Tribuna

Pacifismo y geopolítica

CATEDRÁTICO DE DERECHO MERCANTIL Actualizado: Guardar
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El discurso de la paz meramente formal mantenido por nuestro gobierno en los últimos años contiene la idea maniquea, moralmente simplista, que entiende que lo progresista es la paz a ultranza, mientras que la guerra es siempre y en cualquier circunstancias un mal injustificado. Supongo al presidente Zapatero desconcertado al verse desmentido por su admirado Obama, que en la ceremonia de entrega del premio nobel de la paz de 2009 hizo pública una encendida defensa de la 'guerra necesaria', argumentando que «la guerra sí que tiene un papel que jugar en la preservación de la paz» y que él, como mandatario, «se enfrenta al mundo como es, y no puede obviar las amenazas a las que se enfrenta el pueblo americano».

Ya me gustaría a mí, como ciudadano español, que nuestro presidente diera cara a la realidad tal como es, imperfecta y amenazante, y no como nos gustaría que fuese. Cuántas situaciones absurdas y cuántos ridículos hirientes nos habríamos ahorrado en estos años de "buenismo" corto y servil, mantenido por la soberbia ideológica de un político tan convenientemente complaciente con sátrapas agresivos de todo cuño.

Lo del mandatario afro-americano no sólo es una obviedad que cualquier persona franca aceptaría como válida, sino que, además, resulta ser una idea bastante cercana a la izquierda, tradicionalmente más belicosa que los partidos burgueses, más preocupados por la prosperidad que por las ideas, y más inclinados a la neutralidad o los pactos ante agresiones externas. Durante la Primera Guerra Mundial, los partidos conservadores españoles fueron partidarios acérrimos de la neutralidad; eran los partidos e intelectuales de izquierda (UNAMUNO y AZAÑA, entre otros muchos) los que clamaban por la entrada de España en guerra al lado del eje franco-británico. El mismo ejemplo sirve en los albores de la Segunda Gran Guerra ¿Quién puso el mayor empeño en parar a Hitler a tiempo? Desde luego no fue el conservador Neville Chamberlain, que se ganó a pulso la fama de iluso con la que ha pasado a la historia por su política de apaciguamiento respecto a la Alemania Nazi.

Por otra parte, hoy la neutralidad forzada a cualquier precio es anticonstitucional. El art. 8.1 de nuestra Constitución establece que «Las Fuerzas Armadas tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional». Sencillas palabras para una idea sencilla: el ejército no sólo puede, sino que debe actuar, bajo la dirección del gobierno, cuando estén en peligro algunos de esos bienes comunes superiores, que merecen protección constitucional.

España, sin embargo, es hoy un país que parece incapaz de ejercer su derecho-deber constitucional de defensa. No sé a qué atribuirlo, aunque es seguro que no es al natural pacífico de nuestro pueblo. Más bien parece que tenga que ver con el papel que ha tenido el ejército en los últimos cien años de nuestra historia. Para numerosos españoles, el ejército continúa anclado en la imagen que muchos militares crearon durante aquellos años: la de poder reaccionario, sostenido por parásitos que buscaron, ante todo, la satisfacción de sus propios intereses y la conservación de unos mal ganados privilegios.

Sin embargo, ni siempre ello fue así, ni desde luego puede mantenerse que hoy lo sea. El ejército en el siglo XIX fue un foco notable de liberalismo. Instituciones que ahora nos parecen retrógradas, como el servicio militar obligatorio, fueron en su día logros importantes de la ciudadanía en la escalada por conseguir mayores espacios para la igualdad. Buena parte de los avances políticos, e incluso culturales, decimonónicos llevan aparejado el nombre de un militar ilustrado. Y respecto al presente, tampoco puede sostenerse ya que el ejército español sea un reducto de privilegiados. Más bien parece lo contrario.

El prejuicio antimilitarista, como muchos otros, vive más del pasado que del presente; sus fundamentos son reminiscencia de los sesenta, década añorada por tantos que han detenido en ella su pensar y su actuar. Pero la realidad se mueve, y al hacerlo, va desnudando los engaños de los mitos ensalzados, obligándonos a discernir constantemente, sin perezas ni muletas. El ejército es necesario y, si le dejaran, podría cumplir mejor su papel constitucional. Pero este paso exige que los prejuicios desaparezcan de la mente de los propios ciudadanos y de sus gobernantes. Hasta entonces, España no estará en condiciones de defenderse, aunque como pueblo tenga enemigos, no pocos y poderosos. Ignorarlo conduce, tarde o temprano, al suicidio.

Ninguna comunidad ha podido pervivir sin el uso efectivo o disuasorio de la fuerza y ésta, a través de millones de hombres que han cumplido su deber, ha sido desde antiguo el principal aliado de la civilización. Otra cosa es cómo se organizan y nutren las Fuerzas Armadas; en esto, el ejército, como los políticos, es reflejo de la sociedad, y me temo que existan serias razones para preocuparnos por nuestra escasa capacidad de defensa.

Para compartir mi alarma, creo, sólo hace falta estudiar Historia mirando un mapa, actividades ambas cada vez menos cultivadas en España. Prescindiendo de la primera actividad (quizás sea pedir demasiado a nuestro sistema educativo), basta recurrir a la segunda para comprender que los españoles tenemos vecinos peligrosos e inestables. Las recientes crisis de Túnez y Egipto son sólo un aviso de los vientos que pueden llegarnos a soplar desde el sur. Por ello, nuestro país necesita fuerzas armadas fiables, respaldadas social y políticamente y, sobre todo, aliados seguros. Y lo necesita más que otros países a los que la distancia protege. Pero, justo a la inversa, Zapatero sigue una política empeñada en volver la espalda a nuestros aliados, con una ostentación tal que la ofensa resulta inevitable y, como un bumerán, nos devuelve la deslealtad y los desaires transformados en decepción y desconfianza ¿Cómo podremos pedir ayuda cuando surjan en Ceuta, Melilla o Canarias situaciones explosivas? ¿No recordamos ya el papel que jugaron Francia y EE.UU. en la salida de la crisis de Perejil? ¿Quién nos ayudó y quién se puso del lado del agresor? Perejil fue un sainete, pero las amenazas del futuro pueden acabar escritas con el tinte dramático de la tragedia.