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Toni Cantó era un mar de lágrimas. Roto por el dolor salió al escenario e hizo el papel de su vida. No ha sido el único

La llamada que había recibido horas antes en su móvil le dejó en estado de shock. Su hija mayor, Carlota, había muerto en un accidente de tráfico.

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La llamada que había recibido horas antes en su móvil le dejó en estado de shock. Su hija mayor, Carlota, había muerto en un accidente de tráfico. Las lágrimas bañaban todo su rostro; pero Toni Cantó sacó fuerzas de flaqueza. En su cabeza retumbaba eso de que ‘el show debe continuar’. La profesión por encima del luto, como en su momento hicieron Concha Velasco, Pepu Hernández, José Antonio Uceda Leal o Juan Antonio Camacho. Por eso, poco antes de las ocho de la tarde del pasado sábado, se enfundaba su traje de chaqueta oscuro en el Teatro Barakaldo y se convertía durante hora y media en Jack Lawson. Sobre las tablas no sentía el dolor de un padre, ni una lágrima o un rictus de tristeza infinita, y sí la furia e impotencia que afloran defendiendo a un adinerado ejecutivo acusado de violación en la obra ‘Razas’. Y al día siguiente, lo mismo. El actor no canceló ninguna de sus funciones por más que la causa estuviese sobradamente justificada. ¿Un mecanismo de defensa ante el dolor? ¿La responsabilidad de las tablas? Preguntas sin respuesta. Sólo se puede especular sobre por qué el intérprete reaccionó así ante la que posiblemente sea la peor noticia de su vida... pero no se puede juzgar ni criticar, como puntualizan los especialistas. Y es que cada persona actúa con distintos impulsos ante las cornadas que da la vida.

La misma reacción de Toni Cantó la tuvo Concha Velasco... y por partida doble. El mismo día que le dijo ‘hasta siempre’ a su madre se subía al escenario. Lo mismo hizo cuando el año pasado falleció su exmarido y padre de sus dos hijos. Nada de ‘cerrado por defunción’. Ni un mínimo descanso. Eso sí, detrás del telón, en la soledad del camerino, las lágrimas corrían sin cesar. «Nunca he suspendido una función de teatro. Cuando murió mi madre yo estaba representando ‘¡Viva el espectáculo!’ en el Florida Park y tampoco cancelé esa noche. Estamos acostumbrados. Por eso cuando enterramos a Paco Marsó no era yo quien salía al escenario, sino Madame Rosa», recuerda Concha Velasco tras superar este segundo gran golpe. A muchos el trabajo les ayuda a olvidar por unas horas el mal trago. «En ocasiones, ocurre que el dolor por la pérdida de un ser querido es tan fuerte que necesitamos tener algo controlado en nuestra vida para afrontarlo, como puede ser el trabajo», explica la doctora Nuria Soler, directora de Psikered, una red de atención psicológica personalizada en procesos de duelo.

No dijo nada a nadie

El caso de Pepu Hernández dio la vuelta al mundo. La víspera del partido más importante de su vida se enteraba por teléfono de la muerte de su padre. España se jugaba horas después la medalla de oro frente a Grecia en el Mundial de baloncesto de Japón de 2008 y el seleccionador se guardó la triste noticia para él solo. No dijo nada. Tampoco a su cuerpo técnico o a sus jugadores «porque podía afectar al grupo» en una cita histórica. Se tragó sus lágrimas y se sentó en el banquillo con un rictus más serio de lo habitual, una tarea que le costó «mucho afrontar». Y más sabiendo que estaba a diez mil kilómetros de su familia. Tuvo su recompensa: la victoria llegó... pero ese oro siempre tendrá un fuerte sabor amargo para Pepu Hernández, quien recogía el trofeo con la mano en el pecho y con la mirada perdida en el cielo.

