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La asociación de Familias y Allegados de Enfermos Mentales que presiden Manuel Mariño y Pilar Pérez, recoge firmas por la medicación obligatoria. :: MIGUEL GÓMEZ
Ciudadanos

«Cuando leí lo del crimen de Chiclana pensé que me podía pasar a mí»

Los padres de afectados por patologías psíquicas relatan la «lucha diaria» a la que se enfrentan por la falta de medios y de asistencia integral

SILVIA TUBIO Y MIGUEL GARCÍA
CÁDIZ.Actualizado:

Muertes violentas como la de Ildefonso Troya, que falleciera esta semana a manos de su hijo, el cual sufre un trastorno mental, empuja irremediablemente a reflexionar sobre los recursos que tienen las familias que conviven con un enfermo de estas características. Este colectivo lleva años demandando ayuda para evitar que sucedan casos como el que se vivió el miércoles en un chalé de Las Menuditas, en Chiclana, cuando el presunto autor del crimen asestó tres puñaladas en el cuello a su padre porque se negaba a ingresar en un centro especializado en Málaga. La víctima había acudido tan solo un día antes a los juzgados para buscar un recurso legal que obligara a su hijo a seguir un tratamiento, como pudo saber este periódico por fuentes judiciales. La preocupación de Ildefonso no estaba infundada.

Los padres que conviven a diario con una amenaza permanente que duerme en la habitación de al lado, se sintieron identificados con este trágico caso. Hay quien la experiencia le hace ver permanente la imagen de su funeral. A su lado tiene a un enfermo, que le adora, que en situaciones normales no es una persona violenta, pero que es impredecible si no está bajo tratamiento farmacológico. Su pequeño ha crecido, ya es un adulto y no se le puede obligar a medicar de forma continuada. Es una laguna más en un sistema que sigue sin resolver el tratamiento permanente, más allá del ambulatorio. Estas son cinco historias de padres que padecen estas lagunas y piden más ayuda.

Carlos Rodríguez

Su hijo de 35 años sufre esquizofrenia«Mezclamos la medicina en el guiso para que la tome»

A Carlos Rodríguez, por edad, le ha llegado la hora de disfrutar de su edad dorada; del descanso merecido tras años de trabajo. Pero él no tiene ese derecho, ni él ni su esposa. No hay tiempo para el respiro que provoque un descuido. Su hijo acecha. «Cuando recibes el diagnóstico, se te acaba el supuesto derecho a viajar, a disfrutar de algún fin de semana. Simplemente no podemos o si lo hacemos, no estamos tranquilos». Con 35 años, su hijo podría estar completamente independizado y habría dejado de ser una carga si no hubiera sido por un primer brote psicótico al que le siguieron muchos más. «Era un chico completamente normal. Estudiaba en Sevilla Derecho y un buen día nos avisaron porque le acababa de dar un brote. Nos lo tuvimos que traer y desde entonces la lucha es diaria». Carlos define su día a día como «una amenaza permanente», que en cualquier momento teme que de las palabras pase a las manos. «Bendito sea dios que no ha habido aún violencia extrema. De momento es de palabra, nos insulta, nos amenaza. Y al llegar a casa, temes que ocurra cualquier cosa como encontrarte con la casa inundada porque se ha dejado todos los grifos abiertos».

Este matrimonio de Chiclana ha tenido que idear mecanismos caseros para que su hijo se tome la medicación que mantiene a raya sus ataques. «Hasta mezclarle los fármacos en el guiso ha llegado a hacer mi mujer porque no nos queda otra solución» porque incapacitarlo legalmente no le soluciona a este matrimonio su principal problema: que su hijo mayor de edad se tome una medicación. «Cuando leí la noticia, me quedé helado. Me dio la sensación que estaba ante mi propio crimen, me podía pasar a mí».

Mercedes

Su hijo sufre trastorno bipolar. «Tras un accidente se da ayuda psicológica a las familias; a nosotros no»

«La gente le tiene miedo a las personas con enfermedad mental, es como un estigma, así que no vas contando por ahí lo que te pasa, sino que te lo vas tragando», asegura Mercedes. Su hijo fue diagnosticado a los 18 años de un trastorno bipolar, pero ella también solicita asistencia psicológica para ella y su familia. «Todos salimos enfermos de casa, porque vivimos con una tensión diaria; tenemos que tomar pastillas para dormir y la ansiedad es terrible». Durante los últimos años ha pedido y «suplicado» esta asistencia, pero nunca encuentra respuesta. «A veces veo que ocurre un accidente y dicen que se han puesto ayuda psicóloga a la familia; bueno ¿y la tragedia que tenemos nosotros día a día?» La «lucha diaria» -una expresión que se repite en cada testimonio- a la que se enfrenta esta jerezana, la libran además con las manos maniatadas, ya que apenas cuentan con derechos de decisión sobre su hijo, a pesar de que está considerada por la Administración como su cuidadora. «Los médicos dicen que es mayor de edad y sabe muy bien lo que hace, así que no podemos incapacitarlo. Si él se niega, ni siquiera nos dan informes a la familia. Es mayor de edad, pero vive y come en mi casa».

