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ENTREVISTA

«Ory siempre fue un espíritu libre»

La que fuera durante más de 30 años compañera inseparable del poeta ya trabaja en Cádiz en la divulgación de su obra Laura Lachéroy Presidenta de la Fundación De Ory y viuda del escritor

DANIEL PÉREZ dperez@lavozdigital.es
CÁDIZ.Actualizado:

No sería el primer poeta, ni tampoco el primer artista, que paga por su 'rareza' (entendida como una forma de coherencia extrema consigo mismo) el precio de la marginación, el desdén o el olvido. Tras la muerte de Carlos Edmundo de Ory quedó patente que había mucho por hacer para compensar el escaso conocimiento que se tiene en España («también en Francia», dice su viuda) de esa creatividad temperamental e incontenible de la que nació una obra 'extraña', que elude cualquier intento de clasificación ortodoxa. No se trata, insisten sus allegados, de colocarlo ahora en ese pedestal que él mismo siempre rehusó ocupar. «Se trata de acercar su trabajo a la gente por una mera cuestión de justicia; se trata de que sean los lectores», previamente condicionados por las directrices editoriales, las modas y los intereses del mercado, «quienes decidan qué lugar debe tener Ory en sus bibliotecas». Para aplaudir o rechazar a un escritor «que mantuvo hasta la muerte una posición tan arriesgada» (explica José Ramón Ripoll), «primero hay que conocerlo».

En esa tarea de divulgación se acaba de embarcar su viuda, Laura Lachéroy, la que fuera su compañera durante más de 30 años y su esposa desde hace diez. Tras un encuentro con los patronos en el Centro Cultural Reina Sofía, Laura, aún muy afectada por la pérdida de su marido, mantuvo una charla con LA VOZ en presencia de algunas de las personas, como Jesús Fernández Palacios, Fernando Polavieja o Ana Rodríguez Tenorio, que están llamadas a trabajar junto a ella, codo con codo, en la ardua labor que ahora comienza.

«Espero que la Fundación sirva para difundir la obra de Carlos y, sobre todo, para que se conozca mejor esta personalidad tan extraordinaria, ese ser tan excepcional, esa forma de pensar tan libre, tan abierta, tan universal, que era la suya. Me encantaría que se pudiera transmitir ese pensamiento y esa forma de comprender la vida y de vivirla. Esa forma de estar en la tierra. Porque en el caso de Carlos, obra y vida van de la mano. Y lograr que la gente entienda que esa actitud era una forma de arte, es lograr también que se aproximen a su trabajo».

En la Alameda

Para Laura, la divulgación de la obra de Carlos Edmundo de Ory no solo es una asignatura pendiente en España, como piensan algunos críticos, que consideran, equivocadamente, que el exilio del poeta hizo que tuviera en Francia el prestigio que aquí se le negó. «Allí se ha editado algo, pero no lo suficiente. Su hija y yo estamos estudiando cómo se podría traducir y publicar su poesía, pero la traducción es muy difícil, ya que la poesía de Carlos es muy especial, y la renovación del lenguaje que él practica a cada momento hace muy, muy compleja la traducción».

Sobre el legado del poeta, Laura se muestra rotunda: «Él había manifestado insistentemente su deseo de que se quedara en Cádiz. Siempre lo tuvo claro, desde el principio. Además, siempre dijo: 'Yo mismo quiero estar enterrado en Cádiz'. Y así será, en cierta forma. Va a estar frente a su casa natal, junto al mar, y junto a Darío y a Vallejo, en la Alameda, sabiendo que todos sus objetos se guardarán en el mismo sitio, y que serán cuidados por esas personas que lo querían y que aún lo quieren, porque la desaparición de un ser no implica la desaparición del amor que se le profesa».

Laura explica que si Carlos Edmundo de Ory decidió permanecer en Thezy-Glimont es, sencillamente, porque allí tenía su casa y allí vivió durante muchos años. «Carlos afirmaba: 'Yo estoy en Francia, pero podría estar en Cádiz o en cualquier sitio', porque él siempre fue un espíritu libre».

Su viuda recuerda cómo era la convivencia cotidiana con este genio singular: «Su día a día cambió bastante a lo largo de los años. Antes escribía en su despacho, en una máquina de las antiguas, pero desde que tuvimos internet y un ordenador, descubrió que era más fácil que lo hiciera yo, y me dictaba sus versos. Su momento preferido para crear era por la mañana. Por la noche leía. Algunas veces escribía a máquinas su poemas, y luego me los dictaba igualmente. También le encantaban las imágenes, recortaba fotografías, ilustraciones, cuadros, las estiraba, las coloreaba, las cambiaba de sitio y de ahí surgían sus collages. Conforme se fue haciendo mayor, se reservaba más, pero era habitual que recibiera a muchos artistas jóvenes en casa. Venía bastante gente. La verdad es que juntos hemos pasado por muchas cosas. Son más de 30 años evolucionando y creciendo, el uno al lado del otro».

Para su compañera durante más de tres décadas, Ory «siempre se sintió distinto, pero no se vanagloriaba de ello». «Él se sabía diferente, pero no tenía la culpa, de la misma manera que una mujer guapa tampoco es responsable de serlo». Y termina: «Lo único que puedo añadir es que era mi marido, lo quería y lo sigo queriendo».