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Sociedad

AQUI SÓLO CUELAN LOS BUENOS LIBROS

Su labor consiste en detectar la solidez o debilidad de personajes y argumentosLectores profesionales, jóvenes y cultos, criban los miles de manuscritos que llegan a las editoriales

IÑAKI ESTEBAN
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Como si fueran náufragos que viven en una pequeña isla, miles de escritores, por lo general noveles, mandan sus mensajes o manuscritos a las editoriales con la esperanza de que allí, al otro lado, haya alguien que los lea y dé el visto bueno para su publicación. El porcentaje de los que finalmente se verán en la mesa de novedades de las librerías es ínfimo: los más optimistas lo cifran en el 5%. Pero no todo está perdido de antemano, porque una de las labores de los editores consiste en separar el oro de la paja y hacer realidad el sueño del autor desconocido que tiene algo que contar y lo cuenta bien.

Los envíos de estos espontáneos se miran en su destino con recelo y con pesar, como un fardo del que liberarse, pero en el que quizá haya un diamante escondido, porque los editores también persiguen su ambición de descubrir a la siguiente estrella literaria. De ahí que el personal de la propia casa editora haga una primera criba, para ver si los manuscritos se desinflan con tan sólo leer por encima las primeras páginas. Y los que pasan el primer corte caen en manos de los lectores, profesionales externos capaces de ver los fallos y las virtudes de los escritos, especialistas en destriparlos y valorarlos para que el editor tenga elementos de juicio con los que dictar la sentencia definitiva: aceptados o devueltos a su remitente.

Los lectores son una parte necesaria y valiosa en el engranaje de la industria libresca, pues sin ellos, simplemente, se atascaría. La especie devora libros a gran velocidad, vive en la sombra de sus habitaciones y no figura en las plantillas de las empresas. Por una retribución de 50 a 70 euros, escriben informes sobre la calidad literaria y la virtualidad comercial de los originales, sobre la solidez o debilidad de sus argumentos y sobre a quién puede interesarles. Pese a su precariedad laboral, ellos emiten el primer pasaporte a la fama.

La criba implacable

El perfil del lector es el de una persona joven y culta, estudiante o que ha terminado hace poco la carrera, que piensa dedicarse a escribir, a la edición o ambas cosas. Gabriela Ellena Castellotti ha estado leyendo de cuatro a ocho manuscritos a la semana antes de entrar como editora de mesa -la que elimina los fallos y erratas de los textos- en el grupo editorial Random House Mondadori. Siempre se ha sentido «feliz» al leer manuscritos con ojo profesional, y comprende a la persona anónima que ha puesto mucha ilusión y centenares de horas en escribir un libro. Pero, en su opinión, de nada sirve ponerse en su lugar y ser benevolente.

«Es tu trabajo y debes ser justa y fiel con tus criterios: si una novela es mala o muy mala debes decirlo con la máxima claridad. Es duro mostrarse así de implacable, pero no hay otra alternativa. Reconozcámoslo, hay demasiados libros y una criba más estricta no vendría mal», alega.

Los currículums de los lectores suelen empezar en las facultades de Filología, pasan por un máster de edición y, con frecuencia, recalan en las plantillas de las editoriales. Castellotti se desplazó de Madrid a Barcelona para cursar el posgrado en edición de la Universidad Pompeu Fabra. En la ciudad catalana conoció a la tía de un amigo suyo, relacionada con el negocio del libro y que le puso en contacto con Planeta. Su primer cometido fue leer dos originales presentados al premio que lleva el nombre de la editorial. Y también pasaron por sus manos novelas enviadas al Nadal y al Biblioteca Breve.

En sus dos años y medio como lectora, vivió cosas muy buenas y muy malas. Entre las primeras se acuerda de 'El contador de historias', del libanés Rabih Alameddine, que leyó para Seix Barral y terminó siendo publicada en Lumen; de 'Valfierno', de Martín Caparrós, premio Planeta en Argentina en 2004; y de 'En tiempo de prodigios', de Marta Rivera de la Cruz, finalista en el Planeta español de 2006, entre otras.

Entre las malas, las hubo «terribles». Los originales, en su mayor parte, suelen proceder de los talleres de escritura o son memorias y autobiografías. «En cuanto a los que yo leí, se notaba que a los autores les faltaban lecturas, sobraban lugares comunes, las tramas eran previsibles y los personajes estaban más cerca de lo audiovisual que de la literatura. Había en muchos como una necesidad de dejar su impronta, como si fuera el libro lo que les faltara para completar el hijo y el árbol».

