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Pequeña historia

Que cada uno haga bien su trabajo. El primero, el necesario y urgente trabajo para ser una persona

FÉLIX MADERO
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Si Albert Camus estuviera vivo y un periodista le preguntara sobre cómo salir de la crisis, probablemente primero se interesase por su naturaleza. Si el periodista le dijera que son dos, una económica y otra, digamos, moral, quizá respondería así: que cada uno haga bien su trabajo. Pero Camus no está vivo, aunque no hay mejor testimonio de vida de un hombre que sus libros. El autor de 'El extranjero' huía de las frases grandilocuentes y era refractario a la pompa y solemnidad. Pero, ¿qué hace aquí Camus, no escribe este hombre de la columna de los jueves sobre actualidad? Pues sí, respondo, de eso se trata. Y a eso pretendo ir sin necesidad de nombrar a un político.

Por una extraña razón que solo un neurólogo podría explicar me he encontrado con Camus viajando en autobús. Verán, pretendía ir al centro de Madrid y tomé el 20. Suelo leer cuando viajo, pero no tenía nada en mis manos y me dediqué a observar, que es algo que no debe ofender a nadie, que no cuesta dinero y que puede resultar divertido. Y esto es lo que vi. Unos cristales ensuciados para siempre con algún tipo de ácido con el que un grafitero ha puesto su firma; un asiento en el que otro grafitero ha dibujado sus iniciales en tres colores distintos; tres mujeres hablando en voz alta sobre una serie de televisión que no soy capaz de identificar; una joven con acento cubano que grita por teléfono a alguien que le debe dinero; el conductor del autobús que se enfada porque cuando arrancaba alguien le ha pedido el favor de que le abriera las puertas.

En la penúltima parada el 20 estaba lleno. Vaya, me dije viendo tantas bolsas, debe ser que la gente se ha puesto de acuerdo para devolver los regalos de Navidad. Se abrieron las puertas y entraron más personas, y en último lugar dos mujeres, una joven y sin duda latinoamericana, la otra muy mayor, diría que nonagenaria, y sin duda española. La mujer joven colocó a la anciana al lado de una barra para que se agarrara y no perdiera el equilibrio. Durará poco, pensé, alguien le cederá un asiento. Pero no estaba alguien. Bueno, volví a pensar, quizá una persona que ocupa el sitio reservado para ancianos se levante. No hubo persona. Sentí entonces la necesidad de llamar la atención en voz alta y advertir que algo no estaba saliendo bien. Pero no tuve valor. Llegamos al final. El 20 se fue vaciando, hasta que salieron sus últimos pasajeros: la anciana y su cuidadora. Y aquí es donde quisiera yo que un neurólogo me explicara por qué viendo bajar a las dos mujeres camino de la Puerta del Sol apareció en mi cabeza Albert Camus. En realidad no fue Camus, fue su consejo: que cada uno haga bien su trabajo. El primero, el necesario y urgente trabajo para ser una persona.