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El gurú que ganó Roland Garros

Hace 25 años, Yannick Noah triunfaba en el tenis. Y en 2010 ha seguido ganando: ha hecho más dinero como cantante que en toda su carrera en la cancha

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El 5 de junio de 1983, un chaval de 23 años llamado Yannick Noah machacaba a Mats Wilander en la final de Roland Garros. Hijo de una profesora blanca de las Ardenas y un jugador de fútbol camerunés, nieto de un tirador senegalés de la Segunda Guerra Mundial, largo, fino, rápido, mulato y francés, era el símbolo victorioso de la Francia mestiza. Al día siguiente, el periódico deportivo ‘L’Équipe’ publicaba un titular enorme: «Ha nacido una estrella».

Un cuarto de siglo después, la estrella aún no se ha apagado, aunque su cuerpo no esté ya para recorrerse una pista de tierra batida. Ahora Yannick Noah corre por el bosque, hace yoga en Katmandú, medita observando cómo giran los peces en el estanque de su casa y arrasa con sus discos. A su edad –medio siglo–, es el artista francés que más dinero ganó el pasado año, según la revista ‘Challenges’, que cifra sus ingresos en 3,8 millones de euros. Si es mucho o poco, basta decir que Noah ha cobrado más que el mismísimo David Guetta, que se ha llevado 3,2 millones. La música le ha dado en solo un año más pasta que el tenis en toda su carrera, con la que se estima que acumuló 2,5 millones de euros (de los de hace un cuarto de siglo, claro).

Por aquellos días, en la televisión, Joseph Pasteur le preguntaba si no era muy joven para llevarse semejante dineral. «El dinero es la recompensa a todas las horas que paso en la cancha», retaba el entonces tenista ante un coro de entrevistadores.

‘Frontières’ es su último álbum, una mezcla de rock y funk-reggae del que ha vendido 400.000 copias hasta el momento, la última creación desde que en 1990 colgara la raqueta y se reconvirtiera en un as del micrófono. Noah siempre ha sido un personaje. Tenista, comediante, actor, cantante... Hoy es deseado por las agencias de publicidad, que se rifan ese aire de padre ‘cool’ para anunciar la ropa deportiva de Le Coq Sportif o una línea de cosméticos de Bourjois.

No se trata de que Noah haya sabido vivir de los réditos de su saque. Sigue generando un dineral a través de cualquier negocio, aunque no deje de lado la labor humanitaria que arrancó cuando ganó la final de su vida. Al día siguiente, fundó junto a su madre una ONG bajo el nombre de Los Niños de la Tierra, a la que dedica un mes y medio al año.

Una familia de éxito

Sigue midiendo un metro noventa y tres de altura, pero ahora luce rastas, sombrero, gesto desenfadado y el nombre de sus cinco hijos tatuados alrededor de su bíceps derecho. El mayor, Joakim, mide 2,11 metros y es una de las estrellas de los Chicago Bulls. También tiene otra mujer –Isabelle Camus, hija del exproductor de Johnny Hallyday– y un cierto aire de activista de izquierdas. En 2005 se le fue la lengua: «Si gana Sarkozy, me piro», y se fue a Nueva York, donde vivió la esperanza en la política en las carnes de Barack Obama. Pero volvió.

Sin rencores. No caben en él posibles contradicciones, las disuelve con toda naturalidad. «Yo soy de izquierdas. Y gano dinero. Vuelo en ‘business’, pero cuando en el aeropuerto veo a seis polis arrastrando por los pies a un tipo, soy negro». De su mestizaje ha hecho una bandera de amor, más que de violencia, un mensaje casi profético: «Mi padre quería a mi madre. Nací de esa unión. Por eso, negros y blancos, amaos los unos a los otros. Yo creo en eso», comentó en una entrevista a ‘Libération’.

En Francia, algunos no se lo perdonan y le recuerdan que es un hombre que «solo» ha ganado un Roland Garros. Pero son pocos. El país está literalmente rendido a su aire de místico sencillo de a pie de acera. De tío normal. Con esas cartas, las encuestas dicen que es el personaje más querido por los franceses. Podría presentarse a candidato y entrar en la carrera al Elíseo.

En Camerún ha ocupado puestos honoríficos con el gobierno de Paul Biya, y confiesa que ha barajado la opción de hacer carrera política en Francia. «Se me ocurre por la mañana, a veces, cuando me afeito». Y rápidamente puntualiza: «Nunca podré. El boato no va conmigo».