MUNDO

LA TEMPESTAD Y EL VASO DE AGUA

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Bajo una consideración estrictamente periodística, lo de Wikileaks tiene un doble inconveniente: a) era sabido o altamente probable o confirma lo obvio; b) tras la primera entrega - y sobre todo si siguen otras - pierde dramatismo. No resistiría, por decir algo, una docena de capítulos adicionales.

La gran y esperanzadora conclusión es que, contra lo que parece a muchos gobiernos que tienen al público por menor de edad, estamos soberbiamente informados. Tomemos algunos ejemplos de la serie del domingo: los árabes sunníes, con Arabia Saudí en cabeza, piden a los Estados Unidos que liquiden el programa nuclear iraní; las fiestas privadas de Berlusconi son salvajes; Ahmed Wali Karzai, hermano del presidente afgano y «hombre fuerte» es tildado de corrupto y traficante de opio; Sarkozy no es de fiar del todo. y así sucesivamente.

Todo el mundo sabía eso, muchos cables de agencias de noticias lo han contado (por ejemplo se ha escrito que los saudíes han abierto literalmente su espacio aéreo a USA e Israel, lo que es más noticia, para que examinen qué ruta conviene más para bombardear Irán). De las fiestas del gran líder italiano tenemos hasta las listas de invitados, el hermano de Karzai no puede salir fácilmente del país porque podría ser detenido por delincuente y si la diplomacia gala no fuera todavía un pelín gaullista, es decir desconfiada de Washington, no sería francesa.

Lo interesante del caudal no reside, pues, en su contenido, que es más deleitoso y picante que útil, sino en que confirma el milagro: un puñado de gentes insignificantes, tal vez una sola persona, pueden entrar en los archivos del Departamento de Estado y del Pentágono, copiarlos en un momento y donárselos a un tal Julian Assange, escondido de la justicia sueca por varias razones y percibido, según quien percibe, como un delincuente o un héroe. Tal es, por fortuna, la apoteosis postmoderna del mundo que nos ha tocado vivir.

Allen Dulles, que, entre otras tonterías, fue el fundador de la CIA, dejó escrito un manual todavía muy recomendable (y, hasta donde yo sé, nunca traducido al castellano) titulado 'El arte del espionaje' ('The craft of Intelligence') del que retuve dos lecciones inolvidables. Una, el ochenta por ciento de la información que manejan las agencias de espionaje está en fuentes de acceso público; otra: en general, «las cosas son como parecen ser». Todo lo que la benemérita acción de Wikileaks -más precisamente de sus fuentes- destila es. lo que casi exactamente podía esperarse que fuera.

Los medios premiados con la recepción de las primicias magnifican tipográficamente -un adverbio en claro desuso- lo sucedido, pero en la historia todo esto dejará un recuerdillo apenas perceptible. Todo puede acomodarse en el contexto del refranero, el que recurre a la presunta tempestad y el consabido vaso de agua.