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El Sevilla se hunde en París

Perdió el liderato en el Parque de los Príncipes en otro partido paupérrimo de la defensa hispalense

Luis F. Gago
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Habrá quien diga que la derrota del Sevilla en París por 4-2 es cuestión de mala suerte. Otros asegurarán que los cuatro goles franceses fueron fruto de la casualidad. Incluso existirán optimistas que le quiten hierro al asunto porque no vieran un tan mal encuentro de los nervionenses. Pero esos son los llamados ilusos, aquellos que bien viven en una realidad paralela donde todo es maravilloso, o directamente les guste 'reírse' de la afición. En el primer grupo entrarían algunos dirigentes sevillistas.

Según los que han planificado el que posiblemente sea el peor equipo rojiblanco de la década del siglo XXI, nada es tan grave. Si a este equipo lo elimina el Sporting de Braga en la previa de la 'Champions', no pasa nada. Si lo golean partido sí, partido también, ídem: aquí no hay que criticar.

El Sevilla perdió, con contundencia, en París. La 'Ciudad de la luz', según los franceses. Allí, el equipo de Nervión siguió en la oscuridad. Parecía que Kanouté, el único 'santo' de verdad en mitad de la desidia, podía ayudar a los suyos. Pero los dos tantos de Kanouté, que igualaban el marcador, sólo sirvieron para vaticinar una gran catástrofe. Porque los parisinos comenzaron con fuerza.

Sabedores de que los sevillanos sufren a balón parado prepararon una estrategia para ello. En dos córners que dejaron en ridículo a la ineficaz defensa sevillista pusieron tierra de por medio. Ahí surgió la figura de un vestigio del pasado grande andaluz: Frederick Kanouté. Marcó dos tantos. De cabeza y con la rodilla. Es, de largo, el jugador más en forma y con más calidad.

Los goles parecieron alegrar el rostro de Gregorio Manzano. Todo un espejismo. Un viejo conocido, Nené, ex del Celta, se encargó de continuar con la fiesta. Con un gol de auténtica gran estrella al borde del descanso, hizo que todo volviera a su sitio. Se marchó de varios defensas y ajustó al palo para que Palop hiciera la estatua. El portero es otro que pide a gritos un recambio.

Fin de un ciclo

El rostro cariacontecido de los jugadores españoles no hacía presagiar nada bueno para la segunda mitad. Así fue. El esperpento en el que se ha convertido el Sevilla fue a más. En la reanudación Hoarau se marchó con velocidad de los centrales rojiblancos para marcar el cuarto. Anticipó la más que probable prejubilación de Escudé, principal personaje de esta obra valleinclaniana versión sevillista.

De ahí hasta el final fue alargar el sufrimiento visitante. Y, sobre todo, afianzar aún más el declive de un equipo. De una entidad que hasta hace poco agrandaba su leyenda por los campos de la misma competición, en la que este jueves quedó todo olvidado definitivamente. Ahora sólo le queda el consuelo de que tiene una última oportunidad. En casa ante el Borussia Dortmund, líder de la Bundesliga. Si gana o empata, continuará. Si pierde, que cada palo, en la dirección nervionense, aguante su vela.