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Editorial

Agonía de un régimen

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Hay elementos suficientes como para considerar como muy probable el fin del largo periodo de gobierno del presidente Hosni Mubarak en Egipto: casi treinta años de un sistema heredado a la muerte del presidente Sadat y que él refinó en su vertiente autoritaria hasta convertirlo en una dictadura de facto con ribetes de cierto liberalismo controlado y apego oficial a las formalidades democráticas, es decir elecciones invariablemente trucadas. Mubarak es un hombre con ciertos atributos y dista mucho del dictador tosco estereotipado por ejemplos de otras latitudes. Pero su desconfianza en la democracia, que él justifica por temores acerca de la seguridad del Estado en un entorno regional ciertamente difícil, le llevó a no asumir la humilde verdad de que el público se ha dejado contagiar allí y en medio mundo de una gozosa epidemia democrática. Entre los indicios de que su situación es insostenible está, desde luego, la impresionante movilización popular en su contra con más de un millón de ciudadanos en la calle pidiendo su renuncia.