Mercedes tampoco se plantea solicitar la modificación de capacidad de su hijo, porque es un «proceso muy largo y duro, y cuando no tiene crisis, es una persona normal». Pero reclaman que «cuando tiene un brote» sea «atendido» más allá del internamiento de 15 días en la unidad de agudos de los hospitales. «En tan poco tiempo no se recupera. Buscamos una residencia un poco más flexible, no un internamiento permanente, pero que no vuelva de inmediato al foco donde ha tenido la crisis» En su caso no ha tenido aún ningún episodio de violencia. Pero llega a ponerse en el lugar de los enfermos que llegan a cometer un crimen, como ha ocurrido en Chiclana. «Cuando veo que pasa algo en el periódico, siempre digo que esa persona no estaba bien atendida, porque si no, podría llevar una vida un poco mejor, incluso estabilizarse y tener un trabajo».

Dolores Pérez

Su hijo padece esquizofrenia. «No quiero que esté abandonado, pero no lo puedo tener en casa»

«Mi hijo me dice, cuando me veas así, te quitas de en medio, porque me entra una cosa que, de pronto, te mato», explica Dolores Pérez de Sanlúcar. Su historia es un ejemplo de que la incapacidad y el internamiento no voluntario también resultan insuficientes para afrontar una enfermedad mental, ya que cuando concluyen, la situación vuelve a su punto de partida. Su hijo, de 43 años, permaneció tres años en el centro San Miguel de Jerez, pero finalmente le dieron el alta y ahora malvive con una compañera del psiquiátrico, casi en la indigencia. Dolores sospecha que se drogan, y sobre todo, que no cumplen con el tratamiento. «Una asistenta social va los lunes y le pone las pastillas, pero él se las toma como le da la gana», se queja esta sanluqueña, que clama por una ayuda para su vástago, que tiene declarada la incapacidad pero no puede depender de su familia. «Como madre, no puedo soportar que mi hijo esté abandonado, pero tampoco puedo tenerlo en casa. Normalmente es un buen chico, pero temo que algún día se maten entre ellos, porque no saben lo que hacen. Cuando no me llama a casa, pido a los de una venta cercana que se lleguen para ver si están bien».

Manuel Mariño y Pilar Pérez

Su hija sufre esquizofrenia. «Al principio, no sabes a quién pedir ayuda»

Manuel ya conocía en su familia qué significaba cuidar de enfermos mentales, pues había tenido antecedentes. Pero cuando Pilar supo que su hija padecía una enfermedad mental -tenía 18 años-, reconoce que la noticia le cayó como un jarro de agua fría. «En tu cabeza no te entra que la enfermedad es para toda la vida y tienes que hacer de freno siempre. No te lo puedes creer; fue un cambio de vida radical». Este matrimonio de Cádiz, sin embargo, supo reaccionar de manera activa y decidió hace tres años tomar la iniciativa fundando la asociación FAEM (de familiares y allegados de enfermos mentales), desde la que reunir fuerzas para mejorar la asistencia de esta enfermedad de por vida.

La asociación también les ha permitido conocer a otras personas con experiencias similares y a saber cómo reaccionar, a donde dirigirse y qué pasos seguir. «Hay muchos familiares que no saben moverse en este mundo, al principio no sabes a quién acudir. Nosotros lo hemos tenido que aprender todo solos; te das cuenta, por ejemplo, que muchas veces no podemos recurrir a los juzgados -afirma Pilar, que además de ser tesorera, preside FAEM en Conil- te planteas llamar a la Policía, me pasó a mí, pero te lo piensas porque si te imponen una orden de alejamiento, a dónde iría ella».

Cuando se les pregunta si ellos se sienten desamparados, matizan su respuesta: «Ayuda hemos tenido, sobre todo por los profesionales de Salud Mental y de la Fiscalía, que está muy sensibilizada», explica Manuel. Pero no duda en criticar la falta de recursos y problemas en el sistema de asistencia. «La reforma psiquiátrica se hizo fatal, porque se cerraron los manicomios, pero no se creó ninguna figura que los sustituyera; hay hospitales de día y unidades de rehabilitación, sí, pero son claramente insuficientes».

Remedios H.

Un hijo de 33 años con esquizofrenia.«Una vez lo denuncié y fue a prisión; ya no lo haré más»

Remedios conocía a Ildefonso Troya. «Había estado en la asociación de Chiclana, coincidimos en una charla. Sé que quería a su hijo y era un hombre bueno para él», afirma esta mujer de Conil, a cuyo hijo le diagnosticaron una esquizofrenia paranoide con 15 años. Ahora él tiene 30 años y vive en su casa.

Durante una temporada estuvo en la cárcel, porque ella misma se vio obligada a denunciarlo en uno de los momentos críticos. «Ya no lo hago más, por mucho que ocurra, pero lo pasé muy mal durante esos dos años, en los que no lo pude ver porque le pusieron una orden de alejamiento». Esta medida cautelar es aplicada por los jueces de manera automática en casos de violencia doméstica, como las agresiones de un hijo a una madre. Y a veces se aplica sin atender a la delicada situación mental del preso. En estas ocasiones, lo que está pensado para proteger a los familiares perjudica al enfermo, ya que lo separa de los únicos cuidadores que tiene. Lo desestabiliza y eso repercute, a la larga, también negativamente a la familia. Remedios batalla con una lucha interior: «Mi hijo fue puesto en libertad, pero no está para vivir fuera. Me mandaron los papeles para la incapacidad, pero si pasa algo, me tendría que hacer cargo de él y no tengo cómo responder; No puedo hacer nada, no puedo controlarlo». Ya ni siquiera puede obligarle a tomarse las medicinas y sabe que, con la edad, esa capacidad irá disminuyendo. «Va al psiquiatra cuando le da la gana. No sé cuál es la forma de que esos muchachos se tomaran la medicación».