Mubarak quiere seguir a cualquier precio
El primer ministro atribuía los disturbios provocados por los matones partidarios del presidente a «un error de seguridad» El régimen egipcio simula ofrecer diálogo que la oposición rechaza mientras aumenta la represión
EL CAIRO. Actualizado: Guardar«Sabemos que si entran hasta aquí nos van a matar, pero si morimos, Mubarak tendrá que irse, así es que nos quedaremos hasta el final». La resistencia de los opositores era anoche titánica en la plaza de Tahrir diez días, decenas de muertos y 36 horas después de que su reclamación de cambio fuera atropellada el miércoles por la furia rabiosa de una hueste de 'baltaguiya', los mercenarios pagados por el régimen, que al cierre de esta edición seguían combatiendo por conquistar el corazón de El Cairo, que pide el fin del tirano.
En la atmósfera de la capital llegó a mascarse la pólvora de las cargas militares al aire tratando, a veces con éxito, a veces en vano, de frenar el enfrentamiento entre los bandos y el avance a garrotazos del colérico frente de partidarios del presidente, algunos ya encapuchados, que se parapetaron en los accesos para arrojar trozos de asfalto, cócteles molotov y una bilis desatada contra todo lo que se les ponía por delante. A golpes contra unas planchas de hierro que sacaron de no se sabe dónde para atrincherarse, formaron un estruendo de tambores de guerra que ni en lo más furibundo de su ruido consiguió tapar el canto de la plaza de «fuera Mubarak, la gente quiere echarte».
La determinación por sacudirse al presidente y sus tres décadas de leyes de excepción en Egipto está siendo más fuerte que el miedo. «Cómo vamos a estar asustados, aquí somos cientos y cientos», explicaba con una demostración de optimismo Tarek Shalaby en el llamado 'campamento de la libertad', el reducto de tiendas instaladas en el círculo de Tahrir que los jóvenes activistas han convertido en fortaleza, dormitorio y lugar para darse energías en terapia de grupo.
«En ningún momento ha sido nuestro comportamiento -añadía-, todos los medios del mundo lo han visto, pero si nos tiran una piedra la devolvemos, nos tapamos la cabeza con un cartón para esquivarlas, si vienen a por nosotros iremos a por ellos, pero hagan lo que hagan, vamos a vencer». La logística estaba en marcha. «Tenemos comida y bebida de sobra para los que estamos aquí», aseguraba el activista. Aunque a medida que transcurría el día el Ejército -el agente más imprevisible de cuantos están sobre el terreno- empezó a impedir a los egipcios que se sumaban a la manifestación continua de la plaza acarrear víveres.
Huida hacia adelante
Al Gobierno de Mubarak se le ha ido de las manos su contraofensiva descabellada de empujar a sus secuaces, y con ellos a un ciclón de perdularios a sueldo, contra la población contraria al régimen. Ayer abundaban las informaciones de testigos que seguían asegurando haber encontrado carnés policiales en los bolsillos de muchos alborotadores atrapados. En la huida hacia delante de un poder deslegitimado, acabado, que pelea ya con cualquier herramienta a su alcance para mantenerse, el primer ministro Ahmed Shafiq atribuía ayer los disturbios provocados por los matones a un «error de seguridad».
«Se está investigando todo lo que pasó (el miércoles) para que el pueblo sepa quién está detrás y si ha sido un error intencionado o no», decía Shafiq en la televisión estatal, donde también se refirió a las cuadrillas de caballos y camellos que -sin impedimento de los soldados- irrumpieron al galope en la plaza de Tahrir embistiendo a los activistas que encontraban en su camino.
«Este es un asunto muy grave que no acepta nadie que ame al país. ¿Quiénes son los que entraron allí y quiénes son los que habían planteado eso?», decía. Un sitio Facebook, como informó este diario, denunciaba que fue un parlamentario del Partido Nacional Democrático de Mubarak quien contrató a los jinetes, los mismos que alquilan sus monturas a los turistas que visitan las pirámides.
«Somos hermanos, no nos vamos a matar por una diferencia de opiniones. Un poco de tranquilidad y, si Alá quiere, la crisis pasará en paz», invitaba cordialmente el hasta ahora respetado Shafiq en el canal público antes de pedir «disculpas» a los ciudadanos por lo que ocurrió hace dos días.
Mientras el primer ministro se ocupaba de propagar su particular visión de lo ocurrido en la calle, el recién nombrado por Hosni Mubarak como su número dos, Omar Suleimán, apareció también en las pantallas que exaltan las glorias del sistema lanzando sondas de corte político sobre el inicio de supuestos arreglos con la oposición. El líder del partido Ghad, Ayman Nur, reaccionó tachando de «falsas» tales insinuaciones y subrayando que las formaciones democráticas no han «participado en un diálogo». «La sangre todavía está derramada en el suelo de la plaza Tahrir», añadía.
El guía espiritual de los Hermanos Musulmanes, Mohammed Badia, se pronunciaba por primera vez en esta crisis también para desmentirlo. Su grupo, dijo, rechaza negociar con «cualquier símbolo o dirigente del actual sistema gobernante, de acuerdo con la voluntad con la voluntad del pueblo, que anunció la ilegitimidad de este régimen».