Bienvenido, Míster Li
Actualizado:No hay más que esperar sesenta o setenta años para ver cómo el peligro amarillo, que nuestras abuelas creían que era Manolita Chen, se convierte en una bendición del mismo color. A Li Keqiang, viceprimer ministro de la pujante superpotencia, han acudido a recibirle el rey, el jefe de Gobierno, los ministros de Industria y Exteriores y la marchita flor y nata agria del empresariado español. Nuestro ilustre huésped no ha venido a vendernos nada, sino a comprar. Ha adquirido más deuda española a corto y largo plazo. Por las tierras por donde anduvieron los fenicios, que inventaron la moneda y se arriesgaron a meterle un remo a los océanos tenebrosos, circula un refrán: «enhorabuena al que compra, no al que vende» y los chinos, hartos de vendernos todo a cien, ahora han venido a comprar y han ampliado sus contratos, que ya se cifraban en 25.000 millones, en unos 5.600 millones más.
Quienes no sabemos nada de economía nos parecemos mucho a nuestros sucesivos ministros económicos, pero el sentido común nos hace saber que las deudas, si engordan mucho, explotan. Tardan, pero acaban haciendo un ruido espantoso. Su única ventaja es que el estruendo no lo oyen quienes han contraído la trampa, sino las generaciones siguientes. Son como una herencia al revés, pero sin duda alivian a las que han cometido el error de ser contemporánea. Solbes, que sí parece que sabe algo del abstruso tema y por eso se quitó de en medio, ha dicho que «es un mensaje claro de confianza en nuestra economía» que China amplíe su deuda. Lástima que él lo viera oscuro cuando decidió largarse. No tuvo suerte y los chinos, que han pasado de Fu Man Chu a Li Keqiang, dicen que vale más una cucharada de suerte que un barril de sabiduría.