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Luis Rubiales personifica la defensa de los jugadores españoles. :: EFE
LA PRÓRROGA

Luis Rubiales: rebelde con causas

El padre del presidente de la AFE ve a su hijo como «un honrado obrero del fútbol y un hombre desprendido»

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lloraba con genio y con rabia. Mi mujer y yo le habíamos comprado un balón y la vestimenta del Motril, el club de nuestra ciudad. Aún era casi un bebe y ya soñaba con ser futbolista. Lo vestimos y le calzamos unas zapatillas de deporte. La camiseta le bailaba algo, los pantalones le quedaban anchos y hubo que dar un par de vueltas a las medias. Eve, su hermana, le hacía burla, y Luis lloraba, mientras balbucía algo de unas botas. Cuando conseguimos calmarlo, nos explicó el motivo de su disgusto: los futbolistas no juegan con zapatillas de deporte. Coincidimos en que tenía razón, y me fui a la tienda a comprarle sus primeras botas. Después vinieron muchos otros pares, hasta que se convirtió en profesional.Con solo catorce años debutó con el primer equipo del Motril. Del Bosque quiso llevárselo a la cantera del Real Madrid, Pablo Blanco a la del Sevilla. Fue, finalmente, el Valencia su destino, con apenas quince años, porque ofrecía las mejores condiciones para su desarrollo como ser humano. Allí se hizo un hombre y sin perder ni un curso, terminó COU y Selectividad. En paralelo, su vida futbolística seguía progresando. Allí conoció, en su primer año de Universidad, a la que hoy es su esposa, Nela. Allí, también, fue preseleccionado para la selección sub-18.

Terminada su etapa de formación, ficha por el Atlético de Madrid, y comienza jugando en el filial de Tercera. Aquí llega la primera de las lesiones graves que ha tenido: se le rompe el recto anterior de la pierna izquierda. Lo opera el doctor Pedro Guillén. Después de la intervención, estando presentes su madre y yo, el buen doctor le pregunta: «¿Estás estudiando, Luis? Siempre podrás seguir jugando, aunque sea a nivel aficionado». La lesión había sido brutal, y el pronóstico no era muy alentador. En vez de hacer dos horas de rehabilitación, Luis hizo primero cuatro, después seis, hasta ocho horas diarias.

Perdió aquel año, y el Atlético le dio la baja. Se vino a casa apesadumbrado, abatido, pero con la convicción de que saldría adelante. Ya entonces mostraba su carácter, su casta, su orgullo. Había que empezar de nuevo, y se aprestó a ello. Fue Gerardo Castillo, del Granada 74, quien le dio la oportunidad de volver. Y cuajó una temporada extraordinaria, que culminó con el equipo granadino jugando la fase de ascenso a Segunda B. Al año siguiente, conseguiría este ascenso, pero con el Guadix, en una temporada en la que jugó más de cuarenta partidos. Es tentado por distintos equipos, y finalmente firma su primer contrato profesional con el Mallorca, jugando ese primer año en el 2ª B a las órdenes de López-Caro. Después, el Lleida, el Xerez, dirigido, curiosamente, por el que era su ídolo de pequeño, Bernd Schuster, con el que está a punto de ascender a Primera División y con el coincidiría de nuevo en el Levante, el equipo de su vida.

Luis vive en Valencia la etapa más bonita de su vida, en lo deportivo y en lo persona. Nacen mis nietas Lucía y Ana, y se asienta definitivamente el Rubiales reivindicativo que está en lucha permanente por sus derechos y los de sus compañeros.

Cuando acaba esa etapa, decide terminar su vida deportiva en Gran Bretaña. Lo ve como una oportunidad: perfeccionar el inglés, conocer otro campeonato, posibilitar a su familia una experiencia y un aprendizaje difícil de obtener en España. Firma por el Hamilton, un modesto equipo de la Liga escocesa. La aventura dura apenas dos meses: el mismo día que cumple 32 años, con una condición física magnífica, nos anuncia que deja el fútbol y que va a optar a presidir la AFE.

Su teléfono está casi permanentemente recibiendo llamadas de futbolistas de todas las categorías, pidiéndole que vuelva y que les ayude en los problemas que sufren. Su experiencia como capitán del Levante, cuya actuación permitió que sus compañeros cobraran casi todo lo estipulado, lo han hecho muy conocido en los ámbitos futbolísticos españoles. Rescinde el contrato con el equipo escocés y se vuelve a nuestro país.

Inmediatamente, comienza su camino hasta la presidencia de la AFE (Asociación de Futbolistas Españoles), que consigue en unas elecciones en las que, ante su empuje, el otro candidato -presidente en los anteriores veintidós años- se retira. Desde entonces ha transcurrido menos de un año, y en este tiempo ha resuelto conflictos pendientes durante décadas, y se ha enfrentado con solvencia a los abusos de los poderosos. Hoy, la AFE es una piña, y todos los futbolistas de cualquier categoría pregonan con satisfacción que ahora sí tienen un sindicato que, desde la cordura y el diálogo, defiende sus derechos. Al frente está Luis, mi hijo. Un buen hijo y un buen padre. Un hombre generoso, entregado a la defensa de lo que considera justo. Una persona capaz de compartir en los buenos y en los malos momentos. Los primeros dineros que ganó se los entregó a su madre para usarlos en unos arreglos que necesitaba nuestra casa. Siempre está disponible para aquellos que lo necesitan, y aunque yo sé que a él no le gusta que se diga, de su generosidad saben mucho organizaciones y particulares de toda España. Su madre y yo, y toda la familia, nos sentimos orgullosos de mi Luis Manuel, un honrado obrero del fútbol, un hombre desprendido y noble, un ser humano comprometido con la justicia.