Errores de bulto y juegos perversos
Actualizado:Todos los editores tienen varios despistes gordos en su currículum, grandes autores que han tenido a su alcance y que les han dejado escapar, a veces por los informes desfavorables de los lectores. No obstante, si no hubiera sido por su perspicacia tampoco habrían existido ni Mario Vargas Llosa ni Paul Auster. Por lógica, siempre tuvo que haber una primera vez, o un primer descubrimiento, y ese mérito les corresponde a editores y lectores.
Los autores que aun así han jugado al despiste se cuentan por docenas. La Nobel británica Doris Lessing mandó una de sus novelas firmada con seudónimo a su editor, que la rechazó. Cuando se enteró de la identidad de la escritora, la publicó.
¿Error garrafal de quien leyó la obra? Puede ser, pero también hay que tener en cuenta que las casas editoriales, como empresas que son, tienen que competir en un mercado y ganar dinero para seguir publicando. En este sentido, no sólo vende la calidad, en el caso de que lo haga, sino también la notoriedad y la trayectoria del autor, que con el tiempo se convierte en una marca, o unos contenidos que por razones de coyuntura pueden tener un gran tirón.
La francesa Marguerite Duras lo hizo aún de una manera más perversa. Envió al editor una de sus novelas, también con seudónimo, una novela que él mismo había publicado años atrás. Esta vez la rechazó. La misma J. K. Rowling vio cómo rechazaban diez veces su primera entrega de 'Harry Potter'. Y quizá la mayor metedura de pata de la historia la cometió André Gide, el mismo escritor, Nobel de Literatura en 1947 y el lector de Gallimard, que recomendó rechazar 'A la busca del tiempo perdido', de Marcel Proust. «No puedo comprender que un señor pueda emplear treinta páginas para describir cómo da vueltas y más vueltas en su cama antes de encontrar el sueño», escribió en su informe.
Pronto se arrepintió.