¿Importa tanto el líder?
Actualizado: GuardarEl interrogante que se cierne sobre la candidatura de Zapatero en las próximas elecciones generales es hoy la pregunta del millón. Lo es, porque está implícita la idea de que la selección del cabeza de cartel electoral es un ingrediente decisivo del resultado. Esta idea está firmemente arraigada en el imaginario de las élites y la compra también intuitivamente mucha gente de a pie. Y, sin embargo, es algo que no está demostrado ni resulta evidente, a partir de lo que sabemos empíricamente sobre el comportamiento electoral de los españoles.
Lo primero que hay que subrayar es que la importancia del líder es distinta en un sistema presidencialista, donde el líder es más importante que el partido, respecto de un sistema parlamentario, en el que el partido importa más que el líder. Tomemos, por ejemplo, los datos de la encuesta postelectoral del CIS de 2008. Solo el 7% de los votantes socialistas y el 5% de los populares declaran haber votado por consideración al respectivo líder. En cambio, más del 70% de los votantes de uno y otro dicen haberlo hecho por identificación partidaria (emotiva, ideológica) o por valoración de la capacidad de gestión del partido.
Fijémonos en lo que nos están diciendo ahora mismo las encuestas acerca de las próximas elecciones autonómicas. Lo que se observa, en regiones que hoy gobiernan los socialistas, es que las negativas perspectivas del PSOE coexisten en muchos casos con valoraciones positivas de los líderes regionales que están al frente del gobierno (en Castilla-La Mancha o en Extremadura), que no parecen sin embargo suficientes para ahorrarles un castigo electoral debido, sobre todo, al negativo juicio que suscita el Gobierno nacional del PSOE. Veremos cómo influye todo ello en los resultados finales, pero, o mucho se equivocan las encuestas o esas personalidades pagarán en carne propia los pecados ajenos.
Pero, volviendo al escenario nacional, el hecho de que Zapatero aparezca hoy más como una rémora que como un activo no supone que otro dirigente socialista, incluido el que mejor valoración ostenta, Alfredo Pérez Rubalcaba, pudiera por sí mismo darle la vuelta a la situación. Porque, en última instancia, lo que la gente percibe como el fruto de su decisión electoral es si la misma sirve para cambiar el curso de las cosas. Y se antoja extraño que, puesto al frente de la manifestación, incluso Rubalcaba consiga evitar ser visto como un destacado elemento de ese Gobierno sobre cuyo rendimiento existe un juicio tan negativo. La teoría política nos dice que no hay nada más difícil que lo que llaman los americanos 'to run against the record', competir contra la propia gestión. Y aunque la habilidad de Rubalcaba jamás debe ser minusvalorada, ni siquiera alguien tan avezado en la química puede lograr fácilmente algo que está más cerca de la alquimia: convertir el plomo en oro.