Flamenco: Lo que fue, es y será
Jerez Actualizado: GuardarNo necesita el flamenco ser considerado por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad; más que engalanarlo, ensucia su honda cultura, simpar y legendaria. El flamenco siempre ha sido cultura universal, por ser precisamente savia que nace del pueblo, rica en esencia por ser aceptada por sus gentes y hoy falsamente ensuciada por la Unesco. Al igual que el toreo jamás necesitó ser considerado «cultura» –precisamente por haber sido siempre fiel esencia del sentimiento del pueblo–, el flamenco pierde mística realidad al ser condecorado con oficios políticos. Bien sé que se me tachará de egoísta, pero el flamenco es aquel que se escucha improvisadamente una perdida noche, ya a las 4 de la madrugada, con cuatro amigos y con algo más de cuatro copas entre cuatro paredes. Porque el flamenco siempre fue, es y será ese quejío robado por la emoción de un instante. A partir de ahí, el flamenco se hace trabajo y oficio. Dijo en su día ese gran torero, monarca gitano llamado Cagancho: «De Despeñaperros para abajo se torea, de Despeñaperros para arriba se trabaja». Es lícito que así sea, pero existen claras diferencias. Curioso es que, al igual que el toreo, haya sido el flamenco condecorado oficiosamente en este mismo año, precisamente cuando tanto el toreo como el flamenco carecen de su verdadera esencia, al carecer de auténticos personajes que lo muestren con enjundia y pureza. Los verdaderos genios ya ni pisan el albero ni los tablaos. Sin embargo, son ellos los reales símbolos de la cultura del pueblo.
Hoy el flamenco, salvo escasas excepciones, vive tan adulterado que parece difícil de distinguir. Ojalá esta inculta condecoración al menos traiga trabajo a los buenos artistas, pero que conste que el verdadero premio reside en la voluntad y recuerdo del pueblo y sus gentes, ese que se reconoce en un toque de Moraíto, un taconeo de Farruquito o un silencio de Agujetas… y es que aún nos queda algo de lo que es.