AL AIRE DE NUESTRO VUELO
Actualizado:Torres más altas que las de control hemos visto caer. Las que «desprecio al aire fueron» a la declaración de alarma se han rendido, pero la eficaz medida ha fulminado la protesta pero no las aspiraciones de quienes protestaban. Se ha aplicado por vez primera en democracia, lo que dista mucho de ser una buena noticia, aunque haya eclipsado a todas las demás. ¿Quién habla ahora de los ataques del Politburó chino a Google o de las filtraciones del caso Wikileaks? Apenas hay tiempo para ocuparse del salvamento del Real Madrid a cargo de Cristiano Ronaldo o de las goleadas consuetudinarias del Barça, casi siempre por cuenta de Messi.
Nuestra principal preocupación está en el aire, que lleva mucho tiempo siendo irrespirable. La Fiscalía ha citado a los participantes de la huelga salvaje, que por cierto nunca se declararon en huelga. Hay 650.000 damnificados. Gente normal a quienes jamás se le podrán devolver los días que habían programado para divertirse, es decir, para huir de lo cotidiano creyendo que la distancia se presta a confusiones con el sentimiento. El decreto habla de «catástrofe» y de «calamidad pública», pero el tristemente célebre colectivo de los controladores, dice que su plantilla ha sido la más castigada en los últimos tiempos y sólo ha cedido ante el riesgo de penas dictadas por el Código Militar. Nada más impopular que defender su actitud, pero habrá que oírles cuando no se les obligue a tener la boca cerrada. Si hablasen hoy les linchaban. Habrá que esperar.
Cada uno se consuela como puede y yo, que solo viajo en tren, lo hago leyendo el Cancionero Anónimo, además de los periódicos del día: «Turbias van las aguas, madre, turbias van, mas ellas aclararán». Al fin y al cabo, quince días bajo disciplina militar se pasan en un vuelo. Lo que ocurre es que no estábamos acostumbrados a los estados de alarma. Sólo a padecerlos, tapándonos las orejas para no oír las sirenas.