Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
opinión

La coartada de la censura

¿Pueden las televisiones actuar a su antojo en nombre de la libertad sagrada del periodismo?

Teodoro León Gross
Actualizado:

El desgaste terminal del Gobierno se transmite ya a toda su gestión, por más que se resista a caer como Peter Sellers en la escena descacharrante del corneta en El Guateque. Es una de las leyes básicas de la termodinámica política: un gabinete achicharrado transmite su combustión a cualquier iniciativa gubernamental aunque se trate de proyectos templadamente sensatos y coherentes. De la jubilación a las cajas, a este Gobierno ya quemado se le va a carbonizar cualquier medida al margen de su valor objetivo. Ahora ha sucedido con el Consejo del Audiovisual. Ha ardido antes de crearse.

La debilidad del Gobierno no desacredita, sin embargo, el interés de un Consejo Audiovisual; a pesar de las andanadas de algunos medios de comunicación denunciando que es una operación para institucionalizar la censura. Esto va por otro lado. Hace días, en La Noria, una mujer necesitada aceptó 50 euros de una reportera para humillarla en ropa interior por la calle; en Sálvame Deluxe, se ensayó la espectacularización de los malos tratos; un periodista deportivo estelar riéndose de un indigente… ¿No hay nada que decir, desde la sociedad, sobre esos mensajes? Y sobre los abusos en la programación infantil o la publicidad, ¿tampoco nada? Es una teoría peculiar de la cultura democrática; la llaman ‘liberal’, aunque quieren decir barra libre.

Para situar la realidad de España puede consultarse el mejor mapa de la comunicación hecho hasta ahora en Europa, obra de Hallin & Mancini en Cambridge, identificando tres áreas: los anglosajones practican un liberalismo con principios de autorregulación; en el centro y norte de Europa, con las democracias más institucionales, hay consejos de control social para que los medios no abusen de su poder perjudicando a la sociedad; y en el sur hay un escenario descontrolado tras una desregulación salvaje, sobre todo en televisión. No es una teoría perpetrada desde algún púlpito partidista en España, sino un estudio convincente desde la mejor tribuna académica de Europa.

En las grandes democracias no toman la ética de la comunicación a broma, pero el sur, sobre todo España e Italia, es la excepción. Mientras todos los sectores –alimentación, automóvil, construcción…– se regulan para evitar abusos, ¿las televisiones pueden actuar a su antojo en nombre de la libertad sagrada del periodismo? Bobadas. De hecho, la telebasura no es periodismo; por más que algunas empresas aprovechen el prestigio del periodismo como coartada para justificar su gran negocio de la telebasura. Aquí no se trata de censura, sino de décadas de trágala ante esa degradación del espacio público. Y precisamente el prestigio del periodismo debería empezar por trazar una línea que le separe de ese circo.