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¿Por qué son tan caras las patatas?

El tubérculo es el producto de la cesta de la compra que más ha subido en el último año, un 17,5%

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Se sienta a la mesa de pobres y ricos, alimenta a humanos de todas las razas y a cerdos de todo el mundo y hasta puede desequilibrar las estadísticas del IPC y disparar la inflación en países como España. Ese sencillo tubérculo que trajeran del Perú, en el siglo XVI, el aventurero extremeño Francisco Pizarro y su compañero sevillano Pedro de Cieza, no sabe de leyes, pero el tiempo lo ha convertido en un producto imprescindible en la alimentación diaria de cientos de millones de personas. Sus cualidades nutritivas, sus infinitas posibilidades gastronómicas –lo mismo sirve como primer plato, de guarnición, tapa, postre o para elaborar el vodka– convierten a la patata en la reina de la mesa. Y el precio la acompañaba... hasta ahora. Los últimos datos de enero adelantados por el Instituto Nacional de Estadística colocan este producto entre los alimentos que más se han encarecido en un año. Un kilo cuesta hoy en torno a un euro. El IPC confirma que 2010 cerró con una subida de la patata del 17,5%, sin contar el repunte experimentado el pasado enero. El Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, más cauto, fija la subida en el 12% en doce meses.

Las causas del incremento del precio de este alimento básico, inagotable fuente de recetas, son múltiples. «Que nadie se alarme, se veía venir», espeta Jesús Carrión, presidente del Consejo Sectorial de Patata de la Confederación de Cooperativas Agroalimentarias de España. Andalucía no pudo sembrar el año pasado por estas fechas la patata temprana (dedicada en gran parte a la exportación) debido a la lluvia, el clima redujo la producción en toda España, y Castilla y León, principal productora, recogió hasta el 15% menos. Como en Europa ha sucedido lo mismo, la demanda supera a la oferta y Francia, la primera exportadora de estos tubérculos a España, ha atendido antes las necesidades de Alemania, Rusia (desabastecida por su severa sequía) y los países del Este. Estos días entran patatas francesas, pero más caras.

Los almacenistas, pocos en España por los costes que requiere este proceso, agotan sus existencias, y las cadenas distribuidoras, que contratan a los agricultores para la industria de la transformación –«al precio que te imponen», matiza Carrión–, las buscan donde pueden. Estas circunstancias, unidas a la falta de la regulación del sector, propician el abandono paulatino de la siembra en nuestro país. Las 83.700 hectáreas sembradas en 2009 bajaron hasta las 77.000 el pasado año y la producción cayó en unas 400.000 toneladas, el 7% menos. El precio de la patata escapa a cualquier OCM, organización que, según Carrión, «ni existe ni existirá, porque Francia y Holanda quieren quedarse con el mercado español, que ya están copando a través de sus cadenas comerciales».

Así está el panorama patatero, bastante crudo. Y especulativo, como reconocen hasta los envasadores y comercializadores del Club Ibérico de Profesionales de la Patata. Su presidente, Roberto Ruiz Infante, señala a la agencia Efeagro que es un sector «sensible y con un componente especulativo importante».

Dice la Unión de Pequeños Agricultores (UPA) que para arreglar la situación, los españoles han de entonar el ‘mea culpa’. El secretario en Castilla y León de esta organización agraria, Julio López, elogia la organización de los productores y distribuidores galos y envidia el «mayor apoyo» que les presta el Elíseo. «Aquí tenemos una mesa nacional que solo se reúne en casos de crisis. El sector necesita con urgencia la creación de infraestructuras, sobre todo para almacenar el producto», apunta con cierto escepticismo.

Adaptar los cultivos y optimizarlos es la otra cara de la moneda de la supervivencia. Neiker Tecnalia, Instituto Vasco de Investigación y Desarrollo Agrario, referente nacional, lleva décadas indagando en ello, o más de siglo y medio, ya que fue en 1851 cuando se creó el centro, que evolucionaría al ritmo del cambio de administraciones. Curiosamente, fue la Diputación Foral de Álava la primera institución que reguló el cultivo legal de la patata en una zona propicia para la producción de semillas para la siembra. Neiker desarrolla en la actualidad un nuevo sistema de cultivo denominado aeropónico, que deja el tubérculo al aire y lo libera así de las plagas de pulgón y de otras enfermedades que pueda adquirir en contacto con la tierra.

Además de investigar con variedades resistentes a los virus, ha abierto una línea innovadora para servir papas de diversos colores y tamaños en los restaurantes, «como están demandando los consumidores», explican fuentes del Instituto. Ya no solo es el sabor, sino la presencia, el color, el tamaño, lo que entra por los ojos. Para este proyecto han importado algunas de las especies que se cultivan en la cordillera andina.

En Estados Unidos, un equipo de científicos se emplea a fondo en la creación de patatas transgénicas capaces de vacunar contra enfermedades infecciosas, según revelaciones de la revista ‘Nature Biotechnology’. Esos tubérculos han logrado inmunizar a ratones contra los microorganismos responsables de trastornos digestivos severos (gastroenteritis), que azotan a la población infantil de los países subdesarrollados.

Planta demonizada

La patata puede arreglar el mundo. Algo impensable para los indígenas aimaras y quechuas que la cultivan en el altiplano andino desde hace 8.000 años. La ONU está convencida de sus bondades nutritivas y de que puede ahuyentar el hambre ante el agotamiento de los recursos naturales y las previsiones de que la población del planeta aumente en otros 100 millones más en 2020. De hecho, Asia ya ha desbancado a Europa como primer productor mundial. China y la India acaparan dos tercios de la producción. Una de las ventajas de este producto, de regadío o secano, consiste en que se adapta a los climas de todos los continentes, no como el arroz, que requiere condiciones especiales.

Lejos quedan los siglos XVI y XVII en los que la planta fue demonizada y hasta se creía que causaba lepra y tuberculosis. Solo los cerdos podían tragársela. El farmacéutico Antoine Parmentier (1737-1813) demostró su utilidad como alimento. En Irlanda ya se cultivaba, pero en España y Francia se usaba como adorno. Parmentier no pudo convencer a Luis XVI de sus propiedades. Su mujer, María Antonieta, prefirió lucir en su pelo la flor de la patata.