Para los responsables de las editoriales, la información que les suministran los lectores les ayuda mucho a la hora de tomar sus decisiones. Los editores confían en ellos, saben cómo ven la literatura y a veces encargan el mismo libro a personas de distinto sexo y diferentes edades, porque no se lee igual a los veinte años que a los sesenta. Todos esos matices aportan claridad a la obra a publicar y ayudan a definir sus públicos y su marketing.

Vanesa Pérez-Sauquillo luce una imponente medalla en su solapa: fue la editora que contrató la trilogía 'Crepúsculo' de Stephenie Meyer, millonaria en lectores y en beneficios, cuando aún no había salido en Estados Unidos y sin tener por tanto referencias de su impacto.

Dedicada hoy a la escritura y autora de poemarios como 'Bajo la lluvia equivocada', Pérez-Sauquillo tuvo un pálpito al leer la obra. Pero, con eso sólo, no valía. Necesitaba refrendar su opinión. Y para ello reclutó a tres lectores, una mujer de 65 años, una chica de 20 y un experto en literatura fantástica de 40. «Cada uno vio una cosa. La señora se fijó en los diálogos, la mujer joven en la historia de amor entre Edward Cullen y Bella Swan, y el especialista marcó su sitio dentro del género de vampiros», recuerda.

Un empleo, no una afición

Sus informes le hicieron ver ángulos que no había tenido en cuenta en su propia lectura. Trabajaba entonces en la sección infantil y juvenil de Alfaguara y la inversión a la que debía dar el sí era muy alta. «Los lectores te dan seguridad y confianza. Incluso si sus informes son contradictorios siempre sacas cosas que te sirven. Representan a los sectores de la sociedad a los que quieres dirigirte. Y, por supuesto, también pedíamos la opinión a los chicos a los que estaban destinados los libros».

Gracias a todos ellos y a su intuición como editora, Pérez-Sauquillo logró que aquel episodio de su vida profesional fuera «un regalo de la vida». «Sentías mucho orgullo cuando ibas en el metro y el de un lado y el del otro estaban leyendo algo en lo que tú estabas interviniendo».

La regla de oro de los lectores es dejar a un lado sus gustos y ponerse en el sitio de los sellos editoriales, cada uno con su línea y su personalidad. Esto es lo que enseña Recaredo Veredas en el taller de formación de lectores que imparte en la escuela literaria Fuentetaja de Madrid. «Estás trabajando para un cliente y eso lo tienes que tener en la cabeza en todo momento. No se trata de una afición, sino de un empleo».

Veredas ejerce hoy de abogado y además escribe. Hace unos años leía manuscritos para editoriales como Siruela, Alfaguara y Ediciones B, las tres muy distintas si bien con unas pautas similares para redactar informes. El lector tiene que hacer una resumen del argumento en un par de líneas y una sinopsis más larga. También debe valorar el estilo, encuadrar la obra dentro de un género si hace al caso, y proyectar sus posibilidades comerciales en base a las clases de públicos a los que podría gustar. En palabras de Ana Lozano, antes lectora y en la actualidad editora de Aguilar, «tienes que adoptar la perspectiva del comprador, o imaginarte si ese libro lo regalarías a tu pareja, a tu madre, a tu amiga, a tu abuela o a todos ellos».

Como revela el caso de Stephenie Meyer, no sólo los espontáneos de la literatura pasan por el escrutinio lector. Autores de primera línea como el académico Luis Mateo Díez o José María Guelbenzu, autores a los que leyó Veredas, no con la intención de que la editorial se decidiera por publicar o no la obra, pues la edición estaba fuera de toda duda, sino para tener una idea ajustada de los libros en cuestión y de sus posibilidades.

Estos encargos son los más golosos, porque hay otros mucho menos placenteros. Todos los lectores tienen una buena cantidad de experiencias poco reconfortantes. Cristina Castillón, periodista 'freelance' y lectora para varias editoriales recuerda que lo primero que cayó entre sus manos fue un best-seller en el que unas mujeres se apuntaban a un club para hacer galletas. Quizá no era el libro que ella hubiera comprado en una librería. Pero la ética del lector le obliga a coger lo que le mandan y someterlo a su mirada. «A veces lo lees con gusto, sin darte cuenta que estás trabajando. Luego hay épocas en que no te cae nada bueno y te encuentras saturada».

En ese momento, Cristina Castillón se toma un respiro y coge libros que sabe que no le van a fallar: «Si sólo lees lo malo, pierdes criterio», asegura Veredas. «Tienes que volver a los clásicos o a las obras ya contrastadas para no olvidarte de cuáles son las características de una buena novela». No obstante, a pesar del cansancio, a todos los lectores consultados les gusta o les ha gustado la experiencia: le han pagado por leer, algo que harían de cualquier modo, y es una buena manera de meterse poco a poco en una editorial. «No da para vivir, pero a oficio bonito, pocos le ganan», resume Castillón.