Sociedad

AIRE LIBRE

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Cualquier vicio exige la virtud de la perseverancia. Un vicioso no se improvisa. Es cierto que no todos alcanzan el rango de pecados y por lo tanto no pueden dividirse en capitales y en provinciales. El atractivo mayor de algunos hábitos venía siendo su clandestinidad. A algunos depravados fumadores no estaba negado ese placer ya que podíamos hacerlo en todas partes. Cuando nos saliera de los pulmones. Las cosas han cambiado, como es su obligación. La vida se nos haría más larga si no variara, pero las costumbres son más fáciles de abandonar cuando son buenas. En general, el «mudar de ellas se siente como la muerte», dice Cervantes, siempre lleno de piedad y comprensión. Hay gente que, por nuestro bien, nos acarrea algunos males y desde hace dos largos días sólo podemos fumar al aire libre. ¿Qué le vamos a hacer? Dejar de fumar sería lo sensato, pero hay que tener en cuenta la naturaleza humana y somos muchos a los que nos gusta más fumar que el aire libre.

Lo grave es la obligación de abandonar las costumbres, buenas o malas, ya que son nuestras. Nadie ignora que fumar es un veneno lento. El otro día leí un docto artículo nicotínico en el que un médico mixto de predicador exponía la tesis de que un fumador adolescente se priva de quince años de vida. Entendí que yo estaba calculado para llegar a los 98, si no hubiera fumado desde los dieciséis. Quizá habría que poner el mismo sañudo empeño para lograr que abandonáramos otras costumbres. En los últimos desprevenidos y alegres años los españoles nos habíamos habituados a vivir por encima de nuestras posibilidades, que quizá sea la única forma de vivir. Ahora hay que probar a fumar menos y a comer menos, incluso al aire libre.