MUNDO

La revuelta toca el corazón de los árabes

Las condiciones de vida y el ejemplo de Túnez incendian las calles del país y los ciudadanos han perdido el miedo

RABAT. Actualizado: Guardar
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Es el país más poblado de Oriente Medio, el que alberga la mayor comunidad no musulmana de la región, uno de los pocos que tiene relaciones diplomáticas con Israel y la cuna del islamismo político. La mecha de la revolución tunecina ha llegado a Egipto, pero el país del Nilo no es Túnez, recuerdan los analistas. Puede que la revolución de los jazmines haya sacudido al mundo árabe, pero las revueltas egipcias pueden suponer un auténtico terremoto para la región.

Decenas de miles de egipcios se han echado a la calle en los últimos días para pedir el final de la era Mubarak. El nivel de participación de las protestas no sólo ha sorprendido al régimen, sino también a los propios organizadores. Y es que Egipto es un país generalmente apático, donde las protestas de su población, acostumbrada ya al yugo de la represión estatal, rara vez saltan de los cafés a la calle.

Como reconoce un diplomático español que estuvo varios años destinado en El Cairo, «los egipcios sólo salen a la calle cuando les tocan el pan». Efectivamente, mientras que el alza de los precios de los productos subvencionados, especialmente el pan, provocó revueltas en 2008 y 2009, el pucherazo de las recientes elecciones legislativas, en las que el Partido Nacional Democrático (PND) de Mubarak barrió a la oposición, apenas consiguió despertar protestas en Internet y en los diarios de la oposición. Pero, quizás, las cosas han cambiado y los egipcios han perdido el miedo.

La revolución tunecina y la rápida caída del régimen de Zine el Abidine Ben Ali ha servido, sin embargo, de revulsivo para los egipcios, especialmente para sus generaciones más jóvenes. Al igual que ocurrió en Túnez, han sido jóvenes veinteañeros y treintañeros los que han organizado las protestas a través del nuevo poder de convocatoria que les otorgan los medios sociales como Facebook y Twitter.

«Algunos partidos políticos y organizaciones sociales como los Hermanos Musulmanes se han unido después al carro, y ha sido en gran parte por la presión que han hecho sus miembros más jóvenes», explica el analista Mustafá Kamel, director del Instituto de Oriente Medio para Estudios de Desarrollo.

Pero, aunque Túnez y Egipto comparten muchas de las lacras que han servido como detonantes de las protestas, como el desempleo, el coste de la vida o un régimen opresor anquilosado en el poder -Ben Ali durante 23 años, Mubarak lleva ya 30-, las diferencias entre ambos países también son notables.Mientras que Túnez cuenta con poco más de 10 millones de habitantes, Egipto, con 80 millones, es el país árabe más poblado del mundo. Es, además, tremendamente pobre, ya que casi la mitad de la población vive con menos de dos dólares al día.

Régimen moderado

El Egipto de Mubarak -como lo era el Túnez de Ben Ali- es considerado por Occidente como uno de los regímenes «moderados» de Oriente Próximo, un término que se utiliza más para referirse a las pocas posibilidades que existen de que El Cairo actúe en contra de los intereses de los países occidentales que por la naturaleza de su gobierno.

Es, además, uno de los dos únicos países árabes -junto con Jordania- que ha firmado un acuerdo de paz con Israel, lo que hace que su gobierno, pese a los tirones de orejas que de vez en cuando le dedican EE UU o la UE, goce de una protección especial. Sin ir más lejos, el mismo día que se iniciaron las protestas, la secretaria de Estad, Hillary Clinton, pidió que se respetaran los derechos fundamentales de los egipcios como la libertad de expresión o manifestación, pero también subrayó que el de Mubarak es un gobierno «estable». A diferencia de Túnez, Egipto sí cuenta con una válvula de escape para las críticas: sus medios de comunicación independientes. Los egipcios pueden, además, votar a un amplio espectro de partidos políticos, aunque la democracia sea sólo una ilusión en el país. Todas las elecciones de las últimas décadas han sido fraudulentas.

Como Túnez, Egipto reserva mano dura para el islamismo, aunque a diferencia del país magrebí, el movimiento islamista goza de un amplio apoyo entre la sociedad egipcia. Aunque no ha sido lo común, en las últimas protestas se han visto imágenes de jóvenes rezando en la calle frente a la policía. Los Hermanos Musulmanes, el principal movimiento islamista moderado de Egipto, está prohibido como formación, aunque es tolerado por las autoridades debido a su amplio respaldo popular. Las detenciones de sus miembros, muchos de ellos abogados o médicos pertenecientes a la clase media, son comunes, y el pasado martes, el Gobierno egipcio no perdió la oportunidad de culpar a la hermandad de la violencia que se vivió en las calles cairotas mandando, de paso, un guiño a Occidente.

«Creo que las declaraciones del ministerio del Interior sobre la participación de los Hermanos Musulmanes en la violencia denota que el régimen está en una situación muy crítica», asegura el exdiputado Hazem Faruk, miembro de la Hermandad y que ha participado activamente en las protestas. El papel que pueda desempeñar un movimiento islamista organizado y con respaldo popular en una era post-Mubarak preocupa a los aliados occidentales de Egipto y, por supuesto, a Israel.