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DÍA CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO

¿Por qué no le denuncias?

La desconfianza en el laberinto judicial, la crisis, el miedo, las amenazas... La cifra de víctimas que han retirado la denuncia sube el 46% en tres años

ISABEL F. BARBADILLO
MADRIDActualizado:

¿Se puede despertar alguna vez de esa horrible pesadilla que se cuela por la puerta de casa y que no deja vivir ni dormir? Algunas mujeres lo consiguen, otras se acostumbran a convivir con ella. A unas cuantas, demasiadas, les cuesta su propia vida, incluso la de sus hijos. Sesenta y cuatro han sido asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas en un año al que aún le queda más de un mes por terminar. La cifra no puede reducirse a una estadística, que supera con creces la brutalidad que acumuló 2009 (55 víctimas). Unas denuncian; la mayoría, no, atenazadas como están por el miedo a empeorar. ¿Pero puede una mujer sentirse aún peor después de aguantar palizas, insultos y vejaciones que han borrado la sombra de lo que un día fue y sintió?

La realidad así lo constata y los expertos lo corroboran. Las denuncias han descendido este año pese al incremento de los crímenes y, además, han crecido a ritmo vertiginoso las que se retiran. Si hace tres ejercicios 2.735 mujeres renunciaron a seguir adelante con el proceso, en 2010 la cifra se eleva a 4.004, según los datos ofrecidos ayer por Inmaculada Montalbán, presidenta del Observatorio de Violencia Doméstica y de Género, lo que supone un aumento del 46,4%. Las alarmas se han disparado. Muchas de estas víctimas lo hacen por miedo a declarar, con lo que el caso se sobresee o archiva. Como Carmen R. J., la joven sevillana que murió degollada a manos de su marido, de 36 años. Issam había sido arrestado tres veces tras las advertencias de los vecinos. Ella se acogió a su derecho a no hablar ante el juez. El 4 de noviembre acabó con ella. Le rajó el cuello.

Pero las renuncias también «pueden deberse a que las mujeres no ven cumplidas sus expectativas» por el complejo proceso que conlleva, admite Montalbán. Y sobre la escasez de denuncias, ¿cómo es posible que de esas 64 mujeres asesinadas sólo 15 hubieran decidido delatar a su agresor? Los organismos oficiales hablan de cautela. Abogados, psicólogos y asociaciones contra los malos tratos sostienen otras teorías nacidas de la atención directa a las víctimas.

La abogada Doris Benegas apunta que las demandas que llegan a los juzgados son «una parte muy pequeña» de lo que sucede en los hogares españoles y sitúa entre el 10% y el 12% los casos que se presentan. El miedo al agresor y a que las cosas se deterioren todavía más son las razones que esgrimen la mayoría de las mujeres que sufren violencia física o psíquica para justificar el rechazo a acudir a la Policía o al juzgado. Y en estos años de recesión, el motivo económico cobra fuerza. «El problema de alojamiento, la manutención y supervivencia y ahora muchas con el marido o la pareja en el paro....todo esto les retrae a denunciarles».

Algunas víctimas no inician el proceso judicial por los hijos, y un buen número de ellas porque desconfía de los mecanismos de protección que ofrecen las instituciones. Si aún así se deciden, resulta que la burocracia, el papeleo y las dilaciones judiciales favorecen la marcha atrás. Las maltratadas hablan de su periplo por juzgados, la tardanza en nombrar abogados de oficio y en fijar las vistas orales. «Los trámites judiciales se hacen insoportables para unas mujeres que ya sufren lo indecible», lamenta Benegas.

La Oficina del Defensor del Pueblo hizo ayer público que los retrasos en los procedimientos y la falta de dotación de los equipos psicosociales son algunas de las quejas más recurrentes en materia de violencia de género presentadas en esta institución.

Acoso en el móvil

María José Juárez, psicóloga de la Asociación de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales y Malos Tratos, incide en que el miedo paraliza la toma de decisiones. «Las amenazas continuas de sus agresores, que dicen que las van a matar o darles más palizas, que incluso les comentan a los hijos que van a matar a su madre y a la familia de ella, les asustan». El acoso que sufren muchas a través de los móviles, la presencia de su agresor en los lugares donde trabajan, de vigilarlas y sorprenderlas en cualquier lugar donde saben que van a estar, consigue borrar de su mente la idea de denunciar. «Otras minimizan la situación porque piensan que cómo van a llevar a la cárcel al padre de sus hijos. Aún así, se atreven a llevar su situación al juzgado porque han sufrido tanto que creen que la cosa ya no puede ir a más».

