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A Rania le leen la cartilla

Los beduinos acusan a la reina de Jornadia de malgastar el dinero

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Rania tiene 40 años y usa la misma talla que lucía a los 29, cuando se convirtió en la reina más joven. No le hace mella el tiempo pero las tribus beduinas –el 40% de la población de Jordania– acaban de levantar una polvareda de efectos insospechados a largo plazo. «Hace una ostentación vergonzosa de su imagen personal. Ella, sus aduladores y los poderes que se concentran a su alrededor están robando el dinero del país y su población». Con esta dureza, se han despachado nada menos que 36 líderes de clanes muy influyentes en un comunicado divulgado por el portal Ammon News que terminó en manos de la cadena estadounidense CNN. Dicho lo cual, es probable que la figura elegante y sofisticada de la soberana pierda algo de brillo. O, al menos, parece lo recomendable: más vale que nade y guarde la ropa (y demás complementos). Sobre todo cuando se trata de modelitos de Chanel valorados en 40.000 euros, bolsos Birkin de Hermès, que rondan los 30.000, o zapatos de Prada inalcanzables para cualquiera que no esté dispuesta a gastarse 700 euros.

En el mundo árabe ya no corren buenos tiempos para lucir palmito en el papel ‘couché’, ya sea en un barco de lujo o el palco de honor del Palais Garnier, y muchísimo menos para derrochar el dinero de las arcas públicas. El expresidente autócrata de Túnez, Ben Ali, se vio obligado a dejar el poder ante la presión social, mientras la revuelta crecía en Egipto, y todo ello sin necesidad de que ningún energúmeno clamara contra Israel o EE UU. La juventud se limita a reivindicar un futuro digno y las clases medias, incapaces de llegar a fin de mes, no buscan ayatolás de ningún pelaje sino un salario superior a los 400 euros. O una Seguridad Social que cubra la sanidad. Y esto no ha hecho más que empezar.

«La crisis en Europa ha cerrado la tradicional vía de escape. La emigración ya no es una solución, así que ahora solo les queda una única salida... ¡Exigir cambios y mejoras en el propio país! La gente quiere división de poderes, libertad de expresión y democracia parlamentaria», enumera Haizam Amirah Fernández, investigador hispano-jordano de Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano de Madrid. La chispa de tanta inquietud y malestar social –que corre como la pólvora por redes sociales como facebook y twitter– ha prendido en varios pueblos y en otros ha empezado a calentar el ambiente. Normal que en países como Argelia, Yemen, Mauritania, Siria, Arabia Saudí... hayan puesto muchos dirigentes las barbas a remojar. En el caso de Jordania, el rey Abdalá II no dudó en destituir a su primer ministro, tras un mes de manifestaciones, y ha prometido reformas en el sistema electoral. No le tembló la mano –en los 12 años que lleva en el trono ya ha cambiado ocho gobiernos– pero queda por ver si modifica el peso de los votos, que siempre se inclina a favor de las zonas rurales. Un ejemplo: la papeleta de un ciudadano de la capital, Amán, equivale al 25% de la que tiene un residente en el pueblo de Ma’an, en la Jordania más profunda. No hay ninguna proporcionalidad, de ahí que los resultados electorales siempre se escoren hacia el conservadurismo ideológico y religioso de los clanes de origen beduino.

Este sector de la población, tradicional y muy monárquico, trata con auténtica reverencia a la dinastía de los Hachemitas, a la que pertenece Abdalá II. A sus ojos, no hay nada mejor que pertenecer a la misma tribu del profeta Mahoma. Por eso, han acabado aceptando que el actual soberano sea hijo de una inglesa –su madre se llamaba Antoinette Avril Gardiner– y fuera bastante tarambana en su juventud. Amante de los coches y la compañía femenina, solo se moderó cuando su padre, el rey Hussein, lo eligió como legítimo sucesor en 1999, por delante de su propio tío que acumulaba una amplísima experiencia como regente. A partir de entonces, como máximo responsable de las fuerzas especiales jordanas, supo ganarse el respeto del Ejército y, por consiguiente, de un país que tiene en mucha consideración la profesionalidad de sus soldados. Aun así, todo hay que decirlo, no había más alternativa que asumir la coronación de Abdalá II de buena gana. En Jordania se considera un delito grave poner en solfa al monarca aunque, eso sí, con la soberana se permiten más libertades. Máxime si es una palestina, nacida en Kuwait y licenciada en Gestión de Empresas e Informática por la Universidad Americana de El Cairo. Da igual que sea políglota, altruista –a la cabeza de varias fundaciones en favor de los derechos del niño y la mujer– y proyecte una imagen moderna que favorece las relaciones internacionales. Muchos se quedan con un solo detalle: es palestina. Veamos por qué.

El pueblo del malogrado Yasser Arafat constituye cerca del 70% de los residentes en Jordania –llegados en sucesivas oleadas desde la guerra árabe-israelí de 1967– y no todos poseen la nacionalidad jordana. La relación entre los ciudadanos de linaje beduino y los palestinos no es todo lo amigable que se podría esperar: desde el llamado ‘septiembre negro de 1970’, los compatriotas de Arafat tienen vetado el acceso al ejército y a los puestos directivos de la administración. Tampoco se les quiere en el Gobierno. Y todo a raíz de los conflictos con la OLP –asentada en Jordania y deseosa de hacerse con el poder del país–, que se saldó aquel fatídico septiembre de 1970 con la muerte de 3.000 guerrilleros palestinos a manos de las Fuerzas Armadas.

Delitos de ‘honor’

Con estos antecedentes, ahora resulta que deben respeto a una reina palestina que aspira a conceder la nacionalidad jordana a los hijos de madre jordana y padre palestino. Algo inaceptable para la población beduina, temerosa de un desequilibrio poblacional que la deje en minoría.

La xenofobia, los prejuicios y un machismo muy arraigado (los tribunales aceptan los delitos de ‘honor’, moderando las condenas a maridos y padres homicidas) encienden los ánimos: se ha llegado a insultar públicamente a la reina. «¡Divórciate de esa y te daremos dos de nuestras mujeres!», le espetó un grupo de hinchas al rey Abdalá en un partido de fútbol que tuvo lugar en 2009.

Aquel encuentro de la liga local se suspendió pero ya no resulta tan fácil callar a los descontentos. El pragmatismo de la nación jordana –siempre se las ha arreglado para quedar bien con EE UU, Israel y los palestinos– era una virtud propia de las élites, ese 10% que detenta el 50% de la riqueza y manda a sus hijos al exclusivo colegio inglés de Eton. Los demás aguantaban y