«La democracia actúa como anestésico»
'Nada es crucial', una de las novelas mejor escritas de 2010, ya tiene segunda edición. Su autor vive y trabaja en Sanlúcar Pablo Gutiérrez Escritor
CÁDIZ.Actualizado:La crítica dice que ha surgido un escritor joven, dotado de voz propia, y los lectores fogueados en las trampas del marketing, por norma, se echan a temblar. En el caso de Pablo Gutiérrez el juicio venía avalado porque la revista 'Granta', faro del gremio, lo incluyó entre las veintidós firmas a seguir en el panorama literario en español. Después, RNE le concedió el 'Ojo crítico'. 'Nada es crucial', su segunda novela, solventa todas las dudas y calla la pluma de los más escépticos. Lengua de Trapo acaba de lanzar su segunda edición.
-¿De dónde surge la necesidad de contar la infancia de dos personajes tan reales, y la vez tan extraordinarios, como Magui y Lecu?
-La novela se desenvuelve en el papel de la misma forma en que se armó en mi cabeza, a partir de una imagen: dos seres arrinconados en una parada de autobús, mientras sopla un viento incómodo, en una de esas tardes en las que nadie quiere estar en la calle porque todo es raro y todo es feo. Y allí en medio quedan esos dos tipos que tú sabes que están al margen de la vida ordinaria, pero que no dejan de encerrar una pizca de belleza, aunque sea una belleza extravagante. Ése es el único gesto de creatividad por mi parte, porque después lo único que hice es ser coherente con esa imagen, dotar a esos dos personajes de una vida.
-¿Y la inquietud, la idea de fondo?
-Supongo que es puramente biográfica. Yo fui un chaval de los 80, un adolescente de principios de los 90, y hay muchas cosas sobre esa época que había que contar. Hay una franja de tiempo, un periodo de nuestra historia, que aún no se ha narrado. Por una parte, está muy idealizada: la libertad, la transición, la movida... Pero, claro, eso sería en Madrid, porque luego estábamos todos los demás, los que vivíamos en la periferia, y para nosotros los 80 fueron otra cosa. Fueron mucho aburrimiento, mucha televisión encendida, mucho columpio de hierro y mucho patio de albero. Supongo que ahora hay una nueva generación de escritores que tiran de su pasado, de sus vivencias, como material creativo.
-Los protagonistas son marginales, cada uno a su manera. ¿El barrio y el pueblo, vistos desde abajo, siguen siendo los grandes ausentes de nuestra literatura?
-Si haces una nómina de los grandes escritores del siglo XX, de los que aparecen en los libros de texto, todos vienen del ámbito de la ciudad o de la familia burguesa. Quizá las excepciones sean Miguel Hernández, en poesía, y Juan Marsé, en narrativa. Es lógico que el retrato que plantean responda a esa perspectiva. Es inevitable. La capacidad de inventiva es limitada para los que queremos hacer una literatura vivida, pegada a lo real. Uno pone el foco en lo que conoce. Ahora que determinados cambios nos han permitido acceder a la educación a los que venimos de otro sitio, es igual de inevitable que contemos algo distinto.
-Utiliza la prosa poética, pero cada vez que parece que el tono va a caer en la cursilería, rompe con un guiño duro, con un giro sucio, como si se arrepintiera.
-La novela tiene dos niveles: por una parte los personajes y su historia, que para mí son muy reales, que existen, que están vivos; y luego está el envoltorio con el que he intentado componer la trama. Para mí es tan importante (lo pondría al mismo nivel) como el contenido. Yo necesito contar las cosas de una manera diferente porque la novela, en relación con otros discursos, tiene muchas carencias. Si uno no le 'pega' al lenguaje, es mejor no ponerse. Casi que te conviene más rodar un corto. Si coges el cuaderno es para 'utilizar' el lenguaje, para descomponerlo. En cualquier caso, es cierto que cuando notaba que la novela podía caer en la cursilería, la devolvía a su mundo sórdido, o recurría al humor, pero a un humor amargo, duro, que no pretende hacer reír a nadie. Ese juego de contrastes es fundamental...
-Pero también es muy arriesgado, descoloca al lector...
-La novela, en general, es muy arriesgada. Desde su planteamiento mismo. Hay que tener en cuenta que el narrador trata a los lectores, de entrada, como a un grupo de niños pequeños a los que piensa contarles una historia. Tengo amigos que me han dicho: 'Pero cómo te atreves a infantilizar a la gente que te va a leer y ponerte en una situación tan privilegiada', pero es que eso forma parte del juego...
Nada de moralismo
-Al igual que a muchos de los 'nuevos narradores', y a pesar de que la crítica no siempre lo considera un recurso aceptable, sino más bien una forma de disimular ciertas carencias, tampoco le da miedo recurrir a recursos puramente cinematográficos.
-Habría que estar ciego para negar un mundo que nos ha proporcionado tanta información... Hemos crecido con 'Barrio Sésamo', con 'Planeta Imaginario', y nos hemos tragado un montón de películas... Esa narrativa, consciente o inconscientemente, la hemos asimilado. Otra cosa es que yo, en 'Nada es crucial', lo parodie. Es una riqueza extra que sería ridículo ignorar.
-Los personajes de su novela que se comportan, en principio, bien con sus semejantes, lo hacen siempre por satisfacer un objetivo personal, aunque no sea con mala intención. No existe el bien por el bien. Ni siquiera sus protagonistas son buenos. Tratándose de dos niños con los que el lector tiene que empatizar, ¿le ha costado mucho no caer en el paternalismo?
-Uno de los principales peligros que tenía la novela, utilizando además el narrador que utilizo, era el moralismo. Te pones en el ambiente lumpen, y era muy fácil resbalarse hacia el 'pobrecito'. Había que hacer un ejercicio de frialdad, huir de ese tono, buscar las dobleces que todos tenemos. Magui es una niña mona, pero es una niña perversa. Y Lecu no es malo, pero no puede ser un buen tipo viniendo de donde viene.
-Si la obsesión es el combustible de la creación, ¿ahora mismo cuáles son las suyas?
-Me obsesiona el engaño enorme que estamos sufriendo. Y me tortura una pregunta: ¿por qué diablos nadie levanta la cabeza? No me sorprende que haya una crisis económica como ésta, lo que me resulta una incógnita indescifrable es: ¿cómo es posible que la sociedad esté tan dormida? ¿por qué nadie mueve un dedo? Durante los 90, precisamente con un capitalismo al alza, surgió un movimiento 'altermundista' potentísimo. ¿Dónde está esa gente? ¿No hay una sola voz fuerte, fiable, luchadora? ¿Tenemos que levantar todos el sistema para que vuelva a estar como estaba, con cada uno en su sitio? Creo que la democracia, en España, ha servido como excusa. Actúa como un anestésico. Como si nos hubieran dicho: 'Queríais esto, ya lo tenéis, pero el control seguirá siendo nuestro'. Y la gente no replica. Se conforma.