Juárez profundiza en el sentimiento de culpabilidad y responsabilidad que ata a las víctimas. Muchas mantienen la esperanza en que sus parejas cambien. Pero a los dos días de la reconciliación las buenas palabras se trastocan de nuevo en golpes e insultos. Cuanto más dure una relación, la separación será más difícil porque la mujer vive en una «realidad distorsionada y se ha adaptado a un sistema de creencias que la convierte en una superviviente», agrega la psicóloga.

Susana Martínez Novo, presidenta de la Comisión para la Investigación de malos Tratos a Mujeres, explica lo difícil que le resulta a una maltratada dejar de depender emocionalmente de su agresor, que le aísla de sus familiares, le pide perdón y acaba convenciéndola de que es su salvador. Hasta que se da cuenta de que no puede seguir así. «'Pero si denuncio acabaré muerta', te dicen, y yo les respondo: 'Pero si tú ya estás muerta en vida, si llevas años tomando antidepresivos y ansiolíticos, qué más te puede pasar, morirte en tu propia casa?'». Martínez Novo alerta sobre otro tipo de violencia que cada día cobra más adeptos, la económica. «Control de lo que gastan, chantajes con la pensión...».

Si el maltrato físico cuesta denunciarlo, el psicológico se convierte en un verdadero infierno. Las secuelas de las palizas se pueden demostrar, pero las otras requieren que, además de creer en la mujer que las padece, cosa nada fácil, ésta aporte un sinfín de informes de médicos. Muchas desisten. María José Juárez lo considera «más cruel» incluso que el físico porque atenta contra la personalidad y la autoestima. «Las mujeres víctimas de esa violencia han aprendido que no son nadie».

El problema añadido es que tardan más en darse cuenta de que son maltratadas, «hasta que el deterioro psicológico llega a un grado tal que hay que ayudarlas con largas terapias».

La psicológica es una modalidad de violencia que se da con frecuencia en las clases medias-altas. No suelen hacerlo público para no dañar el estatus social del marido. A veces, se arregla con un acuerdo económico. Cuando no es así, ella tiene pocas posibilidades de ser creída. Es el caso de la esposa de un profesor universitario al que acusó de maltrato psicológico. Cuando se celebró el juicio, la respuesta del togado fue ¿cómo le va a infligir su marido malos tratos si es un profesor muy educado? Varios juicios de este tipo acaban absolviendo al agresor. ¿Cómo va a volver a denunciar una víctima que ya no cree en la justicia?

A Rafaela no la creyeron

Benegas se queja también de que los equipos de profesionales y psicólogos de los juzgados no siempre hacen un trabajo riguroso. «Denunciar no es un plato de gusto para nadie, ni contar las intimidades de la pareja». Considera injusto que las denuncias por violencia doméstica «requieran más trámites» que las que se presentan por cualquier otro delito. «Hay una corriente de no creer las denuncias de las mujeres que, sin más, se archivan». Rafaela Rueda fue una de ellas. Denunció a su ex pareja, pero le absolvieron «por el escaso grado de credibilidad y la escasísima pasión en el relato de los hechos». Un mes más tarde, el pasado 1 de julio, Ernesto Carlos Manzano cogió una hoz y la degolló en mitad del pueblo granadino de Pinos Puente. Tenía 42 años.

La presidenta del Observatorio de Género defiende que «no hay impunidad para los maltratadores». El 79,5% de las sentencias de los juzgados especializados son condenatorias, frente al 53% de los juzgados de lo penal. En este punto se platea otro problema. Cuando el condenado quebranta la orden de alejamiento. El 19 de marzo fallecía otra mujer, ésta de 56 años. Su ex marido no se podía acercar a ella, pero lo hizo. La apuñaló en el hospital privado Blanca Paloma de Huelva mientras ella visitaba a su madre enferma.