La palabra, en el tiempo de la historia
GRAN PREMIO CHAPULTEPEC (2009)Actualizado:La libertad de expresión es, como enunciado genérico de las sucedáneas libertades de conciencia, de pensamiento, de palabra, de opinión, de imprenta, de prensa, de información, una de las verdades históricas que fragua la Ilustración. Ella acelera, con ritmo distinto y a tenor de las realidades locales respectivas, el tiempo de las revoluciones modernas y, desde Cádiz, el nacimiento del constitucionalismo liberal y el periodismo político.
En su apasionante Ensayo sobre la aceleración de la historia, el filósofo Daniel Halévy afirma que «toda verdad tiene su momento». Lo hace para destacar que las ideas humanas, de suyo numerosas y humanamente exponenciales, son pequeñísimos fragmentos que van quedando y que va expulsando hacia sus orillas el caudaloso río de la historia.
La valoración apropiada acerca de las Cortes de Cádiz de 1812, exige, por lo mismo y como lo creo, tener presente que «la libertad de prensa es la que le da una fuerza temible» a su labor constituyente fundacional, conforme al tiempo gaditano y según su ritmo propio.
Oteando en el tiempo de la historia y en sus diferentes ritmos, piénsese, de cara a la circunstancia temporal del Cádiz de las Cortes que hace posible la libertad de pensamiento y de imprenta para España, Italia, Portugal y parte de Iberoamérica, que en el pretérito latino un Galileo Galilei enfrenta, por sus afirmaciones y creencias, al Santo Oficio de la Inquisición. Dado lo cual es un emblema, su caso, que realza luego la honda fractura y la aceleración que tiene lugar luego en cuanto al tiempo de la historia, justamente por obra de un cambio de juicio histórico acerca del valor del credo y de la expresión libres.
Existe una marcha desigual en los tiempos de la historia y a pesar de su perspectiva universal, no cabe duda. También en la capacidad o ritmo mayor o menor para la generación de las ideas que nacen de la experiencia. Y la estima relativa y diferencial que el tiempo -amén de sus ideas- tiene en unos u otros espacios de la geografía humana hace relación directa con un elemento invariable: el pensamiento, la razón hecha palabra, su divulgación, su capacidad para formar opinión, y la creciente o decreciente preocupación que por ella, por la palabra como expresión del pensamiento, tienen o no los albaceas del poder político en cada momento de la misma historia.
La libertad de palabra hace parte de la libertad cívica de los romanos. La libertad de conciencia, o el reconocimiento de la autonomía de la norma moral frente a la preeminencia del Derecho, es el elemento determinante de la Reforma y de su reivindicación de la libertad interior frente a las injerencias dogmáticas y coactivas de la religión hecha política, características de la unidad teológico-temporal en el Medioevo. Y corresponde a la modernidad promover la libertad intelectual, de pensamiento o de entendimiento, como presupuesto necesario de la emancipación económica y política, y del «progreso cognoscitivo, para la aproximación de la especie humana a la verdad».
«Nuestra época es [...] la de la crítica», lo dice Enmanuel Kant antes de recordar, a propósito de la religión y de la política, que sólo pueden alcanzar un respeto sincero si son capaces «de resistir un examen público y libre». Y refiriéndose a la verdad - y a su momento histórico, según la cita- da mención de Halévy, aquél filósofo del Siglo de las Luces es preciso al predicar la unidad del pensamiento y de la expresión comunicada e intersubjetiva, en otras palabras, la libre confrontación de las opiniones como la única que permite ponderar los contenidos ciertos de la verdad.
¿A manera de ejemplos y en las antípodas, Voltaire o Robespierre son simples conspiradores en su época? Quizás si, quizás no. Pero aquél si es, para la Revolución Francesa, quien prepara el espíritu crítico de sus hombres frente a la tradición: «nos enseña a todos a pensar», afirma el Rabaut-Saint-Etienne; del mismo modo que M. De Robespierre -genio francés de la maldad, paradójicamente- deviene en uno de los defensores más ardientes de la libertad de comunicación de los pensamientos y de las opiniones, siguiendo al modelo americano y como condición necesaria para el logro de la libertad.
De suyo, la Declaración de 1793 le hace espacio a una aclaratoria preventiva del texto del artículo once de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 que consagra la libertad de hablar, escribir, e imprimir libremente: «La necesidad de enunciar tales derechos, supone la presencia o el recuerdo del reciente despotismo».
La Revolución Gaditana, por ende, dentro de sus peculiaridades y ritmos, asume como prioridad constituyente y para acelerar su historia a la libertad de imprenta o de prensa, por juzgarla condición fundante de la libertad y su sostenimiento. Y ese, justamente, es su mayor aporte a la contemporaneidad, cuando en pleno siglo XXI la libertad de prensa se afirma como columna vertebral de la democracia.