran Hermano’ científico que sí se toma en serio lo de la investigación sociológica: seis voluntarios –los ya mencionados, más los rusos Sujrob Kamolov y Alexéi Sitev y el francés Romain Charles– conviven en el espacio claustrofóbico propio de una misión espacial durante los 520 días necesarios para ir a Marte y volver, con el objetivo de estudiar qué tal se adaptan al aislamiento compartido.
La nave ‘despegó’ el 3 de junio en las instalaciones del Instituto de Problemas Biomédicos de la Academia de Ciencias rusa, encargado de organizar el simulacro. Desde entonces, los seis ‘astronautas’ conviven en un espacio reducido, del tamaño de un autobús, con módulos para hacer ejercicio y realizar experimentos. Sus camarotes, de tres por dos metros, tienen cama, mesa, armario y retrete, además de una ducha que solo pueden usar una vez cada diez días. Y no hay ventanas: «La falta de luz diurna es un gran reto –explicó a APMartin Zell, de la Agencia Espacial Europea–. También tienen que sobrevivir con la comida y el aire que tienen a bordo». De hecho, los expertos sostienen que un simulacro de este tipo puede resultar psicológicamente más duro que la misión real, ya que los participantes carecen de momentos de euforia o de peligro, con su liberadora descarga de adrenalina.
Con interferencias
En los 243 días de su estático viaje hasta la órbita de Marte, los seis tripulantes de la nave se han dedicado a ver películas, jugar al ajedrez y aprender expresiones en los idiomas de sus compañeros, además de celebrar la Navidad y dos años nuevos, el occidental y el chino. También han podido contactar periódicamente con sus familias a través de internet, aunque las comunicaciones son sometidas a interferencias y desfases que imitan a las habituales en una expedición espacial.
Siempre siguiendo el plan de la supuesta misión, Smoléyevski, Urbina y Yue se trasladaron la semana pasada a la cápsula de descenso, un habitáculo de 39 metros cuadrados, que entró en contacto con la superficie marciana el sábado. En su caminata de ayer, los dos primeros tuvieron éxito en su tarea de buscar con un magnetómetro dos artefactos colocados bajo el suelo por los organizadores. El viernes, les tocará salir a Smoléyevski y Yue, mientras que dentro de una semana el ruso volverá a pasearse con Urbina: será una ocasión especial, porque está previsto que uno de ellos finja lesionarse en una mano. La estancia marciana también les deparará una lluvia de meteoritos y una tormenta de arena. El sábado de la semana que viene, la cápsula despegará e irá al encuentro con la nave madre, donde los tres astronautas deberán superar una cuarentena de tres días antes de reencontrarse con sus compañeros. A lo mejor conviene insistir para evitar malentendidos: los vuelos y los despegues son solo una forma de hablar, porque el simulacro transcurre siempre dentro de las instalaciones del Instituto de Problemas Biomédicos, sin que aparatos ni personas se alejen en ningún momento de la acogedora superficie de nuestro planeta.
De verdad, en 2035
Les esperará entonces la parte más difícil de su experiencia: el retorno hacia la Tierra, otros ocho meses de enclaustramiento y monotonía en los que ni siquiera contarán con el aliciente de llegar a un Marte de atrezo. Uno de los responsables de la agencia espacial rusa, Vitali Davidov, defendió ayer la importancia de este simulacro de cara a una auténtica misión a Marte, que en su opinión podría ser factible en un plazo de 20 años, siempre que se produzca la necesaria cooperación internacional. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha manifestado en alguna ocasión su confianza en que vuelos tripulados orbiten el planeta rojo alrededor de 2035: «Después vendrá el aterrizaje en Marte. Y espero estar aquí para verlo», dijo el año pasado. Ante un reto tecnológico y económico de tal calibre, las sutilezas psicológicas de la convivencia humana pueden parecer una menudencia despreciable, pero los expertos sostienen que el experimento ruso tiene «gran valor de cara a futuros logros de la humanidad en el espacio», en palabras de Martin Zell, que ve a los seis hombres muy unidos:«Al cabo de un par de semanas, eran realmente un equipo, aunque con algunos altibajos temporales entre algunos invididuos».
Claro que las diferencias entre el simulacro y la realidad no se limitan exclusivamente a la fuerza gravitatoria de la Tierra. Los participantes en el proyecto ‘Mars500’, que cobrarán 72.000 euros cada uno, están legitimados para romper el contrato y abandonar la misión si se sienten superados por las circunstancias, como ha ocurrido en alguna experiencia anterior. De una nave real en marcha resultaría mucho más difícil apearse.