EL MAESTRO LIENDRE

AYUDE A UN COMERCIANTE

La campaña navideña que termina enfrentó como nunca al casco antiguo con las macro tiendas, pero las llamadas a la militancia gadita no bastan

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Puede ser que haya prescrito. A estas alturas, con la Navidad resuelta y las rebajas iniciadas, puede que ya no sea delito opinar sobre el centro comercial local. Vaya por delante que, por edad o lugar de nacimiento, soy de los que percibe con placer una tarde de compras en el casco antiguo (siempre con escalas y en dosis adecuadas). De los que considera un engorro, ineludible por ventajoso, de vez en cuando, meterse en un centro comercial atestado, sin ventanas que permitan contemplar el exterior. En cualquier caso, es de necios no alternar las dos opciones, sin radicalismos y sin perder de vista las ventajas que ofrecen ambos métodos. Es la ley del mercado y si la violamos con preferencias intransigentes, quedamos a merced de los mercaderes de uno u otro bando.

Con todo, estas fiestas han dejado claro como nunca esa rivalidad. Macrotienda en las afueras versus mostradores de siempre. Y como los afectos de casi todos parecen estar por la segunda opción, merece la pena intentar sacarle los colores, ojala que el brillo, a ese sector clásico, de tiendas pequeñas, porque ese amor es el que merece crítica, entendida como forma de preocupación y desvelo, un amago de colaboración.

Los comerciantes del centro deben moderar sus llamadas a la solidaridad, a la complicidad espiritual de los clientes. Ellos, herederos de la tradición fenicia mezclada con mil leches, llevan el interés en su código genético. Digamos, en caricatura, que no se casan más que con la caja y desde ese punto de vista son poco dignos de lástima y camaradería entre 'gaditas'. Hacen negocio, es su esencia, y eso, en principio, enternece lo justo. Algunos de los actuales o recientes responsables de asociaciones de comerciantes forman un 'lobby' con poco aire para gente joven, coto cerrado de pocas calles, alérgicos a la renovación real. Esos, algunos de los de siempre, aunque rajen ahora de El Corte Inglés, se hicieron con los locales comerciales de alrededor para especular con precios imposibles y ganancias desorbitadas a rebufo de don Isidoro. Ahora no vale echar pestes. Comerciantes, al cabo, antes que ciudadanos. Seamos nosotros compradores, antes que gaditanos. Para jugar de igual a igual, digo.

Una vez sentada esa base, deberían plantearse cómo hacer la vida más fácil a los clientes (único colectivo en el que milito de forma intermitente). En vez de reclamar más plazas de aparcamiento, deberían forzar que las existentes sean mucho más baratas (o gratis), además de estar mejor iluminadas y procurar que en cada plaza quepa un coche, no un biscúter. No estaría mal que presionaran para que el cajero automático más cercano no estuviera siempre «fuera de servicio» y la valla de entrada rota desde 1955. Todavía sería más importante preguntarse por el transporte público en una ciudad tan pequeña.

Convendría recordar que seguridad no solo es delincuencia, también tráfico desmandado, calles peatonales violadas. Y que a la primera que nos relajamos con la limpieza pública, vuelven a brotar cacas de perro como setas.

Por extensión, esos comerciantes que nos quieren en sus calles podrían adaptar, de una vez, sus horarios a los del comprador en vez de forzar la inversa. Eso de «el domingo por la tarde no abrí porque la mañana estuvo flojita» es una falta de respeto. Una forma de pereza visible en otras horas de otros días. También podrían dar cursos de atención y proponer como manual el que tienen en países anglosajones donde la satisfacción del comprador, siempre que ofrezca el mismo respeto, está por encima de todo. Por ejemplo, no vuelvo a entrar donde me digan «esto es demasiado caro para usted», como me ha pasado en Goya y Maspapeles. Una cosa es que yo sea un papafrita, que no lo discuto, y otra cosa que me lo recuerde alguien a quien no conozco y sin que le pregunte. A los clientes, siempre, se les devuelve el saludo. Siempre. Y no es molestia preguntar. Se supone que es el prólogo de la compra.

Además del trato es fundamental la oferta. No vale tener el mismo producto, presentado de forma parecida, durante 45 años. Algunas tiendas del centro (El Indiégena, Magerit, Game, Tous. O muchos ejemplos del que lea, ajenos a mi experiencia) están atestadas mientras que otras similares y colindantes pueden celebrar un partido de tenis en su local sin peligro de golpear a nadie con la bola. Habrá que preguntarse qué ofrecen y cómo lo ofrecen para mantener ventas altas en plena era del miedo. También hay que plantearse la oferta lúdica, que lo de la pista de hielo no va a servir 15 años. O intentar que algo parecido a Juvelandia (¿de veras no hay sitio? ¿de veras no es negocio?) en vez de instalar el parque más cutre del mundo al aire libre en la temporada de más frío y lluvia. Con tener contentos a la jefa y a los medios no basta en este caso. Se trata de tener contentos a los que dudan sobre irse a Bahía Sur.

Que no vale ampararse en la belleza del entorno, que es bello. Que no vale refugiarse en nuestra memoria, que es entrañable. Que la oferta hostelera mejora, que vale. De lo que se trata es de estar en constante progreso para evitar las llamadas a la condición de «gadita». Se trata de atraer a los demás para ganar la batalla, no a los que tenemos querencia por paisanaje. Esos, ya estamos convencidos. No sirve eso de «lo que te gastas en aparcamiento en Cádiz es lo que te cuesta la gasolina para ir a Área Sur». Eso es justificar un perjucio con otro. Y muchos sufrimos, alternativamente, los dos. Se trata de aportar ideas, amor por el producto, respeto, ventajas, muchas, más y permanentes. A ver si cuando se acabe la eterna excusa de la crisis vamos a seguir igual que antes: ganando y llorando los comerciantes, aguantando y comprando los clientes.