La llama que abrasó al dictador tunecino
Mohamed Bouazizi, el joven que con su inmolación abrió la espita de la rebelión, es ahora venerado como un mártir
Actualizado:«A nadie le gusta perder a su hijo, pero la muerte de Mohamed no fue en vano ya que se convirtió en la llave de esta revolución», asegura Menobia Bouazizi, madre del joven, de 26 años, que se inmoló el pasado 17 de diciembre. Su sacrificio despertó el espíritu de rebelión en un pueblo, que al igual que el resto de Túnez, llevaba 23 años sometido a la dictadura de Ben Ali. Mohamed quiso protestar por los abusos de poder sobre él, un diplomado en informática que tuvo que reconvertirse por necesidad en un pobre vendedor de fruta ambulante y acabó por ser el símbolo de la liberación de todo un país.
El hogar del mártir se encuentra alejado del casco urbano de esta localidad agrícola del centro tunecino, situada 250 kilómetros al sur de la capital. Las pintadas en las paredes ensalzando al fallecido anuncian la proximidad a un hogar muy humilde en el que la familia recibe cada día cientos de visitas. Sentada en un colchón de gomaespuma y con un brasero en el centro de la habitación Menobia acoge a ciudadanos de todo el país que acuden a darle el pésame por la muerte de su hijo. Cubierta con un pañuelo negro, sus ojos azules iluminan la pequeña estancia y es esta mujer de 49 años la que transmite energía a los recién llegados pese al cansancio de los últimos días.
Ni rastro de policía en las calles, son los militares los que protegen los edificios públicos. Manifestaciones espontáneas recorren la antigua avenida 7 de Noviembre -ahora Mártir Bouazizi como rezan los carteles escritos a mano y pegados sobre las antiguas placas- exigiendo la desaparición de la Agrupación Constitucional Democrática (RCD), el partido del anterior régimen. Los agentes, en el punto de mira de la población por su actitud represora en los primeros días de las protestas, se han quitado los uniformes y aplauden al paso de las marchas. «Estamos aquí para servir al pueblo, no somos sus enemigos, solo cumplíamos órdenes», explica un oficial de paisano a las puertas de la comisaría central.
Los manifestantes entonan el himno nacional, queman retratos del dictador, hacen pintadas en las paredes y arrancan con sus manos cualquier resto de la anterior época. La llamada a la calma que realizan desde el Ejecutivo de transición es imposible de escucharse entre el fervor de una población que exige que «deben irse todos, no podemos consentir que permanezcan en el poder como pretenden. No les perdonaremos nunca», asegura Ismael, abogado que forma parte de una marcha de letrados que se han echado a las calles ataviados con sus togas.
Excitación por hablar
Cada calle de Sidi Bouzid es un gran parlamento al aire libre y cuesta abrirse paso entre unos ciudadanos que al ver a un extranjero le cuentan con excitación todo lo que el miedo les ha obligado a mantener en secreto durante más de dos décadas años. Si uno no se detiene la gente se molesta y puede ocurrirle lo mismo que al canal Al-Yasira, cuyos enviados especiales acabaron apedreados por vecinos ansiosos de expresarse ante las cámaras.
Al lado de la plaza principal los empleados de la compañía de telecomunicaciones Tunisie secundan un paro de una hora «para exigir la salida de la dirección de la empresa de los ejecutivos puestos a dedo por la familia Trabelsi» (apellido de la esposa del dictador depuesto y principal foco de las ira popular por su presunta implicación en casos de corrupción). Decenas de trabajadores de todas las edades ocupan el acceso principal a unas oficinas en las que «durante la revolución trabajamos veinticuatro horas para garantizar el buen funcionamiento de Internet, el arma más importante que hemos usado para las movilizaciones», asegura la portavoz sindical. A diferencia de lo que ocurrió en países como Irán durante las revueltas ocasionadas por las elecciones presidenciales de 2009, en Túnez no se cortaron las comunicaciones.
Ali Bouazizi, primo del mártir y representante del partido de la oposición PDP, se pasa el día enganchado a Facebook narrando en directo «unas jornadas históricas. Éste es un lugar célebre por el carácter combativo de la población y desde hace ya meses llevábamos saliendo a la calle para protestar, pero tras la muerte de Mohamed ya no hubo nadie que nos pudiera contener», asegura con el ojo aún morado de los golpes de las fuerzas del orden.