Los últimos del siglo XIX
Con 114 años, Besse Cooper se ha convertido en la persona más vieja del mundo. Aunque aumenta el número de centenarios, los 115 se mantienen como una frontera casi infranqueable
Actualizado:Cuando alguien se convierte en la persona más vieja del mundo, sabe que lo más probable es que el honor no dure mucho. El fallecimiento de Eunice Sanborn, que había ascendido al trono de la longevidad hace solo tres meses, ha convertido en nueva matriarca de la humanidad a otra estadounidense, Besse Cooper. Tiene 114 años, igual que su antecesora en el momento de su muerte, y la misma edad también que las cuatro personas que la siguen en la clasificación que mantiene actualizada el Grupo de Investigación Gerontológica, con sede en Los Ángeles. En esa lista aparecen 85 supercentenarios, es decir, ancianos que han superado los 110 años y que nacieron, por tanto, en el siglo XIX, aunque la cifra real es seguramente mayor: cuando hablamos de edades tan extremas, suele resultar difícil aportar pruebas documentales, sobre todo en algunos lugares del planeta donde los registros ni siquiera existían a aquellas alturas de la historia.
En el pasado, esa escasez de apoyos fidedignos propició los fraudes, con biografías que tenían mucho de exageración y literatura. «La inmensa mayoría de las personas de más de 115 años de las que hay noticia no han alcanzado realmente esa edad», sostiene el libro ‘Supercentenarios’, coordinado por el Instituto Max Planck de Rostock (Alemania). Sus autores reducen a diecinueve el número de seres humanos de los que, desde 1900, puede afirmarse con certeza que han cumplido los 115, y recuerdan las palabras que escribió Leonard Hayflick, uno de los pioneros de la investigación moderna sobre el envejecimiento: «No hay evidencia de que la duración máxima de la vida humana sea diferente que hace unos cien mil años. Sigue rondando los 115». Ahí parece encontrarse nuestra señal biológica de ‘stop’, aunque, ciertamente, se ha documentado algún caso de mayor longevidad: la francesa Jeanne Calment, considerada la persona con la vida más larga, murió en 1997, cuando contaba 122 años, cinco meses y catorce días.
Nunca obesos
¿Cuál es el secreto de estos virtuosos de la supervivencia? Uno de los estudios más recientes destaca el peso de lo hereditario, con 150 marcadores genéticos que permiten predecir una larga vida con bastante probabilidad de acierto, pero tampoco faltan las investigaciones que hacen hincapié en la dieta, el ejercicio y demás hábitos saludables. Los autores de ‘Supercentenarios’, tras estudiar a conciencia las biografías de sus diecinueve personajes, no se muestran más concluyentes: «Los viajes vitales de estas personas muy viejas difieren ampliamente, y casi no tienen características comunes, más allá del hecho de que una aplastante mayoría son mujeres (solo dos son hombres), la mayoría fumaba muy poco o nada en absoluto y nunca fueron obesos».
El límite máximo para nuestra existencia se mantiene tozudamente constante, pero el número de centenarios sigue creciendo sin cesar, como parte del espectacular incremento en la esperanza media de vida. El Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONUcalcula que, en 2005, había unos 270.000 centenarios en todo el mundo, mientras que sus estimaciones para 2040 sitúan la cifra en torno a los 2,2 millones, es decir, una persona de cada 5.000. Las mejoras en la nutrición, la higiene y la medicina han estirado nuestra vida hasta hacer normal lo que, para la mayoría de nuestros antepasados, era solo un sueño. Un ciudadano del Imperio Romano vivía, como promedio, unos 25 años, pero tampoco hace falta irse tan lejos para encontrar cifras impactantes: en la España de principios del siglo XX, la esperanza media de vida de los varones era de 33,9 años (las mujeres, como de costumbre, duraban un poco más, hasta los 35,7), y, en la China de los 50, este indicador rondaba los 40 años. Hoy, en cambio, numeros países del mundo han superado ya la barrera de los 80, y los especialistas debaten si esta progresión acabará por estabilizarse o continuará de manera indefinida, alimentada por los avances científicos.
Claro que quizá deberíamos preocuparnos más por hacerla universal. Según un informe de la Oficina del Censo de Estados Unidos, todavía hay veinticinco países africanos en los que la esperanza media de vida no alcanza siquiera los 50 años. El sida ha tenido en este continente un efecto devastador, particularmente dramático entre niños y jóvenes, y ha clavado las estadísticas en niveles que suponen una vergüenza para nuestro siglo. Pero incluso dentro de un mismo país pueden existir diferencias casi inconcebibles: en 2008, la Comisión sobre Determinantes Sociales de la Salud de la OMS escandalizó al Reino Unido al destacar que la esperanza media de vida en ciertas barriadas pobres de Glasgow estaba 28 años por debajo de la registrada en una próspera localidad situada a solo 13 kilómetros. Su informe también recogió que un aborigen australiano afronta la expectativa de vivir 17 años menos que sus compatriotas de otras etnias. «Actualmente los países del mundo se están distanciando en términos de salud. Esto es muy preocupante. En muchos países del mundo, las diferencias sociales en la salud también están creciendo, y en Europa está sucediendo así», señaló el sueco Denny Vågerö, uno de los miembros de la comisión.
Moderna Matusalén
Las trayectorias vitales recopiladas por los autores de 'Supercentenarios' esconden sorpresas deliciosas, como las experiencias de la británica Charlotte Hughes: cuando cumplió los 108 años, se montó por primera vez en un tren expreso para tomar el té con Margaret Thatcher, aunque quiso mantener las distancias –«no me abrace, soy laborista», le dijo–, y a los 110 cruzó el Atlántico a bordo del Concorde. Murió con 115. También debía de ser todo un carácter la galesa Annie Jennings, que rechazó el telegrama con el que la Reina la felicitaba por cumplir los 100 –«no es algo de lo que alardear»–y dejó de acudir a la iglesia a a los 109, como protesta por la ordenación de mujeres. Vivió, también, hasta los 115.
Besse Cooper, la 'nueva persona más vieja' del mundo, recibió ayer la felicitación de su hijo Sid, ya septuagenario, en la residencia de Georgia donde vive. Ha tenido más suerte que Jeanne Calment, el récord absoluto de longevidad, que tuvo que vivir buena parte de sus días sin ningún pariente cercano: su marido murió en 1942, con 74 años; su hija había fallecido ocho años antes, con solo 36, y su único nieto perdió la vida en un accidente de moto en 1963, cuando a Jeanne todavía le quedaban por delante 34 años de vida. Aun así, la mujer, que en alguna ocasión se describió a sí misma como «una moderna Matusalén», mantuvo un espíritu positivo hasta el final. Todos los días fumaba un cigarrillo, bebía un vasito de oporto y comía algo de chocolate, con un buen ánimo que convirtió en su divisa y su legado: «Mantened siempre vuestro sentido del humor. A eso atribuyo mi larga vida. Creo que me moriré riéndome», recomendó en alguna ocasión. Cuando, a los 120 años, la visitaron dos demógrafos, Jeanne supo resumir en dos frases brevísimas lo más importante de su existencia: «Me lo he pasado bien. Me lo estoy pasando bien».