De talantes y carismas
Nunca pensé que echaría de menos a un político previsible
Jerez Actualizado: GuardarUn poco harto ya de carismas y talantes que esconden lo que no se tiene, me apunto a la normalidad. Deseo que vuelva la normalidad a nuestras vidas, y muy especialmente a eso que llamamos la política y en la que todo cabe, desde una declaración, un pacto social, un cruce de acusaciones en el Congreso…y un partido de fútbol. Los españoles denostamos la política y a los políticos, pero no podemos pasar sin ellos. Son, seamos sinceros, algo parecidos a un árbitro en el terreno de juego. Se les puede llamar de todo sin que te pase nada y sin que el que insulta se sienta un cobarde.
El último barómetro del CIS no habla muy bien de ellos. Zapatero y Rajoy rozan niveles de desconfianza alarmantes. La encuesta es demoledora con Zapatero, agotado, amortizado e ido, y preocupante para Rajoy, inactivo, dubitativo y presto a llegar. Del primero el 80,7% dice tener poca o ninguna confianza. Del segundo, el 78,8%. ¿Dónde vamos con estos argumentos? Da un poco de reparo hacerse una pregunta así, y sin embargo no queda más remedio.
En el PSOE suena música de despedida. Hasta Rubalcaba, el político más completo y audaz, muestra desdén cuando le preguntan e interpelan y, lo que es peor, empieza a mostrarse nervioso. Es un hombre inteligente, pero no puede con todo al mismo tiempo: el CIS, el ‘caso Faisán’, el paro, los bandazos de Zapatero, la rebelión de las autonomías agraviadas por el trato a Cataluña. Zapatero no tiene nervios, y si los tiene no importan. Su carrera política se acabó el mismo día que olvidó su programa. Ante los suyos mantiene que su política es de izquierdas, lo que tiene verdadero mérito, porque sólo unos pocos son capaces de mentir con tanta naturalidad. Claro que para eso es necesario un principio inexcusable: creerse las propias mentiras. En esas está el presidente, y en eso han estado todos los inquilinos de La Moncloa en su fase crepuscular.
Si la alternativa es el talante, –¿qué fue de él?– y la normalidad, escarmentado me quedo con lo último. Si hay que elegir entre el carisma y el aburrimiento, me sigo quedando con lo último. No me da miedo el aburrimiento y muchos menos la normalidad. De carismas y talantes uno está ya harto. La política es aburrida, la normalidad por lo general también. Si he de elegir, venga cuanto antes el aburrimiento; alguien que con pinta de funcionario probo permita que pueda vivir un día sin poner la radio por la mañana. Alguien que haga lo imposible: que durante unas horas no pase nada. O casi nada. Y sobre todo, pidamos que al frente de este país se ponga alguien capaz de mantener una palabra. Nunca pensé que echaría de menos a un político previsible. Empiezo a creer que tal y como están las cosas es a lo único que podemos aspirar. Previsible, normal y aburrido. A estas alturas el partido me da igual. Se lo juro.