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Vienen las prisas

Manuel Alcántara
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Cuando empezó a oler a chamusquina y se vieron las primeras llamas todos los espectadores permanecieron sentados. El acomodador rogó calma y como siempre en estos casos muchos de los que formaban parte del público murieron carbonizados. Ahora ese admirable sosiego ha sido sustituido por el apresuramiento. El Gobierno acelera las nacionalizaciones, que son el pseudónimo de las privatizaciones, como todos sabemos, excepto los que no quieren enterarse. La Banca pide un colchón de ayudas públicas para evitar acudir al FROB. Para que siga funcionando el sistema tenemos que socorrer a los ricos. Si se quedan sin dinero, ¿cómo van a poder prestárnoslo con interés? Hay que entenderlo. Lo que se comprende menos es que hayan llegado a la vez tantas urgencias que se estaban viendo venir. ¿Para qué las prisas? La Casa del Rey dice que don Felipe está listo para el relevo de don Juan Carlos «cuando sea necesario», pero desmiente que la sucesión esté en marcha. Por su parte, el candidato a la presidencia del Gobierno, señor Rajoy, afirma que está preparadísimo para ocupar ese terrible puesto y que para luego es tarde.

El mundo está en un mal momento, quizá porque jamás haya tenido uno bueno. Lo de Egipto es tremendo y a Mubarak, el hombre que lo gobernó durante 30 años, se le ha oxidado la mano de hierro. Algún día conoceremos con exactitud el número de muertos que está costando lo que hoy nos parece una revuelta lejana. No van a quedar vivas ni las momias. En las revoluciones, incluso en las más necesarias para conquistar la libertad, se comprueba de manera instantánea lo que a los científicos les ha costado tanto tiempo descubrir: que el orangután y el hombre comparten el 97% del genoma. Las escasas diferencias quizá se deban a que los grandes simios no riñen por temas económicos. Tampoco les preocupan las herencias ni las presidencias. Por eso no tienen prisa.