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Un piloto con mucha fe
Kubica, que lleva grabado en el casco el nombre de Juan Pablo II, llegó a la F-I con un equipo, el Epsilon- Euskadi
Actualizado: GuardarNo mucha gente sabe que Robert Kubica, el piloto de Fórmula 1 que se accidentó el domingo en un rallye en Italia, consiguió su pasaporte al Olimpo del automovilismo integrado en el seno de un equipo español. El polaco fue fichado en 2005 por el catalán Joan Villadeprat, antiguo jefe de mecánicos de Prost y Schumacher, para pilotar uno de los coches de Epsilon-Euskadi en las World Series, una de las antesalas de la F-1. Kubica no desaprovechó la ocasión y se hizo con el título tras dominar el campeonato con mano de hierro. «Es un piloto extraordinario y un profesional ejemplar, pero sobre todo es una buena persona», dice su antiguo patrón.
El piloto polaco aterrizó hace seis años en el equipo Epsilon-Euskadi, que por entonces tenía su sede en la localidad guipuzcoana de Azkoitia. Villadeprat le consiguió un alojamiento en Urrestilla, un barrio que forma parte de lo que se conoce como la Guipúzcoa profunda, un territorio eminentemente rural en el que el euskera es la lengua dominante. Nacido en la muy católica y conservadora Cracovia, la ciudad de Juan Pablo II, Kubica se adaptó enseguida al nuevo entorno e incluso hizo sus pinitos con la lengua vasca. «Estaba como pez en el agua y decía que había muchas cosas que le recordaban a su país natal». Los vecinos de la zona todavía le recuerdan haciendo ‘footing’ a todas horas y machacándose por los senderos a lomos de una bicicleta de montaña, actividad que es junto a los rallyes una de sus principales pasiones.
Un ‘cremat’
A Kubica le ‘pone’ cualquier cosa que tenga ruedas y con la que se pueda correr. «Es lo que en catalán conocemos como un ‘cremat’, un auténtico quemado», apunta Villadeprat. Eso explica que cuando firmó el año pasado el contrato para correr con Renault, exigiese la inclusión de una cláusula que le daba luz verde para participar en otras competiciones. Por lo general, los equipos exigen a sus pilotos que se mantengan alejados de los deportes de riesgo, una forma como otra cualquiera de salvaguardar su ‘inversión’. Los franceses, sin embargo, accedieron a la solicitud en un gesto que honra su espíritu deportivo, aunque probablemente no vuelva a repetirse. El director de Renault, Eric Boullier, justificaba ayer la decisión con estas palabras: «Robert adora los rallyes y nosotros sabíamos los riesgos que eso entrañaba, pero cuando le contratamos no queríamos un robot o un hombre de empresa, sino un piloto».
A Kubica, desde luego, no hay quien le discuta su condición de piloto vocacional. Mientras el resto de sus compañeros ponen tierra de por medio en cuanto se bajan de un monoplaza refugiándose en playas paradisiacas o fiestas exclusivas, el polaco apenas tiene tiempo de cambiar un mono por otro para irse a entrenar el tramo de algún rallye de segunda categoría. Incluso hay quien dice que el principal problema de Kubica para triunfar en la F-1 es precisamente su distanciamiento de las actividades que hacen que lo rosa gane cada día más terreno sobre lo deportivo.
Pero es que Kubica representa la antítesis de la frivolidad que tan al alza se cotiza en la F-1. Es el único piloto del ‘circo’ que no tiene reparos en declararse abiertamente católico y que lleva en el casco el nombre de su compatriota más ilustre, Juan Pablo II. En Polonia, donde es un ídolo, se llegó a publicar que iba a ser llamado por el Vaticano a declarar en la causa por la beatificación del anterior Papa. La justificación: que sólo la mano divina movida por mediación del expontífice explicaría su ‘milagrosa’ salvación tras el sobrecogedor accidente que sufrió contra un muro en 2007, en Canadá. Ironías del destino, el único católico de toda la parrilla ha ido a estrellarse ahora precisamente contra una iglesia.