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El monitor que entró como alumno. Alberto Palomo, primero por la derecha, salió de las drogas en el centro. Hoy imparte clases de albañilería.
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El camino hacia la libertad

Construyendo Futuro, la fundación que trabaja en este centro de El Puerto, presta su ayuda laboral a los reclusos para que recuperen sus vidas El Nuevo Madrugador sigue en su lucha por la reinserción tras recibir el premio por su labor de Instituciones Penitenciarias

LOLA RODRÍGUEZ
EL PUERTO.Actualizado:

La estrella de David devuelve las sombras. Está a medio hacer, con el cemento aún fresco bordeado al milímetro por la hierba. Verde y gris. Dos modos de construir vida en proporciones exactas. Cae el sol del mediodía y las piedras arrojan la imagen distorsionada de los hombres. Uno alto y desgarbado. El otro más pequeño, pero ancho de espaldas. Este trazo quijotesco cruza el jardín de lado a lado y arroja la vista a la realidad. Lucio y José María, 35 y 42 años, San Fernando y El Puerto. «Primero se hace el dibujo con cuerdas. Después cavamos la tierra para echar los chinos, con la mezcla». «¿Que por qué la estrella de David? Nos gustaba, para decorar». Ambos pasaron por la cárcel. «¿Que por qué?». Se miran... titubean. Siguiente pregunta. «Contactamos con la fundación y hablamos con la diputada, para poder entrar en los talleres».

En el Nuevo Madrugador se respira el silencio. La quietud. Un perrillo bodeguero busca juego. «Lucero se llama. Es muy noble». José no se separa de sus auriculares. Toca descanso tras la tarea en la futura nueva casa del centro. Cuando termine el curso de albañilería buscará trabajo. Y saldrá del túnel. Como Alberto, que hoy es uno de sus monitores. Años de terapia le costó superar su adicción a las drogas. «Me enganché con 15, y a los 18 comencé los tratamientos. Pero cuando regresaba a casa... caía de nuevo. Mi padre era alcohólico». Su paso por la cárcel terminó con nada menos que un indulto del Gobierno. «Y firmado por el Rey», presume. A sus 38 años ha logrado tener una vida normal. «Tengo a mi mujer, a nuestra hija de cinco años, un puesto de trabajo, una casa y un coche...Ya se cómo es la vida. Trabajar, pagar y vivir». Alberto sonríe abiertamente, con un chispazo en la mirada que conmueve. «Las cosas se pueden conseguir».

Ellos también lloran

«Pero hay veces que se va a llorar. Porque no puede ver cómo llegan otros chavales». Ricardo Olivera es el director del Nuevo Madrugador. «Yo me he visto así, intento ayudarlos en todo lo posible. Pero tienen que querer», dice Alberto, que recuperó su vida gracias a este centro de atención especial para personas reclusas o ex reclusas que necesitan formación y apoyo para reinsertarse en la sociedad. «Es un trabajo mal entendido. Porque muchos no entienden que se ayude a estas personas». Junto a él trabajan una decena de voluntarios, como Manolo Bruzón, con quince años de trabajo en El Madrugador. «Esto hay que vivirlo». Otros son asalariados, entre trabajadores sociales, psicólogos, monitores de talleres, cocina... «Se supone que en Europa, el objetivo de las penas privativas de libertad no es castigar, sino reinsertar. Pero esto, oficialmente no se hace, porque no da votos. Porque es difícil de entender que se quiera ayudar a un delincuente a que se convierta en una persona normal, con trabajo y familia». El centro es gestionado por la fundación Construyendo futuro, cuyos orígenes se remontan al barrio Trille, de Cádiz, en plena eclosión de las drogas, hace la friolera de 27 años. «Allí se fundó la asociación 'Nueva juventud de Trille', junto con un cura, Ildefonso Castro, santo en vida». Este colectivo se fusionó con 'Nivel', y otras empresas de reinserción laboral -como Numen, de mensajería y Nufam, de concesión de aparcamientos-, que hoy siguen funcionando, y cuyo objetivo es rescatar a personas en riesgo de exclusión social, ya sea por problemas familiares, por coquetear con las drogas o por haber pasado por la cárcel. Hace cinco años unieron fuerzas en 'Construyendo Futuro', la fundación que da una nueva cobertura legal a este proyecto. «Después de mucho batallar, la Diputación nos cedió estas instalaciones, que estaban prácticamente en ruinas. Poco a poco las fuimos reconstruyendo, con los Talleres de Empleo de la Junta». El Nuevo Madrugador ocupa los pabellones del antiguo hospital psiquiátrico provincial, en la carretera de El Portal.

Un enorme pinar acoge el complejo, de espacios comunes amplios y anchos patios ajardinados... que no evitan una leve sensación de inquietud contaminada de ficción cuando se sabe entre las paredes de un antiguo centro de enfermos mentales. Como reliquia queda la parroquia, de singular arquitectura y una curiosa división en su interior para separar a hombres y mujeres.

Un destino marcado

En el centro conviven los propios residentes -reclusos que cumplen condena o personas en riesgo de exclusión social- con los que acuden en horario laboral y duermen en la cárcel, y otros alumnos que realizan con ellos los cursos de FPO. «Solemos dejarlos salir los fines de semana, para que estén con sus familias. Muchos llevan la pulsera de localización en el tobillo, pero siempre vuelven. Ese es el camino de la reinserción». Sin embargo, el porcentaje de éxito es muy bajo. «Porque el contrato laboral es imprescindible. Y eso hoy día es muy difícil, y más si se trata de personas que han pasado por la cárcel. De todos modos, por casos como el de Alberto, ya merece la pena».

Se llaman Fran, David, Javi, Jesús, Ismael y Adrián. Tienen entre 16 y 20 años. Es la hora del bocadillo. Apoyados en la tapia, sentados en la escalera... los alumnos del ciclo de Hostelería componen una escena de patio de instituto. Pero sus rostros casi imberbes ya se han mirado en los espejos de la cárcel. Todos cumplen condena en Puerto II y Puerto III. «Cuando conoces las historias... realmente no entiendes cómo han llegado aquí. Hemos tenido casos de personas condenados a cuatro años con un mensaje de móvil como única prueba. También tuvimos a tres hermanos que eran hijos de su abuelo. ¿Cómo pueden criarse en un entorno así?. Muchos llegan sin saber leer ni escribir. Aquí tienen la posibilidad de obtener el graduado». El analfabetismo y la ausencia de valores y civismo se ceban con personas cuyo único error ha sido tener la mala suerte de nacer en un núcleo familiar inapropiado. Y no sólo son víctimas desde su infancia, sino que además pagan con su propio destino por la brecha social subyacente en todas las ciudades desarrolladas. Dos mundos paralelos en los que casi siempre terminan con sus huesos en la cárcel los que no acceden a los derechos y deberes de la sociedad del bienestar, por motivos ajenos a su voluntad.

«Se merecen una segunda oportunidad». Jaime Montiano, monitor del taller de Carpintería, no espera la excelencia profesional de sus alumnos. «Tienen que aprender un oficio, pero sobre todo valores. Su problema es que nunca nadie les ha escuchado. Nadie se ha preocupado por ellos, ni les ha obligado a estudiar o a comportarse como personas. No han tenido educación». El otoño comienza con un sol de primavera. Lucero sacude la cola. Tiene compañía. «Apareció con una hembra y procrearon. Aquí se quisieron quedar».