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Dositeo Méndez.
Dositeo MénDez | ElEcTRIcISTA

«He deseado que mi vida acabara»

ÁLVARO LIZARRAGA
MADRIDActualizado:

Ni un mal gesto, ni un tirón… Nada hizo sospechar a Dositeo Méndez hace 27 años que viviría una vida ligada al dolor. De profesión electricista, comenzó a tener los primeros dolores en la espalda con 37 años. «A veces sí que trabajas en posturas un tanto raras pero tampoco solía coger mucho peso, así que me extrañó», comenta. Acudió al médico y asociaron el dolor a un tirón muscular, así que le ordenaron reposo, antiinflamatorios y analgésicos. Pero el dolor persistía. «Volví a la consulta y el traumatólogo pidió unas radiografías». No veían nada, así que lo dirigieron a una consulta de psiquiatría. Allí le recetaron Valium pero a Dositeo Méndez las cosas no le cuadraban: «Si era una depresión, ¿por qué me dolía menos estando de pie que tumbado o sentado?». Otra serie de radiografías descartaba de nuevo cualquier problema en la espalda. Pensaron entonces en una «debilidad muscular» para la que volvieron a recetar medicamentos –Paracetamol, Ibuprofeno y Nolotil– que «no servían de nada», se queja.

Y cuando ya se daba por vencido alguien le habló del neurocirujano Javier Heredero, que en aquel momento estaba en el departamento del Hospital Ramón y Cajal de Neurocirujía. «No veía nada en mi espalda hasta que le comenté que, incluso cuando estaba sin dolor, una tos o un estornudo me producía gran dolor». A Heredero eso no le sonó bien y pidió una resonancia magnética. Por fin, después de peregrinar por diferentes facultativos, dio con la razón de tan terrible dolor. «Me dijo que tenía un problema serio que me afectaba a toda la espalda y que una hernia me estaba oprimiendo la médula. No era algo que se pudiera operar así que me mandó a rehabilitación».

Y comenzó un periplo –dice el jefe de la Unidad del Dolor del Hospital del Ramón y Cajal, José Ramón González Escalada, que los pacientes con dolor crónico son verdaderos peregrinos– por diversos médicos para tratar de aliviar su dolor. Ahora acude a la Unidad del Dolor del Hospital Ramón y Cajal: «Me han cambiado la medicación y me han puesto unos electrodos en la espalda, en el lugar donde tengo el punto más doloroso ». Méndez reconoce que gracias a ellos «mi vida se ha aliviado un poquito, aunque sigo con dolores».

Duchas calientes y cremas analgésicas

Pero, ¿en qué aspectos le ha limitado la vida la enfermedad? Para empezar, Dositeo tuvo que prejubilarse con 54 años. Pero hay más: «Afecta mucho en la vida cotidiana », contesta. «A uno, se le agria el carácter. Intentas no transmitir el problema pero acabas por angustiar a tus seres queridos. Siempre estás de mal humor. Antes lo vivía con más ganas de reír, ahora sólo tengo ganas de que me alivien el dolor y todo lo demás está en otro plano». Casado y con un hijo de 29 años, asegura que al final «siempre he sido el quejica de la familia. «Desde que era pequeño ya me conoció con el problema así que lo asumió». En cambio, «con mi mujer es diferente. Es ella quien ha estado siempre más cerca y quien recibe mi mal humor y también ha salido perjudicada».

En el plano físico, Dositeo Méndez se queja poco. «El dolor me afecta a tres tramos de la espalda. Y aunque se supone que las lumbares son la parte más sensible y la más afectada, no me duelen tanto». Aun con todo, tiene que hacer movimientos suaves y no coger peso. Lo peor, quizá, son los viajes. «No puedo conducir ni ir en coche porque a la media hora me duele la espalda. Antes de hacer un trayecto, tengo que darme una ducha muy caliente para abrir los poros, extenderme una crema analgésica y luego tomar más medicamentos de los que tomo habitualmente, pero a los treinta minutos ya me está doliendo».

Tal es la angustia que a pesar de que se considera una persona equilibrada –«Sé cuál es el problema y su alcance», asegura–, «a veces he deseado que mi vida se acabara». Por eso, en ocasiones, ha acudido a psicoterapeutas pero, a renglón seguido, «me autoanalizo y me doy cuenta de que tengo que continuar. Ya me lo dijo el médico: ‘De esto no te mueres pero con esto te mueres’. Es mi cruz». Por eso, cuando el doctor José Ramón González Escalada le propuso fundar una Asociación de Pacientes del Dolor Neuropático, no se lo pensó. «Muchas personas están en una situación similar pero no tienen centros a los que acudir para aliviar el dolor ni saben a dónde pueden ir». De momento, «tenemos la autorización del Ministerio del Interior y estamos intentando ponerla en marcha». Su objetivo será sensibilizar a la población de cara al problema. Y eso, más que una cruz, es toda una meta.