TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

BIENVENIDO MR. LI: LA CINA È VICINA

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Inesperado homenaje póstumo a Luis García Berlanga: medio país entona el bienvenido Mr. Marshall tras la visita de Li Keqiang, viceprimer ministro de China, que ha prometido seguir comprando buena parte de nuestra deuda y que ha cerrado acuerdos por valor de 6.500 millones de euros con empresas españolas; entre ellas fundamentalmente Repsol, aunque también se llevará un cacho la firma andaluza Hojiblanca, dedicada a la exportación de aceite que, como se sabe, hace rico-rico el arroz. Quizá como en el título de aquella película de Marco Bellocchio de 1967, que tanto le gusta repetir a Rafael Román, hoy más que nunca 'La Cina é vicina'.

No obstante, aquellos que nunca hemos terminado de entender por qué una de las huchitas del Domund de nuestra infancia llevaba cara de chino cuando allí triunfaba el comunismo de Mao, tampoco comprendemos a ciencia cierta el revuelo de campanas ante la llegada de uno de los máximos represores de los derechos civiles del mundo frente al racismo de baja intensidad que empieza a notarse alrededor de los bazares chinos en plena efervescencia y que quizá inspiren al próximo carnaval.

Frente a aquellos primitivos comercios chinos que a veces eran de Taiwán o de Hong Kong -restaurantes como aquel tan españolísimo de San Juan de Dios o los deliciosos Gran Mundo, Hong Kong y Nanking de hoy-, el comercio chino se está haciendo con el centro de las grandes ciudades al mismo ritmo con que su Gobierno contrata en África central las cosechas para los próximos treinta años.

En un comercio local tan castigado como el gaditano empieza a suscitar recelos el desembarco chinés y prosperan leyendas urbanas como la de que no pagan impuestos durante siete años, en virtud de un convenio de los años 90 que establecía recíprocamente una generosa exención impositiva. No hay tal, como tampoco es cierto que esa supuesta medida de gracia podría subrogarse luego a un nuevo titular de la misma nacionalidad para que pudiera eternizarse el gratis total.

Cierto es que entre España y China, existe un acuerdo de 22 de noviembre de 1990, que se tradujo tardíamente en el BOE número 152 de 25 de junio de 1992, a fin de evitar la doble imposición y prevenir la evasión fiscal en materia de impuestos sobre la renta y el patrimonio. Se trata de un texto de seis folios en los que no aparece ninguna referencia a los célebres siete años de exención tributaria. Simplemente, se trata de que si un español trabaja en China y un chino trabaja en España, no esté sometido ninguno de ellos a dobles impuestos: esto es, que si los paga en nuestro país no se los cobren también en su nación de origen. Y viceversa. Sin embargo, pagar tienen que pagar, uno y otro. Aunque pueda darse el caso de que China, para facilitar la expansión de su negocio, funcionarice a los comerciantes y sea su Gobierno quien incentive el pago parcial de tales tasas. O que los emprendedores chinos cuenten desde hace mucho, como así es, con una línea de microcréditos que favorece este tipo de operaciones.

Bajo dicha regla, los españoles que trabajen o abran negocios en China tampoco pagarían aquí los impuestos que ya habrían abonado en dicho país si fuese el caso. El convenio establece y diferencia qué rendimientos obtenidos por un chino en España y por un español en China han de tributar en un país u otro. Así que técnicamente, al menos sobre el papel, el ciudadano de dicho país asiático que monta cualquier tipo de empresa en España paga exactamente los mismos impuestos que un español. Lo curioso es que, de hecho, ese célebre convenio ni siquiera afecta a pequeños empresarios.

Con independencia de los talleres clandestinos que dependen más de las triadas que de las propias autoridades de su país de origen, suele denunciarse también competencia desleal por parte de los comercios con ese origen. De hecho, en Cádiz, las asociaciones de comerciantes ya han exigido que respeten la legislación al uso. Esto es, por ejemplo, que se atengan escrupulosamente a las normas relacionadas con el etiquetado y seguridad, la venta incontrolada de productos que no están incluidos en su licencia de actividad comercial y los horarios oficiales de apertura. Otras de las controversias que generan dichos establecimientos giran en torno al hecho de que compren en sus mayoristas sin factura -y por tanto sin IVA- y que, como también ocurre con establecimientos patrios, no tengan dado de alta a todo el personal de tiendas que suelen ser familiares pero, que quizá no resistieran una exigente inspección de Trabajo.

También es harina de otro costal que dichas empresas, como cualquier otra inversión española o extranjera, puedan beneficiarse de incentivos como los Fondos de Ayuda al Desarrollo (FAD) o el alivio de luto del Impuesto de Actividades Económicas que beneficia a todos los negocios -vengan de donde venga- durante los dos primeros años de actividad.

Pero, no seamos hipócritas, cuando la deslocalización de empresas hacia China y otros países asiáticos arruinó a sectores como el de la piel de Ubrique. En aquel caso, no fue que los chinos vinieran a quedarse con el negocio sino que marcas europeas preferían el trabajo y el salario de los chinos en lugar del de los españoles. Globalización mercantil, suele llamarse a esa práctica. Ahora, por cierto, empiezan a regresar pero algunas de dichas marcas pretenden que sean los españoles quienes bajen su sueldo al nivel de los de Asia.