Turno de ambiciones
Actualizado: GuardarAunque la nave esté zozobrando hay quienes no se conforman con ser los segundos de a bordo. Nunca ha habido en los últimos tiempos tantas personas con vocación de suplentes. Para que no se note el hueco que van a dejar, redundantemente vacío, sus predecesores se aprestan a rellenarlo. A inútil repuesto, inútil puesto. Eso que llamamos el poder no debe estar desocupado nunca, salvo en los sonoros espacios necesarios para tirar de la cadena. Hay codazos por el mando futuro, al margen del resultado electoral, ya que también la oposición constituye un empleo seguro. El recalcitrante señor Bono multiplica sus esfuerzos, o sea, los nuestros, buscando protagonismo. También hace lo que puede don Tomás Gómez, el emergente y urgente líder del PSM, que se desmarca de Zapatero. Se confirma que lo mejor que se puede hacer con un líder es abandonarlo a tiempo.
La ambición, más o menos secreta, de los inmediatamente inferiores es reemplazar a su superior jerárquico. Lo han tratado el tiempo suficiente para saber que en el 90 % de los casos es un imbécil amparado por la mediocridad reinante y confían en no desentonar cuando ocupen su puesto. El gravísimo problema español no consiste en encontrar las personas adecuadas para ocupar los cargos, sino en que haya muchos más cargos que personas. En líneas generales, incluso en otras de menor graduación, las ambiciones se consideran como una virtud, pero dejan siempre mucho que desear: el puesto más alto. Es cierto que existen ambiciones legítimas. Cervantes habla en algún lugar de su docta y emocionante obra de «la ambición generosa», que es la de quien pretende mejorar su estatus sin perjuicio de tercero. Ahora hay una bulla de segundos en concordia, ya que al parecer los que llegarán los primeros están ocupadísimos distribuyéndose la herencia. Lo malo es que no hay quienes se la arrienden.