José Antonio Camacho estaba más cerca cuando su padre murió a los 95 años. En un viaje relámpago desde Portugal, el entrenador de fútbol no se perdió el entierro en Albacete, pero tampoco le pusieron falta en la eliminatoria de la Copa de la UEFA, que sólo unas horas después enfrentaba al Benfica con el Getafe en Lisboa. Un minuto de silencio y brazaletes negros tiñeron una día fatídico para el exfutbolista, que terminó con la derrota de su equipo. ¿Quizás el peso de la responsabilidad? «Cada uno afronta este momento de una manera diferente, de ahí que no falten personas que opten por trabajar a pleno rendimiento como una manera de anestesiar el dolor que sienten», recalca el doctor Marcos Gómez Sancho, autor del libro ‘La pérdida de un ser querido. El duelo y el luto’.

«Son momentos duros. Todos tenemos pérdidas en la vida. Yo soy torero y sé que a mi padre le habría gustado que estuviera aquí». Con estas palabras saltaba al albero de la plaza de las Ventas José Ignacio Uceda Leal apenas 24 horas después de ver cómo su padre yacía sin vida en el suelo de su casa. A él le brindó la faena con el recuerdo vivo de una escena tan trágica en sus retinas. Pero la tarde no fue según lo esperado. Terminó en el hospital: una cornada de 20 centímetros le destrozó los músculos abductores y a punto estuvo de astillarle el fémur. Al final logró una oreja, pero casi se pierde el entierro, en el que tuvo que hacer el paseíllo junto al féretro recostado en una silla de ruedas.

Las historias de días tan fatídicos para Toni Cantó, Concha Velasco, Pepu, Camacho... han llenado miles de páginas. «Nadie sabe a ciencia cierta cómo actuaría en un caso de este tipo. Quizás el resto no entendamos las opciones que toman algunos, pero es su decisión y hay que respetarla por encima de todo», puntualiza la doctora Soler.

«El recuerdo más triste»

Aun así, las críticas y las alabanzas se entremezclan. «Un profesional como la copa de un pino» o «un acto de frialdad» aplauden y arremeten a la vez contra la decisión tomada por Cantó.

A los hermanos Michael y Ralf Schumacher casi los crucifican en la prensa alemana tras correr el Gran Premio de San Marino de Fórmula 1 de 2003, el mismo día que se enteraban de que el corazón de su madre había dejado de latir. De poco sirvió que Michael ganase la carrera y le dedicase visiblemente compungido la victoria desde el podio. Tampoco su motivación: «Ella hubiera querido que corriésemos esta carrera. De eso estoy seguro», afirmó el ya por entonces pentacampeón del mundo. Hasta el ex futbolista Franz Beckenbauer tuvo que salir en su defensa: «Se trata de personas extraordinarias que manejan situaciones extraordinarias de forma distinta a nosotros».

A Pedro Delgado, por ejemplo, le pudo la presión. El ciclista iba quinto en el tour de Francia de 1986 cuando le golpeó la noticia de que su madre había sufrido un derrame cerebral mortal. «Es, con diferencia, el recuerdo más triste de mi carrera deportiva», admite el deportista.

Sin embargo, al día siguiente se subió a la bicicleta dispuesto a comerse la etapa reina de Alpe D’Huez que lo podría catapultar hacia el maillot amarillo. «Salí, sufrí, disputé, pero abandoné. Me vi incapaz. Me veía derrotado. Mi cabeza no estaba en la carrera. Tenía que sufrir y me notaba como ido.... Al final me vine abajo», detalla el ciclista, que por aquel entonces militaba en el PDM. Se bajó del sillín exhausto y ni los ánimos que le insuflaba su familia desde España lo ayudaron a seguir.

«Cuando se produce una muerte cercana hay una primera fase del duelo en la que a causa del shock muchas veces no se es consciente de lo que ha sucedido. Incluso te puedes llegar a comportar con total normalidad, tal y como si no hubieras perdido a nadie, lo que puede durar desde unas horas hasta el momento de las honras fúnebres», destaca el doctor Gómez. Y eso no supone que se esté llevando mejor o peor la pena que les corroe por dentro. El duelo es muy largo, y más cuando es algo del todo inesperado, como un accidente. Siga trabajando o no, a Toni Cantó le queda mucho camino para recuperarse de este palo que le ha dado la vida.