Dilma, entre el suelo y el cielo
La incorporación de Brasil al Consejo de Seguridad de la ONU podría aportar una mayor estabilidad mundial, aunque sus vecinos latinoamericanos no parezcan muy entusiasmados
DIRECTOR ADJUNTO DEL OBSERVATORIO DE POLÍTICA EXTERIOR (OPEX) DE LA FUNDACIÓN ALTERNATIVAS Actualizado: GuardarLas recientes inundaciones en Brasil se llevaron por delante terrenos y casi un millar de víctimas: también han puesto al descubierto los males urbanísticos y de infraestructuras del país. No es la mejor manera de inaugurar una presidencia: a Dilma Rousseff la visión de la catástrofe quizá le haya servido de seria advertencia de que el camino que su país debe recorrer hasta llegar a constituirse en una verdadera potencia es largo y se halla minado de dificultades. Pocos gobernantes van a experimentar las contradicciones de una potencia 'emergente' y simpática, de asombroso crecimiento económico y proyección exterior, como Dilma. Faltan tres años para la celebración de la competición mundial de fútbol de 2014, y muchas cosas van a recordarles a los brasileños que, como los emperadores romanos, no son dioses. Dilma ha empezado de la manera más humilde, prometiendo «acabar con la miseria» en la que malviven casi veinte millones de personas.
Entre el suelo y el cielo: el reinado del metalúrgico Lula, el 'pulpo' que extendió sus tentáculos por el mundo de los emergentes y de los pobres, se ha quedado, sin embargo, a las puertas del más inaccesible club de los poderosos: el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde se sientan los cinco con derecho a veto: EE UU, Francia, Reino Unido, Rusia y China (nadie de Latinoamérica). En el inmenso cielo carioca se abren dos grandes interrogantes. El primero es: ¿realmente está cualificado Brasil para entrar en el club?
Las deficientes infraestructuras y la escasa cobertura en educación y sanidad, son dos aspectos clave a solucionar por el nuevo equipo de gobierno. Mientras no se ponga rumbo firme a su solución va a ser difícil que a Brasil se le tome del todo en serio: como nuevo candidato, tiene que soportar una carga de la prueba mucho mayor que otros, como chinos y rusos, que padecen de problemas similares, cuando no peores. En el otro lado de la balanza se halla su imparable crecimiento (en 2011 alcanzará el 7,5 %, tres puntos por encima de la media latinoamericana) y su gran atractivo para los inversores, empezando por China. Además, cuenta con su gente: un capital humano en explosión, con un núcleo de creciente comunidad científica y capacidad tecnológica propia.
La segunda cuestión es: ¿van los demás a dejar a Brasil subir al cielo del Consejo? Ésta será la gran prueba para un país que presume, con razón, de la brillante diplomacia de Itamaraty. La presidenta ha colocado a su frente a Antonio Patriota, un veterano diplomático, antiguo embajador en Washington en los tiempos de Bush Jr., con experiencia en organismos internacionales y que por tanto responde claramente a una ambición globalista. Cabe adivinar un acercamiento a EE UU al tiempo que se ponen distancias con otros, por ejemplo, el díscolo presidente iraní Ahmadinejad. Este repudio de las 'amistades peligrosas' impulsadas por el anterior canciller, Celso Amorim, sin duda podría estar anunciando una actitud de mayor responsabilidad en el tratamiento de ciertos asuntos internacionales como es el caso de la proliferación nuclear.
Otro asunto importante que puede ayudar a la nominación brasileña por parte de las potencias occidentales es la defensa activa de los derechos humanos: Dilma ya había denunciado antes de tomar el cargo las «prácticas medievales» del régimen iraní, y criticó la posición de su país de no condena en Naciones Unidas. De momento, la pena de muerte con lapidación a otra mujer, Sakineh Ashtíani, acusada de adulterio y homicidio, ha sido suspendida gracias a su mediación. Puede que no sea el único caso donde Dilma va mostrarse activa. Por de pronto, a ojos del resto de Occidente, es un éxito sin precedentes.
Ciertamente, EE UU no parece muy dispuesto a ayudar, si no es a cambio de algo. A pesar de que ambos son grandes democracias, y la sintonía con el presidente Obama, existe una rivalidad inevitable. Aunque Brasil (junto a India) cuenta con un apoyo retórico de Rusia y China para lograr un 'rol mayor' en Naciones Unidas, Obama, que ha declarado su apoyo a Nueva Delhi en esto, mantiene por el momento un significativo silencio respecto a la candidatura brasileña. Los contenciosos bilaterales con la potencia del Norte han existido hasta Lula: respecto el dossier nuclear iraní, las subvenciones al algodón, o los biocombustiles. Pero una gran alianza política EE UU-Brasil impulsaría una agenda favorable hacia los países en desarrollo, en seguridad alimentaria (los dos son los mayores exportadores de alimentos mundiales, por encima de Canadá y Australia), o en los Objetivos del Milenio para la erradicación del hambre. En cuanto a la energía nuclear, habrá de conjugarse un margen propio para programas de enriquecimiento de uranio que no lleve parejo alianzas peligrosas con personajes de escaso prestigio internacional. Dilma dispone de espacio para llevar todos esos temas a los foros de gobernanza global como el G-20 o Naciones Unidas, como parte de un debate multilateral.
Así pues, ¿la incorporación de Brasil al Consejo de Seguridad podría traer más estabilidad y paz al mundo? Sin lugar a dudas, sí. Un problema no pequeño es que hay muchos otros haciendo cola desde hace tiempo -también alemanes o japoneses. Sus vecinos tampoco parecen entusiasmados de momento: México se opone y otros países latinoamericanos prefieren un asiento rotatorio regional para América Latina, seguramente porque aún no ven claro los beneficios del liderato brasileño. Pero si Dilma acierta, Brasil avanzará rápidamente hacia esa meta.