Olot como símbolo
Actualizado:Que una apacible localidad se haya convertido en poco tiempo en el escenario de nada menos que quince asesinatos es algo que hiela la sangre. Si los crímenes del empleado de la residencia de la tercera edad que ultimaba a los ancianos con los más torpes métodos suscitan preguntas incómodas (¿qué grado de desentendimiento de nuestros mayores hemos alcanzado para dejarlos al cuidado de personas con semejante carácter e historial psiquiátrico?), las cuatro muertes debidas al autonombrado sheriff de la capital de la Garrotxa generan otros interrogantes no menos inhóspitos y de alcance más general.
Dos empleados de banca que simplemente devolvieron un cheque sin fondos y trataban de cobrar la deuda contraída con una tarjeta de crédito: dos actos nimios, a los que estaban obligados y respecto de los que no les incumbía responsabilidad alguna (ni emitieron el cheque, ni contrajeron la deuda). Dos pequeños constructores que como tantos otros se pillaron los dedos, se quedaron sin crédito y tuvieron que empezar a impagar nóminas. Estos inocentes (como bien se ha subrayado respecto de los dos primeros, pero quizá no tanto respecto de los dos segundos) fueron los escogidos por la furia y el resentimiento homicida del albañil para ajustar las cuentas por los agujeros que le habían infligido a su vida la crisis y quién sabe si también, en parte, su torpe o negligente Administración.
La reacción del infausto sheriff de Olot viene a simbolizar, en cierto modo, la reacción toda de la sociedad española ante estas vacas flacas que por nuestros pecados, aparte de por la mala coyuntura económica global, nos han caído encima. Lejos de hallar en este escenario adverso ocasión para la solidaridad, la generosidad, el sacrificio o la procura de una mayor justicia, nos arrojamos los unos contra los otros, con una hostilidad y un cainismo que conectan con nuestro pasado más oscuro.
Al calor de las dificultades, se abre reyerta entre trabajadores y empresarios, entre funcionarios y asalariados privados, entre nacionales e inmigrantes, entre comunidades autónomas y entre los dos partidos que pueden gobernar el país, nunca más lejos de un acuerdo que ahora, cuando más falta hace. Uno espera que la crisis reviente al rival; el otro, llegar hasta el momento en que amaine para dejar a los pies de los caballos a quienes no arrimaron el hombro cuando caían chuzos de punta.
Al final, todos acabamos recordando un poco a ese energúmeno que sale con la escopeta a aprovechar que la ocasión se torna desesperada para desquitarse contra quienes ya tenía entre ceja y ceja, aunque así no arregle nada. Pobre y triste expediente. Cuando se apaga el eco de los disparos, el sheriff venga-tivo se queda en medio de la calle, bajo un silencio que acredita, vergonzante, su aparatosa inutilidad.