Declaración de bienes
Actualizado: GuardarEl comedido ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, quiere sacar a la luz 150.000 empleos de la economía sumergida, que son precisamente los que permite que España siga saliendo a flote, aunque este con el agua al cuello. Es sin duda un loable empeño, en una época donde hay tan pocas cosas dignas de alabanza. A los pobres siempre ha habido que ajustarles las cuentas. Más arduo es que las muestren los potentados, sobre todo si son recientes y deben su caudal al río revuelto de las políticas autonómicas. El juez del 'caso Gürtel', que se merece la medalla del Trabajo, ha investigado las posesiones de Francisco Correa, considerado como el jefe de la trama. Un tipo insaciable. Posee 23 fincas, 30 casas, 22 coches, 15 garajes (lo que obliga a dejar algunos a la intemperie) y dos barcos. Hay gente, afligida por hidropesía económica, que acumula y acumula líquidos serosos, confundiéndolos con la liquidez bancaria.
No estoy demasiado familiarizado con los estudios de patrística, esa difusa ciencia que tiene como objeto conocer la doctrina y las obras de los denominados Santos Padres de la Iglesia. Cuando me asomo a ellos, siempre por curiosidad, me ha dado vértigo. El trastorno del equilibrio no me ha impedido admirar a algunos de aquellos señores antiguos que consideraron la opulencia como algo ofensivo. Creo que fue San Eulogio (no me hagan mucho caso en eso, como en nada) el que dijo: «rico, o ladrón, o hijo de ladrón».
Mucho tiempo después, un escritor de origen judío, Leon Bloy, se atrevió a conjeturar la opinión que Dios debía de tener del dinero: «no hay más que mirar a la gente a quienes se lo da».
A algunos no hace falta que se les promocione, ya que ellos se encargan de robarlo. El magistrado del Tribunal Superior de Valencia tiene interés en sentar a Camps en el banquillo, aunque se le arruguen los numerosos trajes. No es un asunto menor. España sería distinta si hubiera menos ladrones.