China en presencia
Por primera vez vi a unos dependientes nativos trabajando a las órdenes de jefes orientales
Actualizado:Casi todas las aproximaciones a China que se han venido haciendo entre nosotros han pecado del defecto simplificador. No es culpa única de Occidente. El hermetismo en que se desenvuelve la política oficial china favorece las descripciones en trazo grueso de un país que todavía se nos figura del 'Extremo Oriente', una denominación geográfica del todo impropia en la era de la globalización y de internet. Entretanto hemos pasado de la profética 'la Cina é vicina' con que Marco Bellochio tituló su despiadada sátira política de 1967 a la evidencia indiscutible de que China ya está entre nosotros. Se ha roto la divisoria del exotismo. A estas alturas resulta lo más natural del mundo encontrar al otro lado de la barra del bar unos ojos orientales y unas manos capaces de cocinar tanto un salmorejo canónico como unas manos de cerdo a la manera de la abuela. Eso por no hablar de su monopolio en el comercio de género menudo en bazares que desafían los horarios y los precios a que estábamos acostumbrados.
Cuando mi excompañero de pupitre Jesús Ferrero escribió 'Bélver Yin', una 'chinoiserie' trufada de guiños dispares al taoísmo y a las películas de Fumanchú, nuestra imagen de la cultura china no había salido de los consabidos tópicos, por no decir de las huchas del Domund y de los chistes fáciles sobre millones de chinos que botan a la vez o juegan al baloncesto en la misma pista. Como lo más culto que habíamos conocido de China hasta entonces eran los Viajes de Marco Polo y el Libro Rojo de Mao, la novela de Jesús nos despertó cierta curiosidad por aquel mundo fascinante, pero ni por esas. Era como si todo lo chino se resistiera a ser apreciado de forma inteligible y prefiriera presentarse en forma de tres o cuatro consignas siempre uniformadoras. Y para cuando nos queremos dar cuenta, resulta que China ha roto el jarrón de los estereotipos en los que la teníamos encasillada y ahora emerge reventando por todas las costuras. El país de la pena de muerte y de la persecución de los disidentes es ahora también el primer consumidor del mundo y uno de los principales focos de 'nuevas tendencias'.
La masa acrítica se va disolviendo en un caleidoscopio de pequeños mundos singulares y de individuos libres como Liu Xiaobo. Pero también como esos chinos anónimos que van poblando poco a poco nuestros espacios familiares convirtiéndose en piezas imprescindibles de la vida del barrio. El domingo entré en una de sus tiendas para comprar el muy occidental árbol de Navidad. Y por primera vez vi a unos dependientes nativos trabajando a las órdenes de los jefes orientales. Ya estamos, me dije, en la nueva fase. Se acabó la incomprensión cultural. China ha dejado de ser una aproximación como en el título de Bellocchio, incluso una cercanía como en la novela de Jesús Ferrero. Ahora ya se puede decir que es una presencia.