Sociedad

EL FIN DE LA DUALIDAD

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El flamenco se desenvuelve en una recurrente dualidad. No hay nada más andaluz ni más universal. Sobrevuela el paisaje amargo de la pena en la soleá y revienta en el estrépito alegre de la bujería. Encuentra refugio en el caladero inagotable de la tradición, pero se reinventa con cada interpretación. Genera identidad, aunque también riqueza. Se mueve entre la ortodoxia de los estilos consolidados, aunque se proyecta con fuerza por los cauces de la innovación, la vanguardia y la creación sin límites impuestos.

El flamenco es más dúctil que fósil. Si etimológicamente el término crisis significa cambio, el flamenco es un arte en crisis, y para bien. Es un arte vivo y en evolución, que no es sólo música, que está presente en nuestras fiestas colectivas y reuniones privadas y que forma parte de las representaciones y ritos de este trozo del mundo que es el sur de España que ha dado al mundo un patrimonio cultural que no tiene fronteras, pero sí cuna: Andalucía. Hasta hoy, el flamenco era patrimonio de todos los andaluces. Desde hoy, será patrimonio de la humanidad entera. Ha subido al olimpo de la Unesco por méritos propios, porque no hay una música en el mundo más influyente, de más calidad y que remueva de cuajo todos los sentimientos y emociones del ser humano; porque cumple y difunde los requisitos que impone la convención de la UNESCO en el terreno de la transmisión generacional, el respeto a la diferencia, la aceptación de las minorías y la presencia en las tradiciones, representaciones y fiestas de todo un pueblo.

La decisión de la Unesco no agota ningún camino. Se inicia una nueva etapa, donde todas las instituciones deberán esforzarse aún más para cumplir y responder con acierto ante el abanico de medidas de salvaguarda y tutela que recoge el propio expediente hoy aprobado.

El flamenco es un arte universal. Es, precisamente, la irrefrenable humanidad que trasladan sus letras, sus músicas y sus coreografías las que le proporcionan una proyección de universalidad que no entiende de fronteras, de culturas ni de tiempos. Representa ante el mundo lo mejor de nuestra cultura. No es sólo sentimiento, también es conocimiento. Estoy plenamente de acuerdo con el maestro Manolo Sanlúcar, cuya labor de dignificación y estudio de la música del flamenco es impagable.

No se puede ser patrimonio de la humanidad sin humanidad. El flamenco remueve todos los sentimientos y renueva todas nuestras tradiciones. Andalucía, en este sentido, es una tierra privilegiada. Pocas regiones pueden ofrecer al mundo una cultura musical. Una música que va más allá de la música.

Los andaluces compartimos, desde hoy, nuestro el patrimonio del flamenco con toda la humanidad. En esta aseveración ya no caben las dualidades. Muchos cobijábamos esta certeza en el fondo de nuestros corazones, latiendo con el sístole del compás binario y el diástole del ternario. Nadie le negaba ya su universalidad. Ahora se le reconoce